Mucho se ha especulado sobre cómo sería la
música que Eduardo Benavente estaría haciendo hoy en día si aún estuviese vivo.
E incluso mucho se ha especulado sobre si seguiría dedicándose a la música o
no. Lo único que está claro es que eso son sólo especulaciones. Como todos
sabemos, Eduardo Benavente, líder del grupo Parálisis Permanente, se dejó la
vida en un accidente de circulación un día de primavera de un lejanísimo
1983.
Parálisis Permanente había empezado a
funcionar a finales de 1980, gracias a la conjunción de dos parejas de
hermanos: por un lado, los Canut, Nacho y Johnny, y por otro, los Benavente,
Eduardo y Javier. Tanto Nacho Canut como Eduardo Benavente forman parte de una
de las bandas más exitosas de la movida: los Pegamoides. Pero Eduardo está empezando
a cansarse de los sonidos desenfadadamente pop y de las letras naive de los Pegamoides y de la actitud
premeditadamente amateur de algunos de los miembros del grupo y decide crear su
propio proyecto, con el cual dar rienda suelta a sus ansias de componer y de
tocar la guitarra, poniéndose además al frente como cantante. Tras un par de
viajes al Londres de la época, Eduardo regresa a Madrid calado hasta la médula por
los últimos sonidos de la metrópoli: Bauhaus, Killing Joke, Joy Division,
Siouxie ande The Banshees, The Cure, etc. Decide que ese es el camino que
quiere transitar con su nueva banda. Sonidos oscuros, ropa negra, letras
empapadas en sangre, heroína y fluidos corporales. En los primeros tiempos, por
la banda van pasando diferentes miembros: Jaime Urrutia (líder de Gabinete
Caligari), Rafa Balmaseda y Ana Curra, que había sido teclista de los
Pegamoides, y que por aquel entonces era la novia de Eduardo, entre otros. Nacho
Canut abandona definitivamente el proyecto Parálisis, para dedicarse a tiempo
completo al nuevo grupo que acaba de poner en pie junto a su amigo Carlos
Berlanga, Dinarama. Pero retrocedamos un poco en el tiempo. En octubre de 1981,
Parálisis Permanente graban y editan un primer EP (un single de cuatro
canciones) compartido con los Gabinete en un sello que ellos mismos crean: Tres
Cipreses. Un disco mítico que hoy en día es una auténtica pieza de museo. Estoy
hablando, cómo no, de Autosuficiencia.
El disco llevaba dos canciones de Parálisis en una cara (la mítica
“Autosuficiencia” y “Tengo un pasajero”, que trataba el escabroso tema del
síndrome de abstinencia producido por el caballo, ambas compuestas por Eduardo)
y dos de Gabinete Caligari en la otra cara: “Golpes” y “Sombras negras”). Con
la disolución de Alaska y los Pegamoides, Eduardo y Ana trabajan a destajo en
su nueva aventura. Muy pronto publican un segundo single, que contiene una de
las canciones más populares de la época: “Quiero ser santa”, compuesta a ocho manos
por Eduardo, Nacho, Ana y Alaska.
El grupo empieza a tocar por todo el estado
español y tras cada bolo, más y más gente va sucumbiendo ante las poderosas
guitarras, las magnéticas letras y la exuberante puesta en escena de Eduardo,
Ana y el resto de la banda. Mientras tanto, siguen componiendo y trabajando
duro en el local de ensayo, y en poco tiempo, disponen de material nuevo para grabar
todo un álbum. Y lo hacen en dos días del mes de Julio de 1982, en los estudios
Doublewtronics de Madrid, los míticos estudios de Jesús N. Gómez donde se
grabarían algunos de los mejores discos de la movida. El disco se graba con el
grupo tocando prácticamente en directo e improvisando sobre la marcha, tanto
con las letras como con el sonido. Y el resultado es El acto. Uno de los discos más potentes, oscuros, desgarradores y
chulos que se han grabado en este país. Trece canciones, once de cosecha propia
y dos magníficas versiones: de Bowie (“Héroes”, sencillamente soberbia) y de
Iggy Pop (“Quiero ser tu perro”, tampoco esta es moco de pavo) y sin ningún
tipo de dudas, el disco español con la portada más sensual de cuantas se han
hecho por estos lares, por mucho que no le guste a Alaska. Se trata de una foto
de Pablo Pérez Mínguez, quien también firmaba las fotos interiores, en la que
se ve a un jovencísimo Eduardo, pálido y vestido de negro, y a una bellísima
Ana, de espaldas, en cuclillas, ataviada con un conjunto de ropa interior
negro, y una peluca blanca platino que levantó febriles pasiones entre los
adolescentes de la época, entre los que me cuento. Si alguna vez has visto este
disco, seguro que no se te ha olvidado su portada. Y es que el álbum de
Parálisis Permanente derrochaba sexo por cada uno de sus poros. Sexo oscuro,
sexo duro, relaciones sadomasoquistas, relaciones de interdependencia casi
enfermiza, relaciones de pago, relaciones homosexuales, cuero negro y látigos.
Pero también amor, aunque eso sí, entendido a la manera de Eduardo y Ana.
El día 14 de mayo de 1983, Eduardo, Ana y
Toti Árboles, batería del grupo, viajaban desde León, donde habían estado
tocando la noche anterior, hasta Zaragoza, donde esa noche, en la plaza de
toros de la ciudad, iba a tener lugar un concierto con todos los grupos de la
agencia Roll: Gabinete Caligari, Deribos Arias, Alaska y Dinarama, Loquillo y
Trogloditas, Nacha Pop y, por supuesto, Parálisis Permanente. Pero Eduardo
jamás llegó a Zaragoza. A la altura del kilómetro 17 de la autopista A-68, en
el término de Alfaro, les sorprendió una gran tormenta y el coche en el que
viajaban los tres músicos, un Seat Ronda matrícula M-3458-EX, saltó la mediana
de la autopista y se desplazó varios cientos de metros bocabajo. Así lo contaba
Ana Curra a Lino Portela en una entrevista, mucho tiempo después: “Conducía yo
hacia Zaragoza, donde tocábamos esa noche. Íbamos en dos coches. En uno iba
Pito [su entonces representante] con el resto del grupo y en otro, Toti [Jorge
Árboles Sánchez, el batería], Eduardo y yo. Ellos habían salido antes. Llovía y
nos desviamos de la autovía porque se había roto el limpiaparabrisas. Y nos
salimos de la carretera: reventó una rueda y volcamos. Recuerdo que Eduardo
salió disparado por una ventanilla. Le saltó el cinturón de seguridad.” Y luego
añade: “Recuerdo perfectamente los comentarios del enfermero. Decía: “Este
chico está muy mal”. Yo gritaba: “Eduardo, Eduardo…”. Cuando llegamos al
hospital, igual. Estábamos en la misma habitación, separados por una cortina, y
yo escuchaba todos los comentarios. Los médicos dijeron que se iban a centrar
en el chico porque estaba muy mal. Oí el momento en que Eduardo expiró. Ahora
puedo hablar de ello, pero durante años he sido incapaz. Fue un hachazo. Entré
en la negritud más grande que puedas imaginar.”
El día de su muerte, aquel fatídico día de
mayo, Eduardo tenía veinte años y toda una vida por delante. Su legado fue un
magnífico lp y tres singles. Un puñado de canciones que aún hoy, cuando ya han
pasado treinta años de esta historia, siguen sonando de puta madre. Y aún hoy,
tres décadas después, algunos nos seguimos emocionando cuando ponemos El acto en nuestros tocadiscos y
escuchamos la perversa voz de Eduardo cantando versos como estos:
“Lentamente recorro tu piel
y tus manos se clavan en mí
ahora siento tu cuerpo latir,
empapado muy cerca de mí.”
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