jueves, 30 de diciembre de 2010

Carta a los Reyes Magos

Queridos Reyes Magos:
Este año he sido un niño muy bueno. He hecho todos mis deberes y me he comido toda la verdura sin dejar nada en el plato (ni siquiera las coles de Bruselas). He pagado mi hipoteca y mis impuestos (directos e indirectos) religiosamente. He santificado las fiestas laicas (el Primero de Mayo y el 14 de Abril). He salido a la calle a protestar contra los gobiernos de Griñán y de Zapatero por sus políticas de derechas y me he puesto dos veces en huelga.
Como soy muy agradecido y además me tengo por biennacido, quiero agradeceros todo lo que me habéis traído durante este año que ya se acaba. En primer lugar os estoy eternamente agradecido por haber sobrevivido a la crisis, al tráfico, a las inundaciones, a una bajada de sueldo, a varias subidas de impuestos, a la visita del Papa y al Mundial de Sudáfrica con su vomitiva sintonía y su patriotismo de todo a cien.
También quiero daros las gracias por toda la música, todas las novelas, todos los poemas, todos los relatos, todas las películas, las exposiciones que he disfrutado y los conciertos que he visto. En definitiva, por todo el arte que he tenido oportunidad de disfrutar este año.
Dicho todo esto, me gustaría dejaros mis peticiones para el año que está a punto de empezar. Ya os advierto, queridos Reyes Magos, que no me voy a conformar con poco, y que voy a ser muy, pero que muy exigente. Ahí va mi lista.
En primer lugar quiero que, de una puta vez, se termine el hambre en el mundo. Creo que es una auténtica vergüenza que en pleno siglo XXI, haya gente muriéndose de hambre en el mundo mientras que otros, los más afortunados, despilfarran a manos llenas. Y no me vengáis con rollos de que no se puede, que eso es imposible, que si tal que si cual. Creo que es un problema que tiene fácil solución, pero para ello se requiere una gran voluntad política y el reparto equitativo de los recursos naturales y la riqueza. También quiero que se acaben la injusticia y la guerra. De cualquier tipo y condición. Me da igual de donde venga y quién la provoque: Palestina, Congo, Somalia, Chechenia, Irak, Afganistán, Colombia, Corea, etc. También quiero que se respeten los derechos humanos en todos y cada no de los estados del planeta, empezando por el mío.
Quiero que la gente sea feliz y solidaria, y que haya trabajo para todo el mundo sin que se resientan las condiciones laborales. Quiero que las conquistas sociales no se vayan a la mierda, porque son el fruto de muchos años (siglos, en realidad) de lucha colectiva y mucha gente ha dado su vida por ellas. Quiero que la educación y la sanidad sean públicas y de calidad y que no se desmantele el enclenque estado de bienestar español. No quiero jubilarme a los sesenta y siete años. Quiero que los políticos no nos tomen por imbéciles, con sus mentiras y sus corrupciones y sus promesas que ya nadie en su sano juicio se cree. (Por favor, políticos, prometed sólo aquello que podáis cumplir, cosas del tipo, “Prometo que iré todos los días a trabajar”, con eso me doy por satisfecho).
También deseo, ya puestos a pedir, que el sistema capitalista muera de muerte natural, y que de sus cenizas surja un sistema nuevo, en el que el ser humano sea lo más importante y no sólo una mercancía de usar y tirar (como hasta ahora). Por último, queridos Reyes Magos, quisiera pediros que el sistema en el que vivimos ahora se convierta en una auténtica democracia, en la que el Jefe del Estado lo sea por méritos propios y no por su cuna, donde el lema “una persona, un voto” sea una realidad objetiva y no sólo un eslogan utópico y donde el poder real lo ejerzan la ciudadanía y los políticos libremente elegidos y no los bancos, los mercados financieros y las grandes corporaciones económicas, como ocurre ahora.
Como veis, no me conformo con poco.
Salud, Reyes Magos.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

La destrucción del mundo

la destrucción del mundo
Rikardo Arregi


Hace un rato,

en mi vida,

ha comenzado,

la destrucción del mundo.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Navidad

La navidad me deprime. Sin duda, es la peor época del año. Me produce unas terribles jaquecas y me vuelvo muy susceptible, mucho más de lo habitual. Si por mí fuera, me acostaría a mediados de diciembre y me levantaría el día siete de enero. O me largaría a un lugar en el que nadie jamás hubiera oído hablar de la maldita navidad. No miento si digo que alguna vez he fantaseado con la idea de entrar, el día 23 de diciembre, con una metralleta en las manos, al Corte Inglés y hacer una auténtica escabechina. Sería algo grandioso. Los telediarios hablarían de mí como “la asesina de la navidad”. No estaría nada mal. Odio todos los convencionalismos de la navidad. Absolutamente todos. Los de siempre y los nuevos. Los nacionales y los importados. Odio a los putos Reyes Magos y al cabrón de Papá Noel. Odio el alumbrado de calles y casas, con todas esas lucecitas formando estrellitas y copos de nieve, y los villancicos, y las panderetas y las zambombas. Odio los árboles de navidad y los portales de belén y la lotería y el turrón y los polvorones y el cava y las campanadas de fin de año y las doce uvas de la suerte y la ropa interior de color rojo y las comidas de empresa y el amigo invisible y el puto discurso del Rey, al que no se le entiende un carajo. Lo odio todo, creedme. Hay, sobre todo, dos cosas que no soporto durante la navidad: las películas de temática navideña y que la gente se refiera a la navidad con el término “fiestas entrañables”. Joder. Eso me produce espasmos y hace que eche espuma por la boca. Si este año vuelvo a ver un solo fotograma de Qué bello es vivir, la película de Frank Capra con James Steward, juro que me corto las venas. Odio toda esa sensiblería impostada y artificial, toda esa bondad de cartón piedra, esa obligación de ser buenos por imperativo legal. La vida no es así, coño. La vida es paro, y broncas conyugales, y las malas notas de tus hijos, y la corrupción política, y la envidia de tus vecinos y la mala leche que se gasta la basca y ZP y Rajoy y el estatut catalán y el Canal Sur. Eso es la vida real.

En fin, felices fiestas a todos.

(Correo electrónico escrito por una amiga, recibido esta mañana)

sábado, 25 de diciembre de 2010

25 de diciembre de 2007

Ayer,

veinticinco de diciembre

de dos mil siete

nació en Belén,

actual estado de Israel,

un niño palestino.

Su padre no se llama José.

Su madre no se llama María.

Él se llama Said.

Las estadísticas aseguran

que no cumplirá

los treinta y tres.

(De Versos de alambre de espino, Editorial Alhulia, 2009)

miércoles, 22 de diciembre de 2010

La nieve miente

Desconfío de la nieve.
Tanta blancura, tanta quietud,
tanta inocencia dócil,
no pueden ser ciertas.
Estoy seguro. La nieve miente.

martes, 21 de diciembre de 2010

Últimamente

Últimamente he dejado de ver los telediarios,
total pa' qué, si ya me los sé.

La Cabra Mecánica, de su tema Drip Pop

domingo, 19 de diciembre de 2010

La nueva Andalucía del presidente Griñán

A estas alturas de la película, cuando el PSOE gobierna Andalucía desde hace tres décadas, cuando han presidido el Gobierno andaluz cuatro presidentes distintos (Rafael Escudero, José Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves y José Antonio Griñán) los socialistas se han dado cuenta de que la imagen que se proyecta de nuestra tierra fuera de aquí, es una imagen básicamente falsa, una imagen repleta de tópicos. Es decir, que fuera de Andalucía no se nos ve como un pueblo moderno, currante, culto, emprendedor, etc., etc.
Yo no sé cómo verán fuera de Andalucía esta tierra y a sus habitantes, pero desde dentro, la Andalucía que yo veo, la que prevalece es la Andalucía folclórica y cateta, la beatona y subvencionada, la Andalucía de la propaganda y el enchufismo, la Andalucía del régimen socialista. La Andalucía que, tras treinta años de gobiernos socialistas —21 presididos por el mismo individuo— continúa a la cola de todo lo positivo y a la cabeza de todo lo negativo. La Andalucía que se va desangrando poco a poco. La Andalucía anoréxica del presidente Griñán. Esta en la que vivimos. La única que hay.
A la “nueva” Andalucía de los socialistas le gusta auto engañarse sin piedad. “Aquí se vive muy bien”, “La mejor tierra del mundo”, “Como en Andalucía, en ninguna otra parte” y otras estupideces por el estilo, se suelen decir muy alegremente. Sin embargo, yo me pregunto: ¿Quién vive muy bien? ¿Para quién es una tierra maravillosa? ¿Para el millón de parados?
A muchos andaluces, esta Andalucía de romerías y primeras comuniones, de toreros y tonadilleras, del treinta por ciento de paro y autovías que necesitan veinte años para ser terminadas, de Canal Sur (el engendro más aberrante de cuantas televisiones han existido, existen y existirán) de las corruptelas marbellíes, la de los alcaldes a los que el medio ambiente les importa un pimiento, la de los políticos incultos amigos de lo ajeno, la Andalucía que ha destruido sin piedad su riquísimo litoral, esta Andalucía, nos produce bochorno y dolor a partes iguales.
Y es que los distintos gobiernos del PSOE han convertido esta tierra en un páramo cultural. Una tierra donde la intelectualidad brilla por su ausencia, donde apenas existen editoriales y las que hay sólo funcionan a golpe de subvenciones, donde no se hace cine, donde casi no quedan salas para conciertos, donde no se fomenta el pensamiento crítico.
¿Y qué podemos decir del empleo? La tasa de desempleo en Andalucía triplica a la del País Vasco, por poner un ejemplo. Por cada parado de Euskadi, hay tres parados andaluces. El triple. Se dice pronto. Pero resulta muy, muy doloroso. Y las condiciones laborales tampoco son las mismas. Eso lo sabe cualquiera. Por supuesto, en Andalucía mucho peores. Y si, pongamos por caso, en el resto del estado español cae el desempleo en 69.900 almas en el último trimestre, en la Andalucía de mis entretelas sube en 30.000 parados más. Porque esto es Andalucía y aquí las cosas son así.
¿Y la educación andaluza? La escuela pública andaluza hace tiempo que cabalga, desbocada y sin freno, hacia el abismo, gracias al PSOE y a los insensatos planes que una y otra vez ponen en marcha, gracias a su política educativa neoliberal y antidemocrática y gracias, sobre todo, a unos dirigentes (hasta cuatro consejeros y consejeras ha habido en menos de cuatro años), sin otro objetivo que mantener sus sillones y sus privilegios.
Al campo andaluz le ocurre tres cuartos de lo mismo. Aunque la situación es, si cabe, más trágica. Apenas se crea empleo en la agricultura. Y el que se crea no es precisamente empleo de calidad.
El gobierno andaluz hace tiempo que está totalmente paralizado. Sin iniciativas. Sin ideas. Dando palos de ciego. Y además, ahora, resignados, esperando a ser sustituidos por el Partido Popular que, para el caso, es exactamente lo mismo que los que llevan treinta años. Estos días, Griñán y compañía ven cómo el régimen que han levantado con sangre, sudor y subvenciones a lo largo de estas tres décadas, se les viene abajo como un castillo de naipes. Así, de un soplido. Y entre bambalinas, Arenas se frota las manos y espera su momento envalentonado por las encuestas. Pero todo esto qué importa, si en Andalucía se vive muy bien.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Lluvia

Llueve. Desde hace días. Desde hace semanas. En realidad ya he perdido la cuenta de los días que lleva lloviendo. Llueve con una intensidad desmesurada. La lluvia cae con fuerza sobre el tajado de mi casa, produciendo un estruendo parecido al redoble de tambores en Semana Santa. Cae tan fuerte que a veces llego a sentir miedo. Los habitantes del pueblo estamos en estado de alerta constante. El río junto al que están construidas nuestras casas está a punto de desbordarse y sus aguas lo anegarán todo: campos, calles, viviendas. Nuestras vidas empapadas de agua y lodo. Llueve. De día y de noche. Sin tregua. Sin descanso. Es tal la cantidad de agua que ha caído en estas jornadas de lluvia continua que un acontecimiento tan nimio como salir a la calle a comprar el pan se ha vuelto una empresa heroica. Apenas nos quedan alimentos en casa para sobrevivir tres, a lo sumo cuatro días más. Después ya veremos qué hacemos. Los niños han dejado de ir a la escuela. Los obreros han abandonado sus puestos de trabajo. Las calles están desiertas. No se ven perros callejeros. No hay vehículos por la carretera. Ningún medio de transporte está operativo. Ni siquiera el antaño monótono sonido de las ambulancias se escucha durante estos días. El único sonido que llega a nuestros oídos es el de las gotas repiqueteando en las aceras, sobre el metal de los coches, en los tejados, en los árboles y en la hierba. Sólo lluvia. Gotas y más gotas de agua cayendo del cielo. Nubes oscuras sobres nuestras cabezas. No hay más. Sólo lluvia. Y sin embargo, todo me parece hermoso.

martes, 14 de diciembre de 2010

Se nos ha muerto Enrique

Los elementos de que disponemos coinciden
en señalar que el día de su muerte fue un día oscuro y frío.
W. H. Auden

Esta mañana de diciembre, antesala del invierno, la tristeza se ha extendido, poco a poco, por miles de corazones. Esta mañana de finales de dos mil diez, los colores son menos brillantes y el sol luce con menos intensidad. Esta mañana, fría y oscura, ha llegado para decirnos que se nos ha muerto Enrique, que no volveremos a verlo sobre un escenario, vestido de negro de pies a cabeza, elegante y pasional, que no habrá más ocasiones para sentarse en la butaca de un teatro a escuchar la voz milenaria del tiempo, la pasión del flamenco hecha verbo y carne. Que todo el mundo se entere. Se nos ha muerto Enrique. El cantaor que hizo del flamenco una revolución permanente, el cantaor que mejor cantó a Vicente Aleixandre, a San Juan de la Cruz, a Miguel Hernández, a María Zambrano, a Nicolás Guillén, a José Bergamín, a Federico García Lorca y a otros muchos poetas. Porque Enrique era el cantaor poeta o el poeta cantaor, el que mejor supo extraer toda la musicalidad que encierra la riquísima lírica castellana. Desde hoy, ya no podremos escuchar esa voz sabia cantar los versos sangrantes de Leonard Cohen arropado por las guitarras afiladas de sus paisanos Lagartija Nick, mientras el tiempo se dilataba hasta el infinito, y después se volvía oro líquido. Se nos ha ido Enrique Morente, el cantaor que se atrevió a poner música al dolor neoyorquino de Lorca, el músico que partió de la más pura ortodoxia para abrir todos los caminos. Morente, el Picasso del arte flamenco, el innovador, el músico de vanguardia, el más respetuoso con la tradición y a la vez el más irreverente, porque para dinamitar lo establecido hay que haber mamado de sus fuentes, conocerlas a la perfección, para hablar con conocimiento de causa, para atreverse a destruirlo todo, y que de la destrucción surja la belleza. Se nos ha muerto Enrique, el cantaor que compartió experiencias con las Voces Búlgaras y con los Sonic Youth, con Juan Habichuela y con Los Planetas. Enrique era todo eso y mucho más. Un genio de la música flamenca. El último gran genio. Que todo el mundo lo sepa, se nos ha muerto Enrique.
Descanse en paz.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Caricias

Me gusta acariciarle el pelo

–estanque profundo

de aguas invernales–

con las yemas de mis dedos.


En ese gesto tranquilo

siempre encuentro

fragmentos del niño

que un día fui.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Los ojos del Diablo

Los ojos del Diablo son grandes y oscuros. Despiden un brillo magnético. Si los miras fijamente corres el riesgo de marearte. O de mearte en las bragas.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Las novelas de Bukowski (VI)

Así se hace una película: Hollywood

En 1978, Barbet Schroeder, director francés de cine, visita por primera vez a Charles Bukowski con la intención de proponerle que escribiera un guión para una película que él pensaba dirigir. Schroeder había dirigido y producido algunas películas en su país de origen, destacando el documental General Idi Amin Dadda (1977), sobre el peculiar dictador de Uganda y Koko, el gorila que habla (1974).
Al principio aquella propuesta no entusiasmó a Bukowski, cuya opinión sobre el cine como medio de entretenimiento de masas ha sido siempre muy negativa:

Si Linda dice “vayamos al cine”, le respondo: “Oh, Cristo”. Es un coñazo ver una película. Me parece que me estafan cuando me siento allí, con toda esa gente. (…) Cuando era niño, en los años de la Depresión, cuando tienes once años, Buck Rogers te parece muy bueno. Incluso Tarzán. Aun Cary Grant y todo eso; nosotros solíamos bostezar sin parar. Yo todavía lo hago. El cine no ha dado mucho en varios decenios.


No obstante, hay algunas películas y algunos directores que sí producen en Bukowski un efecto positivo:

¿Quieres que te nombre algunas películas buenas? Alguien voló sobre el nido del cuco, El hombre elefante, Cabeza borradora, ¿Quién teme a Virginia Woolf?, esas películas son títulos clásicos. Kurosawa y sus escenas grandiosas de batalla. (…) La primera película que me produjo impresión, la primera que me hizo llorar fue Sin novedad en el frente. La escena de la mariposa me cautivó.

Finalmente se deja convencer por el director francés y en enero de 1979 firma un contrato con Schroeder para escribir un guión, que será completado en tres meses y que se convertirá en la película El borracho (1987), dirigida por el propio Barbet Schroeder e interpretada por Mickey Rourke y Faye Dunaway, en sus papeles protagonistas.

El título original de la película es Barfly. El propio Charles Bukowski explica a Fernanda Pivano el significado de la palabra:

“(…) es alguien que como yo en los viejos tiempos, está sentado en un taburete de un bar desde el momento en que se despierta hasta el momento en que cierra el bar. Creo que barflybarfly es una persona que siempre está en el bar, subsiste allí, lo necesita. Y yo durante mucho tiempo he sido un barfly, estaba allí sentado en el taburete de un bar. Entras por la mañana, te sientas y a veces tienes unos centavos para la primera cerveza y esperas a que alguien te invite.” (literalmente, mosca de bar) viene de ahí, que cuando se bebe cerveza y hay un montón de espuma en la barra, hay unas moscas que zumban y se posan junto a la cerveza y dan una vuelta y luego vuelan de nuevo. Y un


Después del estreno de la película, Charles Bukowski decidió narrar todas las experiencias relacionadas con ella en una novela que acabó llamándose Hollywood, y que fue publicada en 1989. En la obra, Henry Chinaski firma un contrato con un director de cine llamado Jon Pinchot para escribir el guión de una película, aunque para él hacer tal cosa era “algo muy estúpido”. Lo que en principio parece simple, se va complicando de manera increíble, sobre todo por el tema económico. Pinchot no encuentra a nadie que se quiera hacer cargo de la financiación de su proyecto cinematográfico. Sucesivamente van apareciendo empresas que parecen fiables, pero en última instancia, todas acaban desistiendo. Al final se hará cargo de la película una compañía llamada, Firepower Productions,

Son nuevos en Hollywood. Son de fuera. Nadie Sabe qué hacer con ellos. Antes hacían películas oportunistas en Europa. Llegaron de la noche a la mañana y empezaron a hacer docenas de películas, una tras otra. Todo el mundo los odia. Pero negocian, aunque negocian duro.


Los problemas siguen haciendo acto de presencia, hasta tal punto que Pinchot amenaza con suicidarse si no se cumplen las condiciones pactadas en el contrato.
La fuerza del libro radica principalmente en la línea argumental que atrapa al lector desde el comienzo. Hollywood se mueve en tres planos diferentes. Por un lado, Charles Bukowski nos describe el lado más siniestro de Hollywood, esa parte que intuimos pero que en realidad permanece oculta tras el glamour que envuelve todo lo relacionado con la industria cinematográfica y que nos venden en los medios de comunicación:

Las películas costaban una gran cantidad de dinero porque la mayor parte del tiempo nadie hacía nada más que esperar y esperar y esperar. Hasta que esto no estuviese listo y aquello no estuviese listo y la peluquera acabase de mear y el consejero técnico hubiese dado su consejo, no pasaba nada. Todo era una paja deliberada, un sueldo para esto y un sueldo para aquello, y había sólo un hombre que estaba autorizado a poner un enchufe en la pared, y el técnico de sonido estaba cabreado con el ayudante de dirección, y luego los actores no se sentían bien porque así es como se supone que deben sentirse los actores, y así sucesivamente. Era todo malgastar, malgastar, malgastar.

Henry Chinaski siente un profundo desdén hacia este ambiente (“Todo vale en la guerra y en Hollywood”), pero piensa que escribir ese guión es un paso necesario en su carrera como escritor, un peldaño más en su evolución personal como artista. Para Chinaski, la gente que pulula por los estudios y las fiestas, son gente “sin alegría”: “Simplemente no tenían vida por dentro. No podían hacer otra cosa sino encerrarse dentro de un yo que no estaba muy presente.”
El segundo plano en el que se mueve la novela es la situación en la que se encuentra el propio Henry Chinaski al convertirse en un escritor de éxito que vende cientos de miles de libros y empieza a ser conocido mundialmente. Por más que le pese a una parte de sus lectores e incluso a él mismo, Chinaski ha dejado de ser el escritor pobre, demente, resacoso, siempre al límite, que solía ser, para convertirse en un escritor con asesor fiscal, una hermosa casa de dos plantas con jardín y un BMW negro modelo 320i. No obstante, hay cosas que permanecen inmutables:

Así que allí estaba yo sentado a la máquina, escribiendo poemas y enviándolos a revistas de poca tirada. No sé por qué, el cuento no aparecía por la máquina de escribir y eso no me gustaba, pero no podía forzarlo, así que me dedicaba a juguetear con la poesía. Era mi escape y mi festín. Tal vez el cuento volvería algún día. Yo, por supuesto, esperaba que así fuese. Los caballos seguían corriendo, el vino seguía manando y Sarah hacía hermosos arreglos en el jardín.


Por último, el libro está salpicado de historias sobre los viejos tiempos, cuando Chinaski era joven y se “moría de hambre con tal de tener tiempo para escribir”. Volviendo la vista atrás, Chinaski reflexiona sobre aquel período:

Debía de estar loco. Sin afeitar. La camiseta llena de quemaduras de cigarrillos. Mi único deseo era tener más de una botella en el aparador. Yo no estaba de acuerdo con el mundo y el mundo no estaba de acuerdo conmigo, y había encontrado a otros como yo, la mayoría mujeres, mujeres que la mayor parte de los hombres no querrían en su misma habitación, pero yo las adoraba, me inspiraban, yo hacía teatro, soltaba tacos, me pavoneaba de un lado a otro en ropa interior diciéndoles lo fantástico que era, pero sólo yo me lo creía. Ellas simplemente gritaban: “¡Vete a tomar por culo!”, “¡Sirve más alcohol!” Aquellas damas del infierno, aquellas damas en el infierno conmigo.

En Hollywood encontramos todo un elenco de personajes que, como él propio Chinaski, desprecian la industria cinematográfica: actores, extras, productores, directores, guionistas, etc. Tipos raros, extravagantes, con manías extrañas que descolocan a Chinaski. Uno de estos personajes es François Racine, “un gran actor, pero de vez en cuando se vuelve loco. Simplemente se olvida del guión y de la escena que se supone que están rodando y hace lo que le viene en gana.”
Henry Friedman es otro de los personajes grotescos que pueblan el universo bukowskiano. Es uno de los dueños de la productora Firepower Productions. Todo el mundo lo odia, pero al mismo tiempo, todos se someten a sus caprichosos deseos. Chinaski lo ve por primera vez en una fiesta de cumpleaños:

Allí estaba con un traje viejo, sin corbata; le faltaba el botón de arriba de la camisa, que estaba arrugada. Friedman tenía la cabeza en otras cosas que no eran la ropa. Pero tenía una sonrisa fascinante y sus ojos miraban fijamente a la gente como si les estuvieran haciendo una radiografía. Había venido del infierno y estaba todavía en el infierno y lo llevaría a uno al infierno también, si se le diera la más mínima oportunidad.


Otro de estos tipos pintorescos es John Galt, un poeta que, en los viejos tiempos, había ayudado a Chinaski. Después de mucho tiempo sin verse, ser produce un reencuentro:

Parecía amable y bueno pero vi un dolor profundo en sus ojos que antes no había visto nunca. Más que un hombre que había querido ser feliz parecía un hombre que había perdido dos peones en los primeros movimientos de una partida de ajedrez sin sacar ninguna ventaja.


A pesar de todo, Henry Chinaski sigue sintiendo el mismo desprecio que mostraba en sus novelas anteriores por la gente:

A mí cada vez que alguien me hablaba me entraban ganas de tirarme por la ventana o de escapar por el ascensor. La gente, simplemente, no me parecía interesante. Quizá no tenía por qué serlo. Pero los animales, los pájaros, incluso los insectos lo eran. No lograba comprenderlo…

Al final de la novela, Henry Chinaski decide que escribirá una novela “sobre la creación del guión y la filmación de la película” y, evidentemente, se titulará Hollywood.
Para Félix romeo Pescador, Hollywood es, sin lugar a dudas, la mejor novela que ha escrito Charles Bukowski, y nos la define como

(…) una historia fuerte, dura, la historia del desengañado viejo que no es. De un escritor movido por el vaivén de los acontecimientos, muy poco preocupado por la acción y guiado por intereses ajenos a él que lo introducen en una dinámica de vida “desordenada”. (…) Hollywood es el retrato de dos decadencias, la de la industria del cine y la de la vida del escritor que se siente absolutamente estafado. Un escritor que se pregunta si alguno de sus lectores será inteligente, que se encierra en su mundo de carreras de caballos, poesía, alcohol y amor. Bukowski consigue crear en Hollywood un ambiente doblemente sórdido: el del mundo insoportable del cine y el de su vida guiada por una razón ajena a él mismo.

viernes, 3 de diciembre de 2010

El pesimismo

El pesimismo es contrarrevolucionario.

Raúl Argemí

(Para Joaquín Vega, con quien compartí una noche de borrachera y alegría. Joaquín, que no te quepa la menor duda: tarde o temprano acabaremos con el neoliberalismo. La izquierda vencerá).

jueves, 2 de diciembre de 2010

Yo sé que los dos

Yo sé que los dos sentimos lo mismo
Sólo estamos en sitios distintos
Sólo estamos en sitios distintos

Nacho Vegas

miércoles, 1 de diciembre de 2010

De color de rosa

a pesar del psoe y el pp
del euríbor y las hipotecas
de la ue, la otan y la onu
de los sindicatos del régimen
de la junta de andalucía
y sus enchufados
de la ley electoral
de la bajada de los sueldos
y de la subida de los impuestos
de los cuatro millones y medio de parados
de los cabrones que matan a sus mujeres
del presidente del congreso
de los aeropuertos y las compañías aéreas
de los programas del corazón
de la ministra de sanidad
del hambre en el mundo
de la estupidez que campa a sus anchas
del príncipe felipe y la princesa letizia
de la mala literatura y el reguetón
de la fibromialgia y la diabetes
del precio de la gasolina
de la derechización de la sociedad
de la extinción del oso panda
del caso gúrtel y del caso malaya
de las mentiras del telediario
de los epítetos y la cobardía
de el país, el mundo, la razón
de las top-models y los futbolistas
de la telefónica y sus anuncios publicitarios
de los estados terroristas
de los móviles y sus musiquitas
de los premios literarios (amañados)
del fondo monetario internacional
y de su puta madre,

como cantaba Víctor Coyote
la vida es de color de rosa
(sólo por un rato,
pero de color de rosa).

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Tsunami (dos)

Soy un tsunami,

una ola gigantesca

que arrasa

cuanto pilla

a su paso.

Ya te digo.

Todo destruido.

Sin remedio.

martes, 23 de noviembre de 2010

Perfecto

La primera vez que se encontraron todo fue tan maravilloso, tan especial, tan magnífico, tan extraordinario, tan fastuoso, tan delirante, tan perfecto, que después de aquel día, los dos decidieron no volverse a ver nunca jamás.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Luis García Berlanga: el dulce placer de la transgresión

El Pasado sábado 13 de noviembre fallecía en su casa de Madrid el director de cine Luis García Berlanga. Tenía 89 años. El legado que deja para la posteridad es extraordinario: 17 películas, entre las que se cuentan un puñado de obras maestras y, sin ningún género de dudas, el gran alegato contra la pena de muerte que fue, que es, que seguirá siendo, El verdugo.
García Berlanga había nacido en la ciudad de Valencia en 1921, en el seno de una familia acomodada. Su padre llegó a ser Gobernador civil de Valencia durante la República. Este hecho, obligó al joven Berlanga a alistarse en la División Azul para luchar en el frente de Rusia, con el objetivo de salvar la vida de su padre. Allí coincidió con Luis Ciges (en la misma situación que Berlanga), que luego participaría como actor en muchas de sus películas. Sobre esta etapa de su vida dijo: “Lo pasé muy mal, fundamentalmente, por dos cosas: por el frío y por el miedo.” Y solía añadir: “Con todo, confieso sentir la satisfacción personal e íntima de no haber disparado un solo tiro en el frente, con lo que tengo la tranquilidad de no haber podido participar directamente en la desgracia de nadie.”
A finales de la década de los cuarenta, se matricula en la Escuela de Cine (su nombre técnico era Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas), donde coincide con Juan Antonio Bardem, y donde algún tiempo después, el mismo Berlanga trabajaría como profesor. Con Bardem dirige, en 1951, a medias, la que sería la primera película para ambos directores: Esa pareja feliz, interpretada por Fernando Fernán-Gómez y Elvira Quintillá. Bardem se encargó de la dirección de actores y Berlanga de la dirección técnica. Con esta película, ambos directores ponen los cimientos de lo que será el cine español en los años venideros. En la película ya se encuentran todos los ingredientes que, posteriormente, el director valenciano iba a desarrollar en sus películas en solitario: el tono cómico para una obra teñida de tragedia y, sobre todo, ese pozo amargo, profundamente adverso, de unos personajes condenados al fracaso, muy a su pesar. También desde el mismo comienzo de su carrera como director, se puede apreciar la importantísima influencia de directores norteamericanos como Capra o Sturges, que estaría latente en toda su filmografía, pero especialmente en la primera etapa.
Se puede hablar de dos etapas bien diferenciadas en el cine berlanguiano: la primera, desde sus comienzos hasta la llegada de la democracia, o tal vez sería más preciso matizar, hasta la muerte de la censura. La segunda, desde La escopeta nacional, rodada en 1977, hasta su última película, Paris-Tombuctú, de 1999. Indudablemente, sus mejores obras datan de la primera época: Bienvenido Mr. Marshall (1953), Los jueves, milagro (1957), Plácido (1961) o El verdugo (1963). La tetralogía formada por estas cuatro películas lo encumbra a la cima del cine europeo, llegando incluso a estar nominado para el Óscar a la mejor película de habla no inglesa por Plácido. Es en esa España negra y cutre del franquismo en la que el director valenciano saca de su interior toda la capacidad que posee de burlar a una censura estúpida y puritana. Cuanto mayor es el control, más se crece Berlanga. El mejor ejemplo, sin duda, lo encontramos en El verdugo, para muchos críticos la mejor película de la historia del cine español. Interpretada por un inconmensurable Pepe Isbert, acompañado por Emma Panella y Nino Manfredi, la película narra la historia de un hombre que por conseguir un piso del Estado, se ve obligado a convertirse en verdugo, en aquella España de garrote vil, con la esperanza incierta de que nunca tendrá que ejecutar a nadie. Para los anales de la historia del cine, permanecerá ese plano secuencia final en el cual, el verdugo es arrastrado por los policías para que cumpla con su deber y ejecute al reo. Todavía hoy, cuando han transcurrido 47 años desde que se hiciera la película, uno no se explica cómo a la censura se le coló aquel guión.
Con la llegada de la democracia el cine berlanguiano, sin cambiar completamente de rumbo, lima asperezas y se hace un poco menos hiriente, menos incisivo. Con todo, algunas de las obras de esta segunda etapa, rozan un altísimo nivel, por ejemplo, La escopeta nacional o La vaquilla, su película sobre la Guerra Civil española. Pero qué duda cabe, en películas como Moros y cristianos o Todos a la cárcel no consigue crear aquellos retratos de personajes arquetípicos de nuestro país, como había hecho en el cine de su primera etapa.
Luis García Berlanga ha sido uno de los más grandes directores que ha dado el cine. Un ser tremendamente lúcido e inteligente, tierno y duro a un tiempo, irónico y trágico, charlatán y erotómano, ácrata y burgués, pícaro y bon-vivant, maestro del humor negro, de la transgresión más feroz, del surrealismo, un genio que cultivó como nadie ese estilo tan hispano llamado esperpento. Luis García Berlanga: un personaje irrepetible.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Tsunami

Habían pasado casi doce años desde la última vez que se vieron. Aquel día había resultado demoledor. Como un tsunami. Ella le contó que ya no lo quería. Que había conocido a otro chico. Que era holandés. Que había decidido seguirlo hasta Amsterdam. Que su relación de casi veinte años estaba en un callejón sin salida. Él lo recordaba todo perfectamente. También sus propias lágrimas, sus súplicas reiteradas, sus promesas de amor eterno. Pero no hubo piedad. Nunca la hay en casos como este. En realidad es como debe ser. Sin piedad. Eso lo pensaba ahora. Casi doce años después. Pero aquel día lloró como un niño chico.
Durante estos años, él había seguido sus pasos por la prensa. Ella era una escritora de éxito. Lo había conseguido. Él aún recordaba cuando eran jóvenes y tenían un sueño común: convertirse en escritores. Ahora, después de todos estos años, ella era escritora. Él no. Siempre había sido consciente de su mediocridad, de su falta de talento, de su carencia de ambición. Así que pronto dejó de intentarlo. No quería perder el tiempo.
Ahora, casi doce años después, estaba en el aeropuerto esperándola. Había recibido un correo electrónico hacía una semana. Lo escribía ella. Le contaba que volvía a España. Que sólo serían unos días. Un par de lecturas en Madrid y Barcelona. Una conferencia en Granada. También le decía que quería volver a verlo. Que después de tanto tiempo, a lo mejor había llegado el momento de sentarse juntos, frente a frente, y hablar sin rencores, sin tapujos, en absoluta libertad.
Y ahora, doce años después, él estaba allí sentado, los auriculares puestos, escuchando un disco de los Joy Division, esperando para reencontrarse con su pasado. Cuando se abrió la puerta y la vio aparecer, se levantó de su asiento y se dirigió hacia ella. Se miraron un momento. Una décima de segundo. No más. Y se abrazaron. Sin palabras. Un abrazo que abarcaba una ausencia de una docena de años. Y los dos se quedaron allí de pie, aferrados al cuerpo del otro, abrazados en silencio, mientras la gente pasaba junto a ellos, ajenos por completo al bullicio del aeropuerto.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El viejo Tom

La primera vez que leí el nombre de Tom Waits impreso en un papel yo debía andar por los quince años. O sea, allá por 1985. Fue en uno de los primeros números de la revista Ruta 66. No sé cómo cayeron en mis manos aquellas páginas del diablo, pero desde el momento en que leí aquel satánico artículo, me convertí fulminantemente en devoto del músico californiano y de su música hipnótica y vodevilesca. Y eso sin haber escuchado ni una sola de sus melodías. Tuvieron que pasar unos cuantos meses hasta que por fin me hice con uno de sus discos. En aquella época sin internet no era nada fácil escuchar la música que venía del otro lado del mundo. Ni siquiera la que se hacía al lado de tu casa. Así que un año después de enterarme de la existencia de este tipo singular, un amigo que era bastante más mayor que yo y que estaba a la última y encima viajaba con cierta frecuencia a Madrid, se compró el Rain dogs en uno de sus viajes. Y me lo grabó en una cinta. Y ya no hubo marcha atrás. Ah, no exagero si digo que ese acontecimiento que, en principio podría parecer totalmente intranscendente, fue uno de los momentos más importantes de mi vida. Los meses que siguieron fueron de búsqueda constante. Siempre que conocía a alguna persona a la que le gustaba la música con intensidad, lo sondeaba por si acaso. Nunca había suerte. Nadie parecía saber nada de él. Hasta que me crucé en el camino con el pintor Rafa Quintero. Yo debía rondar los 18 más o menos. Rafa tenía muchos discos del viejo Tom, en vinilo, con sus grandes y hermosas portadas y me los grabó todos y cada uno de ellos: Closing time, The heart of Saturday night, Heartattack and vine, Swordfishtrombones, etc. Para esa época ya sabía más sobre su obra, sobre su vida, sobre esa figura que se me antojaba inconmensurable: había leído sobre él en Rockdelux, en Ruta 66, y en la magnífica Enciclopedia del Rock que editó El País y que coordinó Diego A. Manrique. El puzzle estaba incompleto pero cada día faltaban menos piezas.
A esas alturas de la película, yo veneraba a Tom. Cuando me vine a estudiar a la ciudad de Granada, una amiga me regaló un librito con las letras en ingles y castellano (traducidas por Alberto Manzano) de algunas de sus canciones. Esas canciones las escuché, mientras leía las letras, miles de veces, en la soledad de mi habitación. Algunas incluso me las aprendí de memoria: "Martha", "Jersey Girl", "Time", "Looking for the heart of Saturday night", "Downtown Train" y alguna más. Empezaban los noventa y cada vez que Tom sacaba un disco, yo estaba en la tienda, puntual como un despertador. Así fueron cayendo uno detrás de otro: Frank’s Wild Years, Bone Machine, Mule Variations, Alice, Blood Money, etc.
Todo lo relacionado con la obra de Tom me interesaba hasta límites preocupantes. Por ejemplo, su carrera como actor. He tratado de no perderme ninguna película en la que apareciese Tom Waits: Corazonada (con esa banda sonora tan, tan melancólica, ya sé, ya sé, en esta no actúa él, pero sólo por la música ya vale su peso en oro), La ley de la calle, (donde interpretaba a aquel camarero filósofo), Cotton Club (el MC parlanchín y dicharachero), Bajo el peso de la ley, El Rey pescador, Drácula de Bram Stocker, Vidas cruzadas (donde interpreta a un conductor de limusina borrachuzo y pendenciero, en mi opinión su mejor papel) o la última de todas, El imaginario del doctor Parnassus, en un papel que parecía un trasunto de su propio personaje. También me he ido haciendo con los libros que se han publicado sobre su obra, o con los que traducen las letras de sus canciones. He seguido comprando cualquier revista donde apareciera su nombre. Todo. Absolutamente todo.
En mi opinión, tan poco objetiva tratándose de este tema, su discografía está repleta de canciones únicas, maravillosas, hirientes unas veces, balsámicas otras, pero siempre marcadas por la huella imborrable de su estrafalaria personalidad. También es cierto que sus últimos discos no son tan excepcionales como aquellos míticos Blue Valantine, Foreing Affairs o Rain dogs, y que desde Mule Variations, no ha firmado ninguna otra obra de tantísima calidad, pero qué carajo, todos ellos superan con creces la media de lo que hace cualquier otro músico o grupo actual. Y aunque sólo hubiera compuesto en los últimos años un temazo como “Make it rain” ya hubiera merecido la pena todo el dinero invertido. Así que mientras el viejo Tom siga grabando, yo estaré ahí, al pie del cañón, siempre dispuesto a gastarme unos eurillos en un trocito de felicidad con forma de disco.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Remake

Últimamente su existencia se le antojaba un puro ramake. Todo cuanto acontecía parecía haber tenido ya lugar en épocas pretéritas de su vida y además, como suele ocurrir en el cine con los remakes, con mucha más calidad. La música que escuchaba, las películas que veía, los libros que leía, la ropa que compraba, las conversaciones telefónicas que mantenía, las amistades que cultivaba, los platos que cocinaba, las noticias que escuchaba en la radio o veía en la televisión, y hasta los polvos que echaba (cuando los echaba) no dejaban de ser la versión revisada de lo que había ocurrido diez o veinte años atrás. Hasta tal punto llegaba el autoplagio que, a veces, se sorprendía repitiendo, palabra por palabra, conversaciones que había mantenido cuando no era más que un chaval. E incluso había días que eran calcados, fotograma a fotograma, de otros ya vividos con anterioridad. Y es que su vida se había convertido, sin darse cuenta, en el más aburrido y cutre de los remakes.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Todo poema

Todo poema,

por definición,

es mentira.

Si no, se llamaría reportaje,

crónica, documental.

jueves, 11 de noviembre de 2010

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Disfrazada de canción

Nada es más hermoso

que verla cada día

salir a la calle

disfrazada de canción.

Sus extrañas melodías,

sus acordes maravillosos,

su ritmo trepidante,

dejan a su paso

rumores como de pájaro

multicolor

perdido en el cielo azul.

martes, 9 de noviembre de 2010

Autodestrucción

Camino

con paso lento

bajo la lluvia

por calles solitarias,

sin rumbo.

Es una lluvia

tórrida,

voluptuosa,

viscosa.

Gotas miscroscópicas

de acetilmorfina

que empapan la piel

y dejan en la boca

un regusto a óxido,

a ausencias.

La muerte me sonríe

con sonrisa de reptil.

domingo, 7 de noviembre de 2010

La honestidad brutal de Santiago Sierra

Abro mi correo electrónico y me encuentro un correo de mi amigo Felipe Villa. Me dispongo a leerlo y, cuando lo hago, la noticia me deja perplejo. Santiago Sierra, artista plástico al que el día 4 de noviembre se le ha concedido el Premio Nacional de las Artes 2010, dotado con treinta mil euros, hace público su rechazo al premio. El artista madrileño afincado en México ha escrito una carta dirigida a la Ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, en la que le viene a decir que está muy agradecido por haber sido distinguido con el premio pero que pasa olímpicamente de él y de todo lo que significa ese premio. Entre las razones que alega para rechazar el premio, Sierra apunta que los premios son para gente que han realizado un servicio, por ejemplo, ”(…) un empleado del mes”. Más adelante escribe: “el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio”. Se queja Santiago Sierra de que el premio sólo trata de instrumentalizar en beneficio del Estado el prestigio del premiado. Y en opinión de Santiago Sierra, un artista radicalmente comprometido con el ser humano y con la libertad creativa, resulta inaceptable entrar en el juego de un Estado “que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local.” Y despide su misiva a la Ministra de Cultura con un elocuente “¡Salud y libertad!”
En mi opinión, lo que ha hecho Santiago Sierra, es un gesto rebosante de dignidad. Algo que no nos debería sorprender lo más mínimo, pero que, por desgracia, en los tiempos que vivimos, es un gesto, cuando menos, excepcional. Los artistas, —de cualquier disciplina artística— pierden el culo por una subvención. Conozco a más de un escritor al que se le llena la boca con palabras como honestidad, dignidad, compromiso, etc., pero no duda lo más mínimo, si la ocasión es propicia, en trincar la pasta de las subvenciones y de los premios, aunque esa pasta huela a mierda a varios kilómetros a la redonda, aunque para ello tenga que comulgar con ruedas de molino.
Está claro que todos los premios son fruto de la subjetividad. Eso, hasta cierto punto, es algo normal. Lo que no es nada normal es que casi todos los premios sean fruto del amiguismo, del mamoneo y de las conspiraciones de salón. Lo digo sin ambages ni medias tintas. Al menos los premios literarios dan asco a nada que se rasque un poco sobre su piel viscosa. Y me temo que en las disciplinas plásticas es incluso peor. A estas alturas del partido, no se entiende muy bien qué hace un escritor de la talla de Eduardo Mendoza (un tipo al que respetaba y al que he leído) jugando a los trapicheos del Planeta. Otro ejemplo: si se repasa la lista de premios Nobel de Literatura se encuentran más de cuatro ejemplos que dan que pensar. Sin ir más lejos, nuestro Echegaray. Pero la lista es bastante larga.
Volviendo a Santiago Sierra he de decir que su postura me parece no sólo un ejercicio de coherencia ideológica (¡qué necesitados andamos de coherencia ideológica, amigo Sancho!), sino también una muestra de valentía, cercana a la temeridad. Qué duda cabe que su rechazo al Premio Nacional de las Artes pone a los responsables políticos de la cultura de este país en un gran brete. Y eso es algo que no se le perdonará jamás. Y luego está el dinero. Desconozco cuál será la situación económica de este artista, pero a nadie amarga un dulce. Y él ha rechazado, de un plumazo, treinta mil euros. En fin, qué queréis que os diga. Que es muy gratificante encontrar artistas tan libres, tan independientes, tan coherentes como Santiago Sierra. Ojalá que cunda el ejemplo. Aunque mucho me temo que no será así.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Las novelas de Bukowski (V)

La forja de un rebelde: La senda del perdedor

En 1982 se publica su cuarta novela, La senda del perdedor . Esta novela entronca directamente con la tradición norteamericana de novelas cuyo protagonista principal es un niño que nos muestra el mundo desde su particular óptica, tales como Tom Sawyer o Huckleberry Finn, de Mark Twain, El Arpa de Hierba, de Truman Capote o El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. Sin embargo, la obra de Charles Bukowski, por su temática, está más cerca de los sufridos protagonistas infantiles de Charles Dickens (por ejemplo, Sissy en Tiempos difíciles u Oliver Twist en la obra homónima) que de Hackleberry Finn en la novela de Twain o Holden Caulfield en la novela de Salinger.
Durante mucho tiempo John Martin había intentado que Bukowski escribiera una novela sobre su niñez, pero el autor siempre se había negado argumentando que era una época que sólo despertaba en él malos recuerdos, y por tanto, le resultaba muy difícil escribir sobre esa etapa de su vida. En una carta dirigida a John Martin fechada el día siete de octubre de 1976, Charles Bukowski reflexiona a propósito de este tema: “Creo que nunca seré capaz de escribir sobre mi niñez. Quizás con setenta años (…)”. Y no sería hasta 1980 cuando empezara a escribir sus recuerdos de infancia y juventud.
En esta obra se relata la infancia y adolescencia de Henry Chinaski, partiendo desde su primer recuerdo, hasta el día en que Pearl Harbor es bombardeado por la aviación japonesa y los Estados Unidos entran en la Segunda Guerra Mundial. El joven Chinaski nos presenta una época durísima de la historia americana: la Gran Depresión de los años treinta.

La gente empezó a ir a los solares donde crecía la hierba. Habían aprendido que algunas de las hierbas podían ser guisadas y comidas. Había peleas a puñetazos entre hombres en los solares y en las esquinas. Todo el mundo estaba furioso. Los hombres fumaban Bull Durham y no aguantaban a nadie. (…) La gente hablaba de segundas y terceras hipotecas. Mi padre vino a casa una noche con un brazo roto y los dos ojos morados. Mi madre tenía un trabajo en alguna parte que le daba un poco de dinero. Y todos los chicos del vecindario teníamos un par de pantalones para los domingos y otro par de pantalones para diario. Cuando los zapatos se desgastaban, no había otros para reponerlos. En las tiendas se vendían suelas y tacones por 15 o 20 centavos junto a la cola, y éstas se pegaban en los zapatos desgastados.


Además de la terrible situación socioeconómica, Chinaski tiene que soportar el hecho de tener un padre cruel, cuyas palizas se van haciendo prácticamente diarias:

Entré y él cerró la puerta tras nosotros. Las paredes eran blancas. Había un espejo de baño y una pequeña ventana, con una cortinilla negra rota. Estaban la bañera y el retrete y los azulejos del suelo. Cogió la badana de cuero para afilar la navaja de afeitar que colgaba de un gancho. Iba a ser la primera de una serie incontable de palizas que se fueron haciendo más y más frecuentes. Siempre, me parecía a mí, sin una verdadera razón.


Su madre es una mujer sumisa y obediente, incapaz de rebelarse contra el yugo de su esposo. Para colmo de males, Chinaski se ve sorprendido por el peor caso de acné de la ciudad de Los Ángeles:

Pasaron unos minutos y de repente la habitación se llenó de gente. Todos eran doctores. Al menos tenían el aspecto y hablaban como doctores. ¿De dónde habían salido? Creía que apenas había doctores en el Hospital General de Los Ángeles.
—Acne vulgaris. ¡El peor caso que he visto en todos mis años de ejercicio!
—¡Fantástico!
—¡Increíble!
—¡Mirad su cara!
—¡El cuello!
—Acabo de examinar a una joven con acne vulgaris. Su espalda estaba cubierta de granos. Ella lloró y me dijo: “¿Cómo podré jamás ligarme a un hombre? Mi espalda quedará marcada para siempre. ¿Quiero suicidarme!” ¡Y ahora mirad a este tipo! Si ella pudiera verlo, sabría que no tenía razón para quejarse.

Por todo esto, el joven Chinaski se ve rechazado tanto por sus compañeros de colegio como por las chicas. La lectura y la escritura se convierten en la única escapatoria posible, y el único lugar donde se encuentra a gusto, la Biblioteca Pública de Los Ángeles. Allí empieza a leer un libro cada tarde y por sus manos pasan todos los grandes autores americanos y europeos: Upton Sinclair, D. H. Lawrence, Iván Turgenev, Maximo Gorki, John Dos Passos, Ernest Hemingway, Sherwood Anderson, Fiódor Dostoyevski, John Fante y un largo etcétera. Un poco más tarde conoce los encantos del alcohol, creándose un paraíso artificial en el que intenta escapar de todos los horrores de la vida cotidiana:

Nos sentamos en un banco del parque mascando chicle, y yo pensé, bueno, ahora sí que he encontrado algo, algo que me va a ayudar en los días venideros. La hierba del parque parecía más verde, los bancos del parque tenían mejor aspecto y las flores lucían más. Quizás aquella bebida no fuera buena para los cirujanos, pero el que alguien quisiera ser cirujano ya indicaba que no estaba bien desde el principio.


La senda del perdedor retrata a la perfección la otra cara del sueño americano: la carencia de oportunidades, el rechazo social, el alcohol como refugio seguro ante los problemas cotidianos, así como la falta de ambición y de autoconfianza del protagonista. En un pasaje de la novela, su protagonista, Henry Chinaski habla de sus deseos más inmediatos:

Podía ver el camino que se abría frente a mí. Yo era pobre e iba a continuar siéndolo. Pero tampoco deseaba especialmente tener dinero. No sabía qué es lo que quería. Sí, lo sabía. Deseaba algún lugar donde esconderme, algún sitio donde no tuviera que hacer anda. El pensamiento de llegar a ser alguien no sólo no me atraía sino que me enfermaba. Pensar en ser un abogado, concejal, ingeniero, cualquier cosa por el estilo, me parecía imposible. O casarme, tener hijos, enjaularme en la estructura familiar. Ir a algún sitio para trabajar todos los días y después volver. Era imposible. Hacer cosas normales como ir a comidas campestres, fiestas de Navidad, el 4 de julio, el Día del trabajo, el Día de la Madre… ¿acaso los hombres nacían para soportar esas cosas y luego morir? Prefería ser un lavaplatos, volver a mi pequeña habitación y emborracharme hasta dormirme.

En palabras de Barry Miles, autor de una biografía sobre Charles Bukowski, este libro es posiblemente su mejor novela, su Bildungsroman, la historia novelada de su infancia, la torturada relación con su padre, hasta el instituto de secundaria y hasta Pearl Harbor y la primera vez que se marchó de casa. Es una obra conmovedora, mordaz, divertida a veces y a veces inquietante.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Obama

Tengo una amiga que se llama Guadalupe. Ella y yo, la otra tarde, quedamos para tomarnos un café. Eso es algo que hacemos de vez en cuando. No con relativa frecuencia, pero tampoco de higos a brevas. Guadalupe me telefoneó aquella misma mañana. Tengo que contarte algo importante, me dijo con voz trémula. Muy importante, matizó. Después, sentados ante un café, me lo lanzó a bocajarro: Me he enamorado de Barack Obama. Tengo que confesar que yo no estaba preparado para la noticia. Pero hice como que sí. ¿Cómo es eso?, pregunté. ¿El Barack Obama de verdad, el que sale en la televisión? Sí, el mismo, el presidente de los EE. UU, el de yes, we can, el hombre más poderoso del planeta, el number one. Al ver mi cara, mezcla de sorpresa y curiosidad, Guadalupe continuó con su explicación. Es tan guapo, tan sexy, tan elegante, tan inteligente, se mueve tan bien, y tiene una piel tan suave. Esa fue su respuesta. Coño, pero ¿tú lo has pensado eso bien? ¿Qué futuro le ves a vuestra relación? Mi amiga se encogió de hombros y no dijo nada, como si su silencio ya lo dijera todo. Luego, tras beber un par de sorbos de su taza de café con leche, Guadalupe me contó que estaba intentando agregarlo al messenger y hacerse amiga suya del facebook. Así podrían chatear y conocerse más íntimamente. Si todo va como yo espero, continuó, la próxima vez que Obama venga a nuestro país a reunirse con Zapatero, a lo mejor quedamos para tomar algo. Luego podemos ir a su hotel y echar un polvete. Me explicó que a ella no le importa echar un polvo en la primera cita. No es de esas que tienen remilgos la primera vez. Si el chico me gusta, eso no me plantea problemas morales, me dijo. Y este me gusta de verdad. ¡Tiene unos labios tan sensuales! Es que me pone mogollón, me dijo sonriendo pícaramente. Y pensándolo bien, es que el tío es perfecto: ¡si tiene hasta un premio Nobel! Y no uno cualquiera, sino el de la Paz. Eso significa que al menos es buena persona, porque digo yo que no le van a dar ese premio a un pedazo de mierda cabronazo, ¿no? Resumiendo: que encontré a mi amiga Guadalupe enamorada hasta las trancas. Y eso me preocupa. No sé si Obama sabrá quererla como mi amiga merece. Ella necesita un chico que la mime, que sea cariñoso con ella, al que no le importe salir a pasear los domingos y la invite luego a merendar y que le regale bombones y ropa interior de color rojo por san Valentín. Y me da que Obama no es de esos. ¿O estaré equivocado?

martes, 2 de noviembre de 2010

Hasta los cojones de...(III)

- De Zapatero y Rajoy, tanto monta...
- De la visita del Papa, de la pasta que nos cuesta y del por culo que da la criatura.
- Del dinero que los estados gastan en armamento y de que siga habiendo tantísima hambre en el mundo.
- De la mala literatura, sobre todo de los best-sellers.
- De la puta crisis económica.
- Del capitalismo y el neoliberalismo.
- De que el nuevo disco de Juan Perro tarde tanto en ser publicado.
- De las elecciones norteamericanas, de Obama y de los nazis del Tea Party.
- De que suban los precios y bajen los sueldos.
- De que Rubalcaba se crea Batman, Superman, Estrella Plateada y los Cuatro Fantásticos en uno.
- Del cabrón, pederasta, soplapollas Sánchez Dragó (por cierto, ¿alguien conoce a alguien que alguna vez haya leído un libro, cualquier libro, de este tío, o mejor aún, alguien es capaz de decir, sin buscar en google algún título de un libro de este tío?).
- De Sarkozy, de Merkel, de Durao Barroso y de todos los demás fascistas de la UE que llevan a Europa a un callejón sin salida.
- De que Andalucía esté siempre a la cola (de cualquier cosa).

lunes, 1 de noviembre de 2010

Artículo 1 de la Constitución Española

1. España se constituye en un Estado anti-social y anti-democrático sin Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico el sometimiento, la injusticia, la desigualdad y el pensamiento único.
2. La soberanía nacional reside en las mercados financieros, en los bancos y en el Fondo Monetario Internacional, del que emanan los poderes del Estado. El Presidente del Gobierno velará por los intereses de estas organizaciones (y al pueblo español que le den por culo).
3. La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria de chichinabo, o sea, más falsa que un bolso chino de Dolce y Gabbana.

jueves, 28 de octubre de 2010

Taxonomía

un corazón de goma espuma
un corazón miope
un corazón en penumbra

un corazón armado hasta los dientes
un corazón empapado en mezcal
un corazón abandonado en la calle

un corazón de plástico fino
un corazón liofilizado
un corazón que cree en las casualidades

un corazón catatónico
un corazón al desnudo
un corazón que miente más que habla

un corazón adicto al pecado
un corazón que deja miguitas de pan en el camino
un corazón en harapos

un corazón esquizofrénico
un corazón hiperactivo
un corazón que arriesga la vida

un corazón sin compartimentos
un corazón siempre en guardia
un corazón que huele a bizcocho

un corazón en caída libre
un corazón en bancarrota
un corazón a la deriva

un corazón fugitivo
un corazón invertebrado
un corazón sin coartada

un corazón de plastilina
un corazón de estilo art decó
un corazón casi transparente

un corazón que vuelve de la guerra
un corazón desamparado
un corazón de guante blanco

un corazón sin concesiones
un corazón al galope, desbocado
un corazón a punto de naufragar

mi corazón

miércoles, 27 de octubre de 2010

La princesa Letizia me ha dicho que me ama

Hoy
viendo el telediario en la televisión,
han contado que la princesa Letizia
había estado en nosequé sitio
inaugurando nosequé cosa.
Yo estaba almorzando
y cuando he levantado la vista del plato
he reparado en que la princesa Letizia
me estaba observando.
Un suspiro se le ha escapado
de repente
y mirándome fijamente
me ha dicho: te amo.
Nuestro amor es imposible, le he contestado.
Dame tres buenas razones, ha continuado.
Porque soy anarquista, he argumentado.
Eso no importa, ha sentenciado.
También Bakunin era príncipe y libertario.
Porque ya estoy casado.
Menos aún, se ha carcajeado.
El amor es un gato libre que va por los tejados.
Porque soy poeta.
Joder, eso sí que es chungo.
Poeta tenías que ser.
Nuestro amor ya se ha acabado.

lunes, 25 de octubre de 2010

Dentro del poema

Dentro del poema

hay otro poema

que contiene,

a su vez,

un poema,

en cuyo interior

hay un poema

que tiene dentro

un poema

del tamaño

de una lágrima

o de una galaxia

(según se lea).

domingo, 24 de octubre de 2010

sábado, 23 de octubre de 2010

Cigarrillos y café

Teníamos quince años. Recuerdo las tardes de domingo. Solíamos quedar en su casa porque sus padres iban al fútbol casi todas las semanas. Escuchábamos los discos de Dogo y los Mercenarios, de los Clash, de los Ramones, de Radio Futura o los Burning. Fumábamos cigarrillos rubios, cientos de cigarrillos rubios y bebíamos café. Café negro, amargo, fuerte. Café recién salido de la cafetera, humeante y aromático. A veces comprábamos pasteles. Otras veces alguien llevaba costo. Y nos fumábamos unos canutos. Reíamos. Cantábamos. Hacíamos como que tocábamos la guitarra. Hablábamos del amor, del dolor, de las cosas de la vida. Éramos arrogantes, con esa arrogancia que sólo se tiene a los quince años. Pensábamos que lo sabíamos todo, que teníamos en nuestras manos el secreto, no importa demasiado de qué. Aunque en realidad no éramos más que aprendices, aprendices de todo. Y no sabíamos una mierda de nada. Cuando ya era tarde y sus padres estaban a punto de regresar, abríamos de par en par las ventanas de la casa y dejábamos que el aire frío de la noche entrara a raudales y lo purificara todo. Y nos marchábamos cada uno a nuestra casa porque al día siguiente había que ir al instituto. Y nos volvíamos a encontrar a la misma hora, en el mismo sitio, los mismos amigos, el domingo siguiente.

jueves, 21 de octubre de 2010

Los días salvajes

Estos son los días salvajes.

Días de angustia y óxido.
Días de tumbas mancilladas.
Días autistas.
Días amnésicos.

Estos, de ahora, son los días salvajes.
Estos son los días de la inmundicia.
Estos son los días de la maleza y la herrumbre.

Días de tierra quemada.
Días de sueños podridos.
Días para desterrar el orgullo.

Estos no son días de esperanza.
Estos no son días de vino y rosas.
Ni siquiera son días azules.

Días sin futuro. Eso es lo que son.

Los días salvajes.

martes, 19 de octubre de 2010

Sequía

Llevaba más de tres semanas sin escribir una frase. Desde que se ganaba la vida con su escritura, de manera más o menos profesional —más mal que bien, todo había que decirlo— jamás había estado tanto tiempo sin escribir absolutamente nada. Ni un cuento, ni un artículo periodístico, ni tan siquiera un mal verso que llevarse a la impresora. En otras ocasiones de sequía creativa, la poesía siempre le había servido de tabla de salvación. Bastaba con escribir un buen verso para que el maleficio del bloqueo literario se desvaneciera como la niebla matinal. Como por arte de magia. Pero esta vez la cosa parecía diferente. Esta vez era incapaz de encontrar ese verso. Ni un maldito haiku. Joder, pensó, mira que si no vuelvo a escribir en mi puta vida. Tendría que volver a las clases de la universidad. Dios, como odio las putas clases, con todos esos zopencos drogadictos y subnormales pensando en el botellón. La sola idea de tener que volver a impartir clases de literatura norteamericana le aterraba. Estaba hasta las pelotas de Faulkner, de Hemingway, de Poe y de su puta madre. Sólo de pensar en Moby Dick se le revolvían las tripas y le entraban unas ganas terribles de cagar. Y prefería el suicido antes que volver a leer versos de Aullido o de La tierra baldía. Así que tomó papel y bolígrafo con la intención de desarrollar un buen argumento para escribir un relato corto decente. Nada. Sequía total. Después de una hora no había escrito ni una sola palabra. Es por el bolígrafo y el papel, dijo en voz alta, como si hablase con alguien, aunque estaba más solo que la una —desde que su mujer lo dejó por un tío más joven, más guapo y con la polla mucho más grande que la suya, su estado natural era la soledad). Así que cogió el ordenador portátil y se sentó delante de él. Seguro que con este chisme me relajo y lo consigo. Esperó unos minutos a que el ordenador se pusiera en marcha y abrió un documento de word. Escribió: El hombre se bajó del coche. Eran las tres de la tarde. Mierda. Mierda. Mierda. Y borró la frase. Empezó de nuevo: Los ojos de María eran del color de los caramelos de miel. Hostia puta, como siga así, acabaré escribiendo como Corín Tellado, pensó. Y así una y otra vez. Más de diez intentos. Basura. Sólo basura. Las frases que se le ocurrían apestaban. La sequía creativa que estaba padeciendo era mucho más seria de lo que había pensado en un primer momento. La dicotomía vital que se le planteaba estaba clara: literatura norteamericana en la facultad de filología o arrojarse a la vía del tren. Adolescentes pastilleros y borrachuzos o gusanos en un ataúd. De pronto lo vio todo claro. Escribiría un cuento sobre un escritor que sufre un bloqueo.
Llevaba más de tres semanas sin escribir una frase. Desde que se ganaba la vida con la escritura… tecleó en el ordenador. Y la cosa comenzó a fluir.

domingo, 17 de octubre de 2010

Palabras

…porque las palabras son cadáveres…
Francisco Umbral

Palabras
que nombran el mundo.

Palabras que expresan
el dolor de los que pierden,
el deseo de los que aman.
Palabras con forma de navaja,
afiladas,
frías,
metálicas,
que se clavan en el vientre insomne de la noche.
Palabras que describen
el miedo atávico de los hombres,
el azul de los delfines,
el prodigio de las utopías.

Palabras
que
narran
impúdicas
hazañas
bélicas.

Palabras como cadáveres
sobre el asfalto mojado.

Palabras que ya no respiran,
que no llenan el vacío
que van dejando
los días que pasan.
Palabras que disparan como una pistola nerviosa.
Palabras que tiritan de frío
en un banco
de un parque
de Granada.

Palabras solitarias.
Palabras oxidadas.
Palabras exiliadas.
Palabras sin alma.
Palabras que lo dicen todo.
Palabras que apenas significan nada.

(Poema incluido en mi libro Versos de alambre de espino, Editorial Alhulia, 2009)

viernes, 15 de octubre de 2010

Reyes

Teníamos todo el tiempo del mundo para perder. Nada nos importaba. Nos sentíamos como reyes, como auténticos reyes, en libertad absoluta para hacer lo que nos diera la gana en cada instante. Y tal vez lo éramos. Nos levantábamos a mediodía. Nuestros desayunos eran interminables. Nos gustaba charlar de esto y aquello, y fumar un cigarrillo tras otro. A ella le encantaba reírse de todos sus ex. Yo contaba anécdotas de otras épocas de mi vida. Algunas conseguían arrancarle una carcajada. Mientras comíamos tostadas de mantequilla y mermelada de fresa o pastelitos de chocolate y bebíamos taza tras taza de café con leche, poníamos música. Buscábamos alguna emisora en la radio donde hubiera música clásica: Bach, Mozart, Beethoven. Disfrutábamos, más que con ningún otro, con la música desordenada y rompedora de Mahler. Si había suerte y encontrábamos algo del compositor checo, nos quedábamos allí quietos, sentados en el sofá o simplemente tirados por el suelo, sin decir una palabra. Nuestros cinco sentidos puestos en la música. También nos gustaban las canciones de Leonard Cohen. En alguna ocasión encontramos, por casualidad, alguna vieja canción del canadiense y bailábamos muy juntos, abrazados como niños. A veces salíamos a dar largos paseos por el campo. Mirábamos los pájaros volar. O simplemente nos sentábamos sobre la hierba mojada de algún rincón despoblado a aspirar el olor a naturaleza, a lluvia fresca, y nos dejábamos perder en nuestros propios pensamientos. O íbamos de compras. Algunos días comprábamos compulsivamente, como lo harían dos enfermos terminales. Recuerdo un día en que gastamos un montón de pasta en ropa interior para ella. Solíamos gastar sin preocuparnos del futuro. El dinero no importaba. Por primera vez en mi vida, el dinero no era el problema. O mejor dicho, por primera vez en mi vida, no había ningún problema. Por las noches, después de cenar, veíamos películas antiguas, en blanco y negro. Mucho cine negro: Al rojo vivo, Casablanca, El halcón Maltés, El último refugio, Tener y no tener, Enemigo público número uno, El cartero siempre llama dos veces… Las de Bogart y Cagney eran nuestras favoritas. Podíamos verlas una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Si ese día nos sentíamos con ganas de reír, elegíamos una comedia de la época dorada de Hollywood: La fiera de mi niña, Historias de Philadelphia, Bola de fuego, Ser o no ser y otras por el estilo. Nunca discutíamos. Algo completamente anormal, si tenemos en cuenta que, en mis anteriores relaciones, las discusiones eran tan cotidianas como ir al supermercado o hacer la colada. Pero no con ella. Con ella no hubo ninguna discusión en todo el tiempo que compartimos. Follábamos casi a diario. Éramos dos seres absolutamente lujuriosos. Me gustaba acariciarla largamente. Sin prisas. Prenderle fuego al tiempo. Dejarlo que se fuese consumiendo, poco a poco, hasta que sólo quedaran los rescoldos. Yo la amaba hasta el delirio. A veces, ella clavaba sus uñas en mi espada y me decía, con voz suave, hipnótica, apenas perceptible, que me quería. Yo jamás le dije a ella que también la quería. No me sentía con fuerzas para decirlo. O tal vez sea que no era capaz. Qué se le va a hacer. Siempre fui un cobarde. Después de corrernos nos quedábamos extenuados, y nos dormíamos, muy juntos, dos cuerpos sudorosos, desnudos, el cabello revuelto, la ropa tirada por el suelo. Al día siguiente volveríamos a tener todo el tiempo del mundo para perder. Ella y yo. Los dos juntos. Como reyes. Como auténticos reyes. Por primera vez en nuestras vidas. Y quién podría decirlo, tal vez por última.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Lo peor de todo

Lo peor de todo es el silencio

y estas ganas terribles

de desempolvar mis alas blancas

y echar a volar

hacia el resplandor azul de sus ojos.

lunes, 11 de octubre de 2010

Las novelas de Bukowski: Mujeres (IV)

De amor y sexo: Mujeres

En 1978 aparece la tercera novela de Charles Bukowski, que se había empezado a fraguar a principios de 1976 y cuyo título inicial iba a ser Historias de amor de la hiena. Finalmente aparecerá con el nombre más genérico de Mujeres. La novela gira en torno a las relaciones personales. En este libro sigue estando presente el escritor inmaduro, irresponsable y borracho que ya conocíamos por sus primeras novelas y sus relatos cortos. En esta ocasión Bukowski nos relata las aventuras y desventuras de un Chinaski que ya ha saboreado las mieles del éxito como escritor y que empieza a conocer el lado negativo de la fama. La historia central gira en torno a las relaciones afectivas y sexuales del escritor. Tras un período aproximado de unos cuatro años en el que no ha tenido ninguna relación sexual o amorosa (“Yo tenía cincuenta años y no me había acostado con una mujer desde hacía cuatro.”), conoce a una chica y entablan una relación de pareja. A partir de este momento, las mujeres se suceden en su vida a un ritmo vertiginoso. A lo largo de la obra, Chinaski mantiene relaciones sexuales con veinte mujeres distintas. Las hay que sólo quieren sexo, pero otras quieren algo más: “Y sin embargo, las mujeres, las buenas mujeres, me daban miedo porque a veces querían tu alma, y lo poco que quedaba de la mía, quería conservarlo para mí.”, señala Henry Chinaski. Al mismo tiempo, Chinaski nos habla de sus lecturas poéticas en las universidades americanas, de su relación con otros escritores, de las cartas que recibe diariamente de sus seguidoras, de sus citas a ciegas con mujeres que vienen desde la otra parte del país para conocer cara a cara al escritor que las ha deslumbrado con su poesía y su prosa o de los ratos que pasa en el hipódromo, apostando o simplemente bebiendo.
La relación más importante de la novela la establece con Lydia Vance, una escultora a la que conoce en una lectura poética. A esta mujer le encantan las fiestas y la vida social, algo que Chinaski detesta profundamente. Algunos días después de su primer encuentro, ella le pide al poeta que pose como modelo para hacer una escultura de su cara, y a partir de ese momento comienza una tragicómica relación amorosa salpicada de sexo, fiestas, celos y peleas:

Lydia cogió mi máquina de escribir y fue corriendo con ella hasta el centro de la calle. Era una máquina pesada y antigua, modelo estándar. Lydia la levantó por encima de su cabeza con las dos manos y la estampó contra el suelo. El rodillo y otras piezas salieron volando. Volvió a levantarla otra vez, la alzó por encima de su cabeza y gritó: ¡NO ME HABLES DE TUS MUJERES!, y volvió a estamparla otra vez contra el suelo.


Al final del libro, y a pesar de todas las relaciones negativas que ha mantenido, sigue habiendo lugar para la esperanza. Ésta viene representada por Sara, la dueña de un bar de comida naturista a la que también ha conocido en una lectura poética, y de quien finalmente parece haberse enamorado:

Sara era una buena mujer. Tenía que centrarme. Cuando un hombre necesitaba muchas mujeres, era porque ninguna de ellas era buena. Un hombre podía perder su identidad jodiendo demasiado por ahí. Sara se merecía mucho más de lo que yo le daba. Ya era hora de que me portara como es debido.

sábado, 9 de octubre de 2010

Bichos

Tengo el cerebro lleno de bichos. No son visibles a simple vista. Pero yo sé que están en el interior de mi cráneo, horadando galerías internas en mi cerebro. Hace tiempo que andan por ahí. Los siento moverse. Oigo cómo se desplazan. Arriba y abajo. A izquierda y derecha. Siento sus microscópicas patas clavarse en mi corteza cerebral. Dan vueltas sin cesar. A veces con lentitud y parsimonia. O a toda velocidad, como si se hubiesen vuelto locos. Depende. Hablan mucho entre ellos. Yo no los entiendo, pero me da que dicen cosas raras de mí. Se reproducen de manera vertiginosa. En este mismo momento, millones de larvas diminutas están a punto de salir de sus huevos. Así que, en los próximos días, cantidades ingentes de bichos poblarán mi cerebro. Su piel es similar a la de los sapos, viscosa, de un color oscuro indefinido. Son gelatinosos. De aspecto asqueroso. Al moverse van dejando un rastro de líquido blanquecino. No sé cómo han llegado a mi cerebro. Si entraron solos o alguien los puso allí en un descuido. La única certeza que tengo es que viven allí. Y que no pararán hasta que lo ocupen por completo, hasta que sean los dueños absolutos de mi voluntad.

jueves, 7 de octubre de 2010

Antipoesía

¿Qué es poesía?
Gustavo Adolfo Bécquer

¿Qué es antipoesía?,

dices mientras das un trago

a tu cerveza fría.

¡Qué es antipoesía! ¿Y tú me lo preguntas?

Antipoesía… soy yo

miércoles, 6 de octubre de 2010

Bailar descalza

A mi pequeña

Adela

le gusta bailar

descalza,

como lo hace

un poema

nocturno

o

un rayo de sol

otoñal,

perezoso,


descalza,

como bailan

las palabras

en las canciones

de Patti Smith.

(Para mi pequeña Adela, que hoy cumple siete años.)

viernes, 1 de octubre de 2010

Escribo de noche

Escribo de noche, cuando todos duermen. Sólo el maullido, aquí y allá, de un gato callejero, rompe el sosiego de la noche tranquila. O los ladridos lejanos de un perro. A veces pasa un coche y deja en la oscuridad un rastro de humo y ruido. Las noches de lluvia, las gotas me regalan una sinfonía de notas minimalistas. Hay noches en las que busco refugio en la música. Siempre algo suave: Billie Holliday, Chet Baker, Aute, Bill Evans, Antonio Vega, viejos discos de blues. Música clásica. Otras noches prefiero el silencio. El silencio ejerce un gran magnetismo sobre la escritura. Algunos de los mejores versos que he escrito —si acaso he escrito alguno— han nacido del silencio. Me dejo envolver por él. Me acaricia. Me abandono a sus murmullos. Y lo mimo. Y como recompensa me premia con la alquimia de las palabras. Así, las metáforas y los símiles emergen de mundos ignotos, para acabar en un poema que he escrito yo.
Escribo de noche. Me siento frente a la hoja en blanco y me dejo llevar. Las palabras van ocupando el espacio, poco a poco, avanzando como soldados en el campo de batalla, tambaleándose, dispuestas para el combate. A veces, esas palabras ejercen sobre mi ánimo un efecto balsámico. Me tranquilizan. Me apaciguan. Me serenan. Otras veces, sin embargo, esas mismas palabras prenden en mí como un cóctel molotov, provocando pequeños incendios en el alma. Uno nunca sabe qué pasará con las palabras. Si tomarán un camino o el contrario. Si conducirán a la paz o a la guerra. Si serán de amor o de odio. Terapéuticas o cancerígenas. Lo que está claro es que la palabra jamás es inofensiva. Siempre hay un propósito detrás de cada palabra. Siempre. Aunque a veces se trate de ocultar y para ello se empleen trucos baratos de feriante. Hay noches en que esas palabras intentan, por todos los medios, volar solas. Buscan su camino, vagabundean, se mueven con libertad. Esas noches es difícil hacerlas entrar en razón. Creedme. No hay nada más terco que una palabra que va a su aire, sin dejarse someter, sin hacer caso a las señales, sin respetar las normas. Aunque luego el resultado es mucho más excitante.
Escribo de noche. A veces preparo café. El aroma del café se extiende por la habitación y ocupa cada rincón, cada recoveco de la estancia. El aroma del café me recuerda la felicidad. Algunos de los momentos más felices de mi vida están impregnados del olor del café recién hecho. Es por esto que me gusta preparar café, aunque la mayoría de las veces doy un par de sorbos y el café acaba frío en la taza. No siempre es así. En otras ocasiones tomo dos, tres tazas. Bien caliente. Y sin azúcar. Me gusta el sabor amargo del café. Me reconforta. Y me hace sentir bien. Al final, los pequeños detalles son los únicos que cuentan. Nos acordamos de un beso fugaz que dimos de madrugada. De una mirada que nos hizo estremecer. De una palabra que nos dolió como una puñalada en el estómago. Del sabor amargo de un café que tomamos una mañana de frío de cuando teníamos veinte años. Pequeños detalles. Sólo eso. Pequeños detalles.
Escribo de noche. A veces, el tiempo pasa despacio. Notas cómo los minutos se atascan. Son incapaces de avanzar. Se van agolpando, uno detrás de otro, sin posibilidad de seguir adelante. Se forman colas interminables de minutos, de segundos, de milésimas de segundo. Como automóviles en una autopista en hora punta. Entonces no existe ninguna posibilidad de movimiento. Todo se ralentiza. No hay avance posible. Esas noches son interminables. Eternas. Y no hay nada que pueda hacer para que el tiempo siga su curso. Así que lo mejor es aceptarlo. Y me resigno. Otras noches, sin embargo, las horas se escurren como la arena del desierto entre los dedos. Vuelan como pájaros luminosos. Se lanzan al vacío. Es como si el tiempo se comprimiera y las horas se travistieran de segundos. Esas noches se parecen a los sueños. Visto y no visto. Noches irreales, fragmentadas, crepusculares.
Noches de escritura.
Noches que escupen poesía.