sábado, 11 de mayo de 2019

Antonio Vega, luchando contra los gigantes


En la mañana del día 12 de mayo del año 2009, saltó la noticia, no por esperada menos dolorosa: Antonio Vega había muerto en la ciudad de Madrid, el lugar en el que había nacido y en el que vivió durante toda su vida, su ciudad. Aquel día desaparecía no sólo un cantante y creador de canciones genial sino un extraordinario guitarrista. Desde comienzos de la década de los ochenta fue regalándonos sus maravillosas canciones. Primero con su grupo, los Nacha Pop, y a partir de 1989 en solitario. Antonio grabó discos míticos, como el primero de los Nacha Pop, y sobre todo, el segundo, Buena disposición, sin ninguna duda uno de los grandes discos de la música española de todos los tiempos. A lo largo de una carrera de casi treinta años fue dejando en cada uno de sus discos retazos de su genialidad, momentos llenos de belleza, porque Antonio conjuraba el dolor con esos dos bálsamos milagrosos que son la música y la belleza. 
Anárquico, rompedor, obsesivo, despistado, sensible, inteligente, genial, adicto, y con un mundo interior tan extenso como la Vía Láctea, ese espacio al que viajaba una y otra vez con la ayuda de un simple telescopio. Diez años después de su muerte, su legado sigue absolutamente vivo y lleno de magnetismo. Todas esas canciones rezumando poesía y hermosura, todas esas canciones que a algunos nos han acompañado desde la primera vez que las escuchamos y lo seguirán haciendo probablemente hasta nuestro último día en la Tierra. Temas como “El sitio de mi recreo”, “Lucha de gigantes”,  “Océano de sol”, “Tesoros”, “Se dejaba llevar por ti”, “Una decima de segundo”, “Tuve que correr”, “Relojes en la oscuridad”, “Caminos infinitos” y sobre todo ese himno generacional que es “La chica de ayer”, una canción tan grande que a veces sobrepasaba a su propio autor.
Han pasado diez años desde el día de su muerte, y aún somos muchos los que seguimos escuchando sus discos, disfrutando de sus canciones, recreándonos con toda esa pasión que puso en su trabajo, recogiendo la cosecha de toda esa bendita creación, apasionándonos con esos versos nacidos de “la primera luz”, sintiendo más vivo que nunca ese genio desbordado que fue Antonio Vega.
Dime que es mentira todo, un sueño tonto y no más