viernes, 30 de agosto de 2013

Dogo y Los Mercenarios: Dulces chutes de rocanrol caliente

La historia del rocanrol está llena de grupos que lo tenían todo para triunfar y, sin embargo, sin que nadie pueda explicar muy bien cómo ni por qué, acabaron relegados al cajón del olvido si haber saboreado las mieles del éxito. Eso es lo que ocurrió con la banda sevillana que hoy nos ocupa, Dogo y Los Mercenarios. Y es que Dogo y Los Mercenarios lo tenían todo: unas canciones que superaban con creces la media de las que se hacían en la época; un letrista que escribía el mejor realismo sucio —cuando ni siquiera sabíamos que existía tal etiqueta— que se ha escrito en este país; un sonido bestial de rocanrol básico; un directo demoledor; una imagen impactante; el apoyo unánime de la crítica especializada; una casa discográfica independiente con clase y estilo, etc. Y, sin embargo, nunca jugaron en primera división. Y a pesar de no haber jugado en primera división, Dogo y Los Mercenarios fueron, durante un tiempo, la mejor banda de rock de Andalucía (los únicos que podían hacer sombra, por calidad, por canciones, por sonido, eran los 091), y una de las mejores de todo el estado español, un grupo que en sus conciertos sonaba como un cañón, y que grabó tres extraordinarios álbumes: Ansia, Llueve en Sevilla y Mala reputación, de lo mejorcito que se hizo en este país en aquella época. Las raíces de Dogo y Los Mercenarios hay que buscarlas en Los Canijos, una banda sevillana de vida breve, actitud punk, y más pasión por los trapicheos que por la música en sí, en la que militó Dogo Rojo en los primeros años ochenta. De esta manera se lo contaba el propio Dogo (de nombre real Juan Diego Fuentes Casas) al crítico Orio Llopis, para un artículo publicado en la revista Ruta 66: ‘‘Juanjo Pizarro y yo nos conocimos a causa de las pocas actuaciones que hicimos Los Canijos. Él por entonces tocaba con la banda de Silvio (…) El caso es que el Pizarro flipaba con el sonido que sacábamos a los instrumentos, así que cuando vio que aquello no terminaba de funcionar me propuso montar una banda nueva, con el también bajista de Silvio, Miguel Ángel Suárez alias ‘‘Miguelito’‘, otro ex Canijo (Lorenzo Cortes ‘‘Loren’‘, gitano de las tres mil viviendas, a la guitarra) y el ex batería de los míticos e imprescindibles Smash, Antonio ‘‘Smash’‘.
 Esto constituyó la primera formación de Dogo y Los Mercenarios. De esta manera ponen en marcha una banda que dé salida a la pasión que sienten por el punk rock y a las letras que Dogo escribe en la soledad de su habitación, y en las que refleja, casi con estilo periodístico, el mundo nada amable que le rodea. Sin embargo, la recién nacida banda, en vez de mirar hacia Sidney, Londres o Los Ángeles, como hacen la mayoría de grupos del momento, se mira en el espejo de algunos grupos nacionales que los habían precedido, como Burning, Leño o La banda trapera del río. Ahí es nada. Mucho orgullo y muy pocos prejuicios. Durante unos meses se encierran en el local de ensayo y empiezan a fluir las canciones. Pizarro se siente como pez en el agua poniendo música a los poemas callejeros y sucios de Dogo. El fanzine sevillano 27 Puñaladas, en su segundo número, les edita un single compartido con otras bandas andaluzas: Los Desertores, Serie B y Hospital Psiquiátrico. El debut es una canción titulada “Rocanrol caliente”, un trallazo de punk, casi heavy, con una letra que habla de prostitutas, chaperos y travestis de los que se mueven por la Alameda sevillana, buscándose la vida, aunque como dicen unos versos de la canción, “Mira lo que ha hecho la vida, con la gente de la calle.”. Así que en esta tarjeta de presentación ya están todos los ingredientes que irán apareciendo en cada uno de sus discos: letras que retratan un mundo decrépito y marginal, cortesía de Dogo; guitarras afiladas y desbocadas, cortesía de Juanjo Pizarro y mala leche a espuertas, aportada por todo el grupo en su conjunto. En los meses siguientes, habrá cambios importantes: se marcha Antonio Smash y el Loren, y entra a tocar los tambores un colega de Dogo llamado José Manuel Couceiro, pero al que todos conocen por el sobrenombre de “el cucharilla”. Y entonces empieza lo que podríamos denominar “la verdadera historia de Dogo y Los Mercenarios”. Se hartan de currar en el local de ensayo, tocando, componiendo, ensayando como locos y fichan por Nuevos Medios, la compañía independiente que dirige Mario Pacheco y que está publicando a gente como Pata Negra y Ketama, adalides del nuevo flamenco; La Mode y Golpes Bajos, lo más elegante de la Movida, o Martirio y Claustrofobia, heterodoxos y personales. Así que la banda se va para Madrid, se encierra durante cuatro días de septiembre en el estudio Duplimatic, mezclan en siete horas, producen ellos mismos, y el resultado es su primer mini lp, que en un principio se iba a llamar Rocanrol caliente, pero que acabará titulándose Ansia. Siete canciones, incluida “Roncanrol caliente”. Portada del gran Nazario, en la que se puede ver a un chapero en espera de clientes en una calle de una gran ciudad. Rabia y caña. Guitarras que dañan los oídos. Rock de alto voltaje. Canciones que retratan el lado más bestia de la vida. Sin epidural. Las letras de Dogo ahondan en su universo callejero y marginal: adictos al discurso morfínico, que diría el propio Dogo; dealers de las Tres Mil, putas de la Alameda, gente carente de cualquier perspectiva vital, perdedores y supervivientes. Lo mejorcito de cada casa. Todo ello aderezado con sus gotitas de lírica. Un disco que aún hoy, casi treinta años después de haber sido grabado, suena como una patada en los cojones. Música clásica. El álbum se publica en 1987, obtiene muy buenas críticas y poco más. A pesar de ello, el grupo sigue tocando en directo, porque es sobre el escenario donde mejor se sienten. Continúan componiendo en el local de ensayo, trabajando duro, porque aún creen en sus posibilidades y porque todavía la heroína no ha hecho estragos en la banda. Y de ahí saldrán las nueve canciones de su siguiente disco: Llueve en Sevilla. Publicado en 1989, cuando la década están dando las boqueadas de muerte, en un principio se iba a titular Cuero y terciopelo, pero se acaba imponiendo el título definitivo. Esta vez, el grupo dispone de 28 días para grabar, cuentan con la experiencia en la producción de Ricardo Pachón, mítico productor de Camarón y otras estrellas de flamenco, que compartirá las labores con Pizarro, y se quedan a grabar en Sevilla, en el Estudio Central, aunque de las mezclas de encarga David Young, viejo conocido de John Cale, en Londres. El resultado es otro disco que supera con mucho la media de los productos nacionales del momento. Nueve temas, pero uno destaca sobre todos los demás: “El Polígono Sur”, en el que la guitarra casi heavy de Juanjo se va entremezclando con la guitarra de palo de Raimundo Amador, mientras Dogo canta, Toca de nuevo Raimundo, que quiero llorar, lágrimas negras, bajo un sol gris. Una oda a uno de los territorios más salvajes de cuantos se pueden encontrar en España, y probablemente en toda Europa, bastante frecuentado por Dogo en aquella época para aprovisionarse de caballo. Pero además de este tema, hay otros igual de potentes. Abundas los medios tiempos, e incluso alguna balada, como “Alma y corazón” que ponen el listón muy alto. Y después más de lo mismo. La crítica se rinde ante esta joya, pero el gran público ni se entera. El gran público sigue a lo suyo, consumiendo basura precocinada, sin sentimiento ni emoción, como suele ser habitual. Siguen tocando en directo, pero dejan a un lado el local de ensayo. Tienen que pasar otros dos años para que se encierren otra vez en un estudio y plastifiquen nuevos temas. Así que en 1991 aparece su tercer y último disco: Mala reputación. Nueve temas. Ocho canciones propias y una versión de “The horse”, un viejo éxito soul de Cliff Nobles, que también habían versionado Booker T. & The MGs. Repite Nazario como autor de la portada. Algunos cambios en la banda: el Cucharilla deja la batería y lo sustituye Ricardo Pachón Jr. y hay una nueva incorporación, Jesús Arispont, que tocará el bajo, el órgano y hará coros. Produce Juanjo Pizarro, esta vez en solitario. Treinta minutos escasos de música. Pero qué treinta minutos. Qué canciones. Qué letras. Himnos callejeros para tiempos desesperados. La mejor poesía de arrabal que se ha escrito en España. Y me estoy quedando corto. Entre tanta guitarra desbocada a velocidad de la luz, se cuela “Ángel”, una balada donde Dogo hace un sentido homenaje a su hermano de sangre, el poeta y músico Ángel Caballero. Y a pesar de la calidad del disco, otra vez más de lo mismo. El gran público sigue sin enterarse, y aunque la crítica los admira, no se comen un colín. Así que deciden chapar. Así contaba el propio Dogo el final del grupo en el artículo antes referido de Ruta 66l: En el 92 la cosa pintaba mal en Sevilla para mí. Aunque habíamos tenido buenas críticas con los discos, la cosa no acababa de cuajar. Y encima teníamos pocos bolos, eso sí, casi todos fuera de Andalucía. Incluso hicimos una gira por Suiza (…) Como te decía, lo llevaba mal en Sevilla, los fastos de la puta Expo habían endurecido la represión policial hasta unos límites brutales, de tal manera que se abrió la veda para la caza del yonki; ya sabes lo bien que se ejecuta por estas tierras la taurina suerte del acoso y derribo. En el seno de la banda puedes imaginar cómo estaba la cosa: todos sin excepción éramos adictos, con una ecuación por resolver: poco trabajo, polvo caro, malo y difícil de conseguir, y además el resto del vecindario está encantado con la extraña movida de la Expo… mejor chapamos, ¿no?… Y así vendí mi parte del Fun Club a uno de los socios, dejé mi casa y cerré mi harén. Decidí pirarme para Ibiza a ver qué tal se respiraba por allí. Y de esta manera, una de los mejores grupos de rocanrol de Andalucía y España, dieron carpetazo a ocho años de creación, conciertos, drogas, y vida al límite. Después vinieron otras historias, pero eso lo contaremos otro día. Parece ser que en la actualidad, Dogo y Juanjo Pizarro, junto con los guitarristas sevillanos Charlie Cepeda y Jose Luis ‘’Suerito’’, el bajista Luis Malaespina Almagro y el batería Ramón ‘’Rama’’, se juntan de vez en cuando en el local de ensayo y componen temas nuevos, recrean los antiguos, y un par de veces al año, se suben a algún escenario para descargar su rocanrol caliente en conciertos llenos de fuerza e intensidad. Genio y figura. Ya ves.

2 comentarios:

  1. Rafa, hoy he estado en la Feria del Disco de Córdoba y hablando con unos vendedores sevillanos porque iba buscando dos discos de Los amos del mundo, salió el tema de los Dogos y Los Mercenarios y Los Canijos y para que veas lo que es la vida, nuestro amigo nos contó que a Juan Diego Fuentes lo tienes soldando barcos en el Pto. de Santa María (Cádiz). Que cosas.....
    Les hablé de tu artículo en tu blog.

    Un abrazo.

    PIWI.

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  2. Pues sí, así son las cosas en este país de mierda. La gente con imaginación, con ideas, con clase, acaba haciendo cosas que no tienen nada que ver con esas cualidades. Y todavía tiene que dar suerte al destino porque tiene trabajo.

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