viernes, 27 de febrero de 2015

Insomnio (en Andalucía)



Andalucía es un país de más de ocho millones de cadáveres (según las últimas estadísticas).

A veces en la noche me despierto y me da por pensar que aquí, nunca cambia nada, todo permanece inmutable, por los siglos de los siglos: los jornaleros en paro, las duquesas explotadoras, los políticos corruptos, los exiliados de dentro y los exiliados de fuera,

y paso largas horas oyendo a los estúpidos que dirigen el cotarro, oyendo sus estupideces, escuchando sus mentiras, blablabla, siempre las mismas, siempre nuevas,

y paso largas horas oyendo a los mediocres, que esparcen por doquier su mediocridad, por los cuatro puntos cardinales de esta tierra secular, tierra de fenicios y romanos, tierra de filósofos y doctores árabes, que ahora yace sumida en la oscuridad,

y paso largas horas preguntándome el porqué de tanta ignominia, el porqué de tanta pasividad, el porqué de tanta miseria moral (y también económica) y el porqué de tanta estupidez,

por qué nos vamos pudriendo, más de ocho millones de cadáveres, más de ocho millones de mujeres y hombres, en esta tierra llamada Andalucía, por qué se pudre todo a nuestro alrededor.

Dime, ¿quién se aprovecha miserablemente de tanta podredumbre? ¿Quién obtiene beneficios de nuestra quietud, de nuestra incapacidad, de nuestra mediocridad? ¿Quién abona su huerto con nuestro dolor y nuestra putrefacción?

Hace siglos que tus fértiles tierras de cultivo permanecen inertes, yermas, vacías, mientras ocho millones de cadáveres vamos dejando un rastro de hedor a nuestro paso, mientras ocho millones de cadáveres nos vamos muriendo, una y otra vez, una y otra vez, y ya no se ve ningún pequeño rosal de día,

y todas las azucenas se han vuelto letales en Andalucía.

Nota: este poema está basado en el poema “Insomnio”, que abría el libro Hijos de la ira, de Dámaso Alonso.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Arturo Fernández, la jeta más dura del neoliberalismo hispano



¡Qué tipo, el Arturo Fernández! Uno no sabe muy bien si deberíamos encerrarlo en la cárcel bajo siete llaves y tirarlas todas a la Fosa de las Marianas para que no salga en la puta vida de allí o erigirle una estatua —con cargo al erario público, of course, o en su defecto a Bankia, que más o menos en Madrid viene a ser lo mismo— en la plaza más importante de la capital.
Resulta que el que fuera responsable máximo de la patronal madrileña CEIM y en la actualidad ocupa el cargo de presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, ha pasado hoy por los juzgados para declarar en calidad de imputado ante el juez Andreu por el saqueo de las tarjetas black de Bankia. Sabemos por lo publicado hasta la fecha en diferentes medios de comunicación que, de los 15 millones y medio de euros que se ventilaron entre 82 consejeros de la caja madrileña, Arturo Fernández contribuyó con 37.200 euros. Y de esa cantidad, 10.495 se los gastó, en su propia cadena de restaurantes. ¿Es o no es un genio? Que te dan una tarjeta libre de impuestos y de control para gastar como si no hubiera mañana, pues qué mejor que ir a comer a tus propios restaurantes.
Cuando ha sido preguntado por el juez Andreu a qué obedecía eso de gastarse diez mil euros en sus propios restaurantes, ni corto ni perezoso, Fernández ha contestado que lo hizo básicamente por dos razones: la primera, porque sus restaurantes son más baratos y la segunda, porque son suyos. Tendría que haber añadido una tercera: Porque me salió de los cojones, señoría. ¿O es que ahora uno no va a poder gastarse diez mil euros en su propia casa? No sé qué opinará el juez de estas respuestas pero a mí, dado que la tercera, que todos sabemos que es la verdadera, es producto de mi mente perversa, sólo me convence la segunda. Porque de baratos, dado el total de la factura, no es que sean muy baratos. Pero aún hay más. Cuando el juez le ha vuelto a preguntar que si esa práctica de consumir en sus propios restaurantes le servía para redondear las cuentas de su empresa, el tío, más chulo que un ocho, no ha dudado en responder con un categórico: Pues sí. Con un par.  
Además de todo esto, Arturo Fernández le ha dicho al juez que no veía nada extraño en que le dieran una tarjeta para gastar sin ningún tipo de justificación y sin ningún tipo de control. ¿Se puede tener más jeta? Sigue leyendo y decide, querido/a lector/a.
Además de los diez mil euros que el propio Fernández invirtió en sus restaurantes, su cuñado Díaz Ferrán (dios los cría y ellos se juntan), se gastó también una buena pasta en comiditas. Entre marzo de 2008 y octubre de 2009, Díaz Ferrán, que como es bien sabido ahora come todos los días gratis en Soto del Real, comió en los restaurantes del cuñado 54 veces. Si las cuentas no me fallan, y os puedo asegurar que no me fallan porque las he hecho con calculadora, cada una de esas comidas de Díaz Ferrán salió por la friolera de 155555 euros. Y todavía tiene el tío la cara dura  de decir ante el juez que sus restaurantes son baratos.
Y estos dos tipos son los mismos que no se cansaban de decir aquello de que los trabajadores habían vivido por encima de sus posibilidades, o aquello otro de que los sueldos tenían que bajar si queríamos ser competitivos, o aquello de que había que trabajar más y ganar menos (los demás, se entiende, ellos trabajar menos y ganar más). Estos dos tipos son los mismos que siempre despotrican contra las subvenciones, contra lo público, pero trincan más que nadie. Y no quiero acabar este artículo sin pedir un deseo: Ojalá que este también acabe comiendo gratis en Soto del Real.

domingo, 15 de febrero de 2015

martes, 10 de febrero de 2015

La alegría de Juan Carlos Monedero



Hace aproximadamente un año, tuve ocasión de asistir en Salobreña, el pueblo donde vivo, a una conferencia del profesor Juan Carlos Monedero. Confieso abiertamente mi ignorancia. Hasta que dicha conferencia fue anunciada, no había oído hablar en mi vida de este hombre. No tenía ni puta idea de quién era o de dónde trabajaba, no había leído ni uno solo de sus libros o sus artículos. Un buen amigo mío con el que me encontré en el mercado unos días antes del acto, me habló de él, aconsejándome que por nada del mundo me perdiera la conferencia del tal Monedero. Una de las mentes más agudas de la izquierda. Así lo definió mi amigo. Yo, que tengo a mi amigo por una persona de valía, le hice caso y tomé nota.  
El día de la charla, a pesar de que era un lunes invernal por la noche, yo estaba allí como un reloj. Mi sorpresa fue mayúscula. El auditorio estaba absolutamente abarrotado, e incluso había gente de pie, lista para escuchar lo que el profesor de la Complutense tuviera a bien contarnos. Por cierto, la charla versaba sobre la transición española, y cómo no podía ser de otra manera, sobre la crisis política y económica que asola el estado español desde hace varios años. Yo no sé vosotros, pero lo que es yo, no estoy acostumbrado a ir a conferencias de tema político —qué coño, ni político ni de ningún otro tema— y encontrarme con semejante número de personas. Por ese mismo auditorio habían pasado otros ponente de mucha valía intelectual, como el periodista Pascual Serrano o el escritor Matías Escalera, y el éxito de convocatoria había sido bastante más discreto.
En fin, a lo que vamos. Juan Carlos Monedero era como una estrella del rock. Qué digo. Como Julio Iglesias. Más de doscientas personas, muchas de ellas estudiantes de Políticas y Sociología llegados desde Granada para escuchar al insigne orador, mucha militancia de Izquierda Unida —en aquel momento aún no existía Podemos y las relaciones con IU eran más o menos cordiales—, algunos curiosos poco interesados en el tema, etc.  
Cuando Monedero empezó a hablar mi sorpresa fue mayúscula. Monedero era un tío feliz. De eso no cabía ninguna duda. Se notaba a la legua. Bromeaba. Contaba chascarrillos. Arrancaba carcajadas entre el público. Por momentos uno creía estar ante un cómico de El club de la comedia, dicho esto desde el más absoluto respeto. Joder. Yo estaba completamente descolocado. No era la primera vez que iba a un acto de este tipo. De hecho, durante los últimos años he ido a muchos y, como ya he señalado, con muy distintos oradores. Había visto a otros militantes charlando sobre este mismo tema o temas relacionados. Y ninguno lo hacía con la gracia de Monedero. Por poner un ejemplo que todos conocemos, siempre que he asistido a una charla de Diego Cañamero, he salido de allí cabreado. Diego tiene esa habilidad. Te enciende. Hace que te mosquees. Hace que te creas lo de la lucha de clases. Así que eché la vista atrás y me miré a mí mismo. Me di cuenta de que durante más de cinco años había estado escribiendo sobre la realidad española desde la más absoluta amargura. Copón, me dije, no soy más que un puto amargado. Este tío sí que es la leche. Mis artículos, mis reflexiones, mis relatos y mis poemas, en definitiva, mi manera de contar las cosas, sólo llevaban a la amargura, a la constatación de que la pobreza es una mierda, de que si no tienes curro, o si lo tienes pero tu sueldo bordea la miseria, tu vida es una puta mierda.  
Durante los días que siguieron a la charla de Juan Carlos Monedero en Salobreña, yo pensé una y otra vez en aquello. ¿Por qué este tío se enfrentaba a la realidad, dura e hijoputa, con una sonrisa en los labios, y Cañamero, o yo mismo, parecíamos unos miserables amargados? No encontré una respuesta satisfactoria. En aquellos días lo achaqué a su personalidad, a su propia idiosincrasia, a su manera de ser. Monedero era divertido y yo no. Punto y final.
Un año después lo he comprendido todo. No se trataba simplemente de personalidades. Había algo más y ahora sé lo que es. Monedero era millonario y yo no. Ni Cañamero tampoco. Monedero tenía una cuenta bancaria llenita de ceros y yo una deuda con el banco más larga que un día sin pan. Y eso, lo queramos o no, afecta. Y es que el dinero, cuando se tiene, imprime carácter. Y hace que uno vea las cosas de otra manera, con menos acidez, con menos amargura, con más dulzura, con mucha más alegría. Como le pasaba a Monedero. Que era tela de feliz. Así de simple.

domingo, 8 de febrero de 2015

Cuerpo y espíritu



Cuando al cuerpo le dan por el culo, el espíritu revierte en la metafísica.
Eduardo Mendoza.