Anoche, para conmemorar el centenario del nacimiento de Fernando Fernán Gómez, volví a ver una de sus películas más personales, escrita, dirigida e incluso producida por él mismo: “El mundo sigue”. Se trata de una película rodada en 1963, cuando el franquismo parecía que empezaba a relajarse un poquito, algo que no fue sino un espejismo. Con la llegada de Fraga Iribarne al Ministerio de Información y Turismo, del que dependía el cine, nombran Director General de Cine a García Escudero, lo cual, a priori, parecía algo bastante positivo. Y digo parecía porque con esta peli, la censura se cebó que dio gusto. Fue censurada por activa y por pasiva. Y eso que la película estaba basada en la novela del escritor Juan Antonio de Zunzunegui, que era un escritor franquista perteneciente a la Real Academia, hoy caído en el olvido. Pero ni eso sirvió.
La peli cuenta la
historia de un tipo, al que da vida Fernán Gómez, que se gana la vida como
camarero, y que es un ludópata redomado, al que no le importa malgastar el
sueldo de toda una semana jugando a las quinielas aunque sus hijos no tengan
qué comer. Su mujer, Eloísa, interpretada por Lina Canalejas, había sido un
bellezón tan solo unos años antes, pero la vida, con todas sus porquerías, la acaba
destrozando. Eloísa tiene una hermana, Luisa, interpretada por Gemma Cuervo,
que decide que ella no quiere ser como su hermana, y se dedica a vivir de los hombres
maduros, preferiblemente de los que tienen mucho dinero.
La película es muy dura,
de un realismo fiero, sin una pizca de complacencia y sin una sola concesión al
espectador. No hay nada de humor. Sólo amargura y crítica feroz, despiadada, a
una sociedad, la española de principios de la década de los sesenta, en la que
el franquismo hacía aguas, con su doble moral, con sus mojigaterías
nacionalcatólicas, con un machismo que estremece (hay una escena en la que Eloísa,
peleándose con su hermana, defiende el derecho de su marido a malgastar el
dinero “porque es un hombre” y se supone que en España, los hombres podían y
debían hacer esas cosas), con sus miserias económicas y sus fortísimos contrastes
sociales.
Esta película, en su
momento, la vieron cuatro gatos mal contados, por la sencilla razón de que no
la proyectaron en ningún cine, por las razones ya expuestas relacionadas con la
censura y la clasificación que recibió. Vista hoy, seis décadas más tarde,
sorprende por su modernidad y por su valentía, además de por sus
interpretaciones absolutamente verosímiles. Acabo con un consejo: si tienes
ocasión de verla, no la desaproveches.