domingo, 29 de mayo de 2016

Un cuento que no acaba nada bien

Érase una vez un país muy lejano donde los políticos estaban tan acostumbraron a robar, a engañar, a estafar y a embaucar a la gente que se convirtieron en los mejores de todo el continente en la materia. Un día sí y otro también, la policía detenía a algún político famoso. Un día sí y otro también, algún ex presidente de la cosa pública, algún miembro destacado de cualquier diputación, algún consejero de empleo de la comunidad autónoma o el copón bendito, aparecía en la televisión, a su salida del juzgado, rodeado de micrófonos, sonriendo nervioso, declarando que todo aquello era un sucio montaje de la oposición, que lo odiaba sin ningún motivo.
Y tú, querido/a e inteligente lector/a que lees esto, pensarás: bueno, seguro que la gente, lista por naturaleza, no soportaría ese estado de corrupción generalizada y no los votaría el día de la fiesta de la democracia. Pues no, nada de eso. En aquel lejano país, la gente no reaccionaba. Tan acostumbrados estaban todos al robo, al estraperlo generalizado y a la estafa sistemática que, si algún político se comportaba como era debido, la gente pensaba que era un capullo integral, pues teniendo ocasión de meter la mano en la caja, no lo hacía.
Para más inri, en aquel lejano país, existía una droga muy, muy, muy poderosa. La fuerza de esa droga era devastadora. En realidad era la droga más potente inventada por el hombre. ¿Heroína? No. ¿Cocaína? No. ¿MDMA? No. Aquella droga, capaz de atontar a miles de millones de seres humanos, capaz de dejar sin respiración a un país entero, capaz de hacer que toda una nación mirara alelada para otro lado, se llamaba fútbol y, como ya hemos dicho, era tan poderosa que todo el que entraba en contacto con ella, acababa moviéndose, pensando y actuando como un zombi tarado.
Así que en aquel lejano país, la extraña combinación de políticos corruptos y del narcótico mágico llamado fútbol, tenía a prácticamente toda la población sumida en la tontuna. Los políticos corruptos sabían que cuando las cosas se ponían mal, siempre les quedaba el fútbol para aturdir un poco más a la gente. Sólo era cuestión de darles una final de Champions, o un Mundial, o una Copa del rey, o un partido amistoso. Daba igual. Con llamarlo el partido del siglo, ya era suficiente. Lo único importante era que la población tuviese su ración de fútbol para gritar y llorar y reír y vociferar como gañanes. Mientras tanto, ellos seguirían como si tal cosa, robando, engañando, traficando, y encima cobrando por hacer todo eso.
Moraleja: En el lejano país de nuestro cuento, según la ONG Save the Children, 8.330.369 niños y niñas son pobres en mayor o menor medida. Pero ese es otro cuento, que contaremos otro día.

domingo, 15 de mayo de 2016

Charles Bukowski, tocando los cojones al poder establecido



Charles Bukowski murió en marzo de 1994, o sea, que ya han transcurrido 22 años desde su muerte. Y a pesar de todo este tiempo, el viejo indecente la ha vuelto a liar parda. Seguro que el muy cabronazo estará partiéndose de risa en su tumba, en el cementerio de Los Angeles, en California.
Para quien no esté al tanto de lo que ha pasado, le hago un breve resumen de la movida. El ayuntamiento de Barcelona ha montado una semana de poesía entre el día 4 y el 10 de mayo. Entre los diferentes actos incluidos en Barcelona Poesía, que era el nombre de la criatura, se habían instalado unos paneles repartidos por diferentes espacios de la ciudad con poemas de poetas de diferentes procedencias. Uno de los poetas elegidos era el insigne Charles Bukowski, poeta bastante famoso a esta altura del partido, pero por si alguien no tiene el gusto de conocerlo aún, diremos que el viejo Hank fue un poeta nacido en Alemania, pero que desarrolló toda su carrera en los EE.UU, y que además de poesía, escribió novelas, relatos cortos, e incluso un guión cinematográfico. Bukowski, le pese a quien le pese, ha sido uno de los grandes escritores norteamericanos del siglo XX. Y para que nadie dude de su magnitud, sólo daré un dato. Cuando murió en 1994, Bukowski era el autor norteamericano más traducido y uno de los más vendidos en todo el mundo, a pesar de que su obra no es nada complaciente y a pesar de que no hubo premios ni zarandajas por el estilo. Lo que había en aquellos poemas era mucha rabia y muchas ganas de tocar los cojones, como se ha visto estos días en la ciudad de Barcelona.
El poema en cuestión se titula “4 polis” (4 cops, en inglés) y es un oscuro (por raro, quiero decir) poema, incluido en uno de los muchos libros póstumos que se han publicado en los últimos años. En el poema, el viejo Buk, narra su encuentro con cuatro polis en un bar, y muestra, como no podía ser de otra manera, viniendo de quien viene, lo poco que le gustaban los representantes de la ley. En fin, parece ser que a ni a la policía de la ciudad de Barcelona ni a la Delegada del Gobierno, ni a su jefe, el Ministro de Interior, el simpar Fernández Díaz, metidos ahora a críticos literarios, les gusta la poesía de Bukowski y se han tomado la cosa por la tremenda. A mí me parece genial que a toda esta gente no les guste el poema en cuestión, y además me parece genial que lo digan, faltaría más, lo que ya no me parece tan genial es que el ayuntamiento de Barcelona lo haya censurado y haya acabado tapándolo. Eso, sinceramente, me parece una ridiculez y creo que en este país estamos llegando a un nivel de estupidez  tan mayúsculo que uno ya no sabe si reír o si llorar. Hace un par de meses fue el tema de los titiriteros granadinos; ahora la toman con Bukowski. Habrá que estar atentos a ver qué es lo próximo. Porque sin duda, habrá otra cosa que quieran censurar dentro de unos días o unas semanas. Tiempo al tiempo. Porque no nos vamos a engañar, todo esto tiene poco que ver con Bukowski y con su poema. Esto, queridos amiguitos, va de otra cosa bien diferente. Y todos sabemos qué es esa otra cosa. 
Lo bueno de todo este asunto del poema de Bukowski es que, como muchos venimos sosteniendo desde hace mucho tiempo, la poesía SÍ es capaz de cambiar el mundo, y si no lo cambia, al menos remueve conciencias, y si tampoco consigue eso, al menos toca los cojones, que eso era algo que sabía hacer muy bien el autor de La máquina de follar. 

martes, 10 de mayo de 2016

Una idea de la verdad (Homenaje a los aguilarenses que estuvieron en los campos de concentración nazis)


“El que no ha vivido la organización de los campos nazis puede difícilmente comprender su estructura interna y menos todavía hacerse una idea de la verdad. Si acaso, imaginársela.” Estas palabras las escribió Miguel Barragán Criado, tras pasar casi cinco años de su vida en dos de los campos de concentración nazis más terribles que existieron; Mauthausen y Dachau. 
Miguel Barragán Criado fue uno de los cinco aguilarenses que pasó por alguno de los campos nazis. Y uno de los cuatro que pisó Mauthasen, el campo austríaco en el que estuvieron confinados más de siete mil soldados republicanos españoles. Y además fue uno de los tres que consiguieron salir con vida del infierno alemán. Los otros dos afortunados se llamaban Francisco Mendoza Bello y Antonio Urbano Cobos.
Hubo un cuarto aguilarense que acabó en Mauthasen, Antonio García Morales, pero él, por desgracia, no tuvo la suerte de salir con vida para contarlo, y encontró la muerte en las frías tierras austríacas, tras catorce meses de penurias y maldades.
Tras el horror de la Segunda Guerra Mundial y del holocausto nazi, se han escrito miles de libros, se han rodado miles de películas, unas de ficción y otras documentales y sesudos pensadores han tratado de encontrar una explicación a semejante horror: por qué ocurrió todo aquello, por qué el pueblo alemán fue capaz de asesinar impunemente a millones de seres humanos, por qué encerraron a millones de personas, humillándolas, violándolas, asesinándolas con absoluta impunidad. No hay respuestas sencillas ante semejante salvajada.
Y como muy bien escribió Miguel Barragán, si uno no estuvo allí, es prácticamente imposible comprender aquella máquina de muerte y destrucción. Para hacerse una idea real de todo aquello, tendríamos que haber estado allí, como estuvieron nuestros paisanos, Miguel Barragán Criado, Francisco Mendoza Bello, Antonio Urbano Cobos y Antonio García Morales.
Y es que las condiciones de vida en los campos de la muerte eran, sencillamente, terribles. Días interminables de durísimo trabajo (jornadas de doce, trece, catorce o incluso más horas), hacinamiento en los barracones, bajísimas temperaturas que en lo más crudo del invierno podían rondar los menos treinta grados centígrados, miseria extrema y una escasísima alimentación. Desde el mismo instante en que uno ponía el pie en un campo de concentración o de exterminio, dejaba de ser un ser humano para convertirse, instantáneamente, en un número. O mejor dicho, uno pasaba de ser un ser humano a convertirse en un animal con un número de matrícula. Ni en Mauthausen ni por descontado en ningún otro campo nazi, existían los nombres propios ni las identidades de ningún otro tipo. Al llegar a este lugar, al prisionero se le proporcionaba el drillich o traje a rayas, formado por un pantalón, una chaqueta, un gorro y una camisa. También se les daba un par de zuecos de madera, no necesariamente del mismo número. Nada de calcetines. Nada de calzoncillos. Esta ropa era para siempre. Esto significaba que debían llevarla puesta hasta el día de su muerte. De hecho, no era nada raro que muchos prisioneros llevaran un traje con agujeros de bala, del prisionero que lo había usado antes que él. La ropa no se lavaba casi nunca, aunque a veces sí se hacía. Era frecuente llevar la ropa mojada por la lluvia.
La jornada de trabajo empezaba al amanecer y se podía alargar durante doce, trece o catorce horas. No importaba si llovía, si nevaba o si hacía calor.
En cuanto a la alimentación, a cada preso se le proporcionaba un vaso de agua caliente en el desayuno. El almuerzo consistía en una escudilla con agua y dos o tres trozos de patata, de nabos o de col hervidos. La cena era un trozo de pan con un poco de mantequilla y un pequeño trozo de salchichón. Ese era el menú diario de Mauthausen. Eso es lo que estos hombres comieron durante los meses que pasaron allí.
No es de extrañar, pues, que la mayoría de los españoles que pasaron por allí perdiera la vida, incapaces de soportar el frío, la falta de comida, las infinitas horas transportando bloques de granito de unos veinte kilos de peso, subiendo las empinadas escaleras que llevaban desde el fondo de la cantera a la superficie, las palizas de los kapos y de las SS, o simplemente el gas Zyklon B, que no era el único utilizado en las cámaras de gas, pero sí el más común y el que más famoso se ha hecho. Sea como fuere, en el universo Mauthausen la muerte se administraba de tantas maneras distintas que cuesta trabajo creer que la mente humana sea tan perversa.
El catálogo de maneras de morir era tan extenso que produce pavor. De cualquier modo, al final, en las anotaciones que se hacían en los registros, siempre se recurría a términos imprecisos del tipo, “muerto por parada cardiaca” o “muerto por suicidio”. Exactamente como en el holocausto español.
Y sin embargo, Miguel Barragán Criado, Francisco Mendoza Bello y Antonio Urbano Cobo, nuestros paisanos, consiguieron salir con vida de allí. Las vidas de estos tres hombres, como las del resto de compatriotas que vivieron en primera persona la Guerra Civil, el exilio, la Segunda Guerra Mundial y los campos nazis, fue cualquier cosa menos sencilla. Después del horror nazi, tuvieron que seguir viviendo en el exilio, pues su patria seguía estando en manos del fascismo, ese mismo fascismo contra el que ellos habían luchado enconadamente durante media vida.
Después de la terrible experiencia de Mauthasen, Francisco y Antonio se casaron y tuvieron hijos. Miguel nunca se casó ni tuvo hijos. Instalados en Francia, continuaron viviendo, cada cual como pudo, lejos de España. Tras la muerte de Franco, Miguel regresó a Barcelona para estar cerca de los suyos, de sus hermanas y hermanos, de sus camaradas. Francisco y Antonio continuaron viviendo en suelo francés, aunque alguna que otra vez, regresaron a España, a Andalucía, a Aguilar de la Frontera.
No es posible resumir la vida de un ser humano en unas pocas líneas y mucho menos cuando esas vidas son como la de Miguel, la de Francisco o la de Antonio, heroicas, generosas, rebosantes de dignidad, de decencia, de compromiso. Hoy, que el fascismo vuelve a asomar sus fauces y miles de personas que huyen de la guerra se agolpan en las fronteras de esta Europa hostil y desmemoriada, y no se les permite entrar, las vidas de aquellos hombres deberían de servirnos de ejemplo. Aquellos hombres, luchadores antifascistas, heroicos combatientes del pueblo en armas, que dieron, sin pedir nada a cambio, la única riqueza que poseían, su juventud e incluso su propia vida, para conseguir un mundo más justo, más libre, más humano. Hoy, más que nunca, es nuestro deber evitar que sus nombres se pierdan en los recovecos de la historia. Hoy, más que nunca, es un inmenso orgullo conmemorar sus vidas. Hoy, estoy convencido de ello, si estos hombres estuvieran aquí, sentirían que sus vidas y sus luchas merecieron la pena.
NOTA: Este texto fue mi contribución al homenaje que el pueblo de Aguilar de la Frontera y su Ayuntamiento rindieron el pasado viernes, 6 de mayo de 2016, a los cinco aguilarenses que pasaron por los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial.