jueves, 30 de septiembre de 2010

Hay días

Hay días que preludian un desastre.
En ellos se entremezclan,
por los rincones del absurdo,
las multas de tráfico
los dolores de cabeza,
las rosas muertas,
los estúpidos programas
de televisión.

La noche urgente
golpea las ventanas
de las casas ahí afuera,
y todos los dioses se emborrachan
con alcohol de garrafa,
y la ausencia dolorosa
de algo a lo que agarrarse
se aferra a tu vida,
y entre el mundo y tú se levanta
un muro infranqueable
de abismo y hormigón.

Hay días absolutamente desastrosos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

De regreso al hogar

El poeta,

para no perderse

en el bosque,

fue dejando

miguitas de versos,

aquí y allá,

con la intención

de regresar

sano y salvo

al hogar.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Érase una vez un país

Érase una vez un país donde gobernaba la socialdemocracia, aunque a ellos les gustaba utodefinirse como "socialistas". El gobierno de este país, con su Presidente a la cabeza, tenía por costumbre mentir a los ciudadanos. No era nada extraño oírles decir una cosa para, acto seguido, hacer todo lo contrario. Sucedió que, en la época en que gobernaba la socialdemocracia en este país, estalló una gran crisis económica mundial, producida por la avaricia sin límite de las grandes corporaciones capitalistas, que se habían dedicado a trapichear con el dinero ajeno como mangantes del tres al cuarto. Durante una legislatura completa y la mitad de otra, el gobierno de este país puso en marcha medidas económicas a las que podríamos calificar de excéntricas y demagógicas, tales como regalar a cada persona cuatrocientos euros, pagarles cien euros a cada mamá con hijos menores de tres años independientemente de cuál fuese su nivel de ingresos, comprar un ordenador a cada niño de quinto de primaria aunque ese niño fuese hijo de un multimillonario, etc., etc. Cada una de estas medidas, por sí sola, no suponía un coste excesivo, pero todas juntas, llevaron al Estado a una situación cercana a la bancarrota. Así pues, bajo la influencia de múltiples factores nacionales e internacionales, la economía de este país entró en una terrible recesión y la destrucción de empleo fue masiva, llegando a la nada desdeñable cifra de cuatro millones seiscientos mil desempleados. No obstante, el Presidente del Gobierno juraba y perjuraba que no habría recortes sociales, que la crisis no la pagarían los de siempre (léase las trabajadoras y los trabajadores). Mientras tanto, los sindicatos mayoritarios, que se habían vuelto conniventes con el poder y poco reivindicativos, eran incapaces de morder la mano que les había estado dando de comer. Pero resultó que el Gobierno de este país puso en marcha una serie de medidas encaminadas, según ellos, a sacarnos de la crisis. Las medidas eran, a todas luces, reaccionarias, conservadoras y antisociales. Hubo una gran oleada de recortes sociales y, desde el Gobierno, se impulsó una reforma laboral que abarataba el despido y precarizaba, más aún, si cabe, el empleo. La envergadura de las medidas adoptadas era tal, que los sindicatos mayoritarios, antaño sostén incuestionable de la paz social, de la concertación y del gobierno, se vieron obligados a convocar una huelga general. En el país donde tuvieron lugar estos acontecimientos, la huelga era un derecho reconocido por la Constitución, que también reconocía otros derechos, como el derecho a una vivienda, al trabajo, a la educación, a la sanidad, etc., etc. Pero todos los ciudadanos de este país sabían que eso eran sólo palabras escritas en un papel.
En torno a esa huelga general, se contaron muchas, muchas mentiras. Por ejemplo, se contó que la gente podía decidir libremente si iba o no iba a la huelga. Pero resulta que eso no era cierto. Porque muchos trabajadores y trabajadoras recibieron la consigna, por parte de su empresa, de que, si se apoyaba la huelga, "peligraba el puesto de trabajo". Los medios de comunicación reaccionarios (es decir, prácticamente todos los medios de comunicación) pusieron en marcha la maquinaria pesada contra los sindicatos (se les acusaba de cobrar subvenciones, algo que en este país estaba a la orden del día. Un inciso: en el país de nuestro cuento, cobran subvenciones públicas desde la editorial Planeta al diario El País; desde la Duquesa de Alba a los equipos de fútbol, pasando por las empresas del carbón, la automovilística, la banca, etc., etc. No hay ni un solo sector que no tenga subvenciones). También se contó que aquella huelga general no serviría de nada. Pero el gobierno era consciente de que sí serviría, y de que, de su éxito o fracaso dependerían muchos de los próximos movimientos de aquel Gobierno errático y derechoso. También se contó que aquella era una huelga política. Y resultó que aquello sí era cierto, pues aquella era una huelga contra la política del Gobierno de la nación, una política encaminada a satisfacer el hambre voraz de los mercados financieros, y que, sin embargo, atacaba, sin miramientos, lo poco que quedaba del mal llamado "Estado del bienestar".
El futuro de las trabajadoras y los trabajadores de este país, el de sus hijos e hijas, estuvo, por una vez, en sus manos. Si se apoyaba la huelga y esta era un éxito, las cosas, el día de mañana, podrían ser un poco menos malas para todos. Si por el contrario, la huelga fracasaba, y se dejaba el camino expedito para que el gobierno socialdemócrata y los próximos gobiernos conservadores hicieran y deshicieran a su antojo, el mundo sería un lugar peor. Sin lugar a dudas. Mucho peor.

martes, 21 de septiembre de 2010

Yo copio, tú copias, él copia...

Hace unos días dejé el el blog un poema titulado "El amor: efectos adversos". En él comparaba al amor con una enfermedad que puede tener distintos efectos nocivos para la salud humana. Un lector anónimo (o lectora, tanto da) me dejó un comentario/consejo/crítica: "No copies a Sabina." "Más quisiera Sabina", fue mi respuesta, medio en broma, medio en serio. Puede parecer, en principio una frase escrita para epatar, pero no es así. Es lo que pienso. A mí Joaquín Sabina me parece un tío que ha escrito un puñado de excelentes canciones ("Ahora que", "El rocanrol de los idiotas", "Y sin embargo", "La canción más hermosa del mundo" y alguna más); y otras que ni fu ni fa. Eso si hablamos de él como escritor de canciones. Si lo hacemos como escritor de poemas, que el espíritu de Bakunin nos proteja. Sus sonetos me parecen un bodrio de talla XXL. Habría que ver si Visor hubiese publicado Ciento volando de catorce, si en vez de Joaquín Sabina el autor de esa cagada hubiese sido, por ejemplo, Jacinto Díaz, con todos mis respetos hacia el susodicho Jacinto. Creo que la respuesta es evidente.
Por otra parte, y centrándonos en el tema de las influencias, o como insinuaba el Anónimo, del copieteo, leí hace unos días una entrevista con el director de cine Álex de la Iglesia, y venía a decir el director de El día de la bestia que esa es, precisamente, la característica principal del postmodernismo, la capacidad de copiar a los maestros. Nada que objetar. Todos copiamos. Desde el autor más consagrado al principiante. Poetas, novelistas, directores de cine, guionistas, pintores, escultores, diseñadores y músicos, entre otros, toman de aquí y allá, y es de ahí, de esa mezcla de donde nace la creación. La diferencia radica, obviamente, en la originalidad del resultado. A unos se les nota más y a otros menos. Yo creo, con total honestidad, que a mi escritura se le nota poco. Y eso se debe a que utilizo un gran abanico de influencias, donde caben desde una frase de Bob Esponja o un verso de San Juan de la Cruz a una escena de Vidas cruzadas o un tebeo de Carlos Giménez. En uno de mis libros hay un poema que se titula "Escenas de una batalla casi perdida" de un tono bastante descorazonador. Cierto poeta me dijo, muy circunspecto, que se notaba la influencia de la poesía existencialista en sus versos. Por supuesto, respondí. En realidad el poema había nacido de una frase que escuché en la serie de dibujos animados Futurama. Conclusión: Yo también copio, pero a Sabina, ¡ni de coña! En cualquier caso a...

lunes, 20 de septiembre de 2010

Las novelas de Charles Bukowski: Factótum (III)

Haciendo añicos el sueño americano: Factótum

En 1975, aparece Factótum, la segunda novela de Charles Bukowski. A propósito del proceso de creación de la novela, Neeli Cherkovski cuenta:

En medio de la creación de nuevos poemas, la desenfrenada sucesión de recitales de poesía y el continuo drama con Linda, Hank acabó su segunda novela, Factótum. Había descubierto el título un día en que estaba buscando algo en el diccionario: se topó con la palabra y, al leer la definición, decidió que era lo que le iba a los años cuarenta, el período sobre el que había escrito; “Persona que hace toda clase de servicios…” El título fue fácil, pero escribir la obra no: trabajó esporádicamente en el libro a finales de 1973 y durante el año siguiente. En el otoño de 1974 estuvo a punto de quemarlo, pero lo acabó a tiempo para su publicación.

En Factótum, Bukowski nos presenta al joven Henry Chinaski en el período de tiempo que se extiende desde la Segunda Guerra Mundial hasta el comienzo de la década de los años cincuenta. Cada vez más cerca de convertirse en un antihéroe, Bukowski nos narra las idas y venidas de Henry Chinaski a lo largo y ancho de los Estados Unidos, desde Nueva York a Filadelfia, pasando por Nueva Orleans, Chicago, San Luis, Dallas, San Francisco o Miami. Chinaski viaja de un sitio para otro, sin destino predeterminado. Su medio de transporte favorito es, sin duda, el autobús:

Llevé a Henry Miller conmigo y traté de leerlo a lo largo del viaje. Era bueno cuando era bueno, y viceversa. Acabé con una botella de whisky, luego otra, y otra. El viaje duró cuatro días y cinco noches. (…) Yo siempre he padecido de insomnio y en un autobús sólo puedo dormir cuando estoy totalmente borracho. Ni siquiera lo intenté. Cuando llegamos no había dormido ni cagado en cinco días y apenas podía caminar.

De esta manera, se convierte en un asiduo de las terminales de autobuses Greyhound de todo el país:

Luego di una vuelta por la estación y me senté en los incómodos bancos junto a los demás pasajeros. Estábamos allí todos sentados, contemplándonos unos a otros y contemplando el vacío. Mascábamos chicle, bebíamos café, entrábamos en los retretes, orinábamos, nos dormíamos. Nos sentábamos en los duros bancos de espera y fumábamos cigarrillos que no queríamos fumar. Observábamos a los demás y no nos gustaba lo que veíamos.


A lo largo de la obra, el protagonista se enfrenta a unos veinte empleos, unas veces humillantes y otras, simplemente cómicos. En la mayoría de las ocasiones, estos trabajos no duran más de una semana, y algunos, no más de unas horas. Recolecta fruta, empaqueta revistas, hace recados en un periódico, fabrica galletas para perros, embala ropa de señoras, pedales de bicicleta, tubos fluorescentes, etc. Entre empleo y empleo, bebe, apuesta en las carreras de caballos y conoce a mujeres tan desesperadas y autodestructivas como él mismo. Una de estas mujeres es Jan.

Había tenido dos niños, pero tenía un polvo de lo más acojonante. Nos habíamos conocido en una camioneta-bar —yo estaba gastando mis últimos cincuenta centavos en una grasienta hamburguesa— y habíamos empezado a hablar. Ella me invito a una cerveza, me dio un número de teléfono, y tres días más tarde me mudaba a su apartamento.

Con Jan inicia una relación amorosa repleta de borracheras, sexo y peleas. Cuando las resacas y los empleos se lo permiten, Chinaski trata de abrirse camino como escritor, escribiendo relatos cortos que envía a revistas como Harper y Atlantic Monthly.

La mayoría de ellos los mandaba a Clay Gladmore, cuya revista neoyorquina Frontfire yo admiraba. Sólo pagaban 25 dólares por historia, pero Gladmore había descubierto a William Saroyan y a muchos otros, y había sido amigo íntimo de Sherwood Anderson. Gladmore me devolvía muchas cosas con notas de rechazo escritas por él mismo.


Hasta que un día, al fin, Gladmore le envía una nota donde le comunica que un relato de Chinaski será publicado en el próximo número de Frontfire. Chinaski se vuelve loco de alegría:

Me levanté de la silla sosteniendo todavía la nota ente mis manos, mi PRIMER texto aceptado. De la revsita literaria número uno de América. Nunca me había parecido el mundo tan hermoso, tan lleno de promesa. Caminé encima de la cama, me senté, me tumbé en el suelo, la leí otra vez, estudié cada curvatura de la firma de Gladmore. Me levanté, llevé la nota hasa la cómoda, la apoyé allí. Entonces me desnudé, apagué las luces y me emtí en la cama. No me podía dormir. Me levanté, encendí la luz, me acerqué a la cómoda y la leí de nuevo: Estimado Sr. Chinaski…


Factótum describe el cansancio, sufrimiento y humillación de su protagonista como si se tratase de una novela de denuncia social de los años treinta, al estilo de las novelas de John Steinbeck, pero sin el tono melodramático que caracterizó a este tipo de literatura.

Para el profesor Cándido Pérez Gállego, Factótum,

Nos conduce a un decorado sombrío en el que Chinaski lleva una existencia picaresca, cambiando de amor y de dueño, alternando la borrachera con el sexo y dando prueba de un absoluto fracaso vital. El estilo es directo, seco, no lejano del de (Richard) Brautigan, de notable eficacia. (…) Este decorado nos lleva a una vida contracultural: los hoteles lúgubres se suceden, las personas anodinas entran y salen. Hay una extraña sensación de libertad.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Yo, de mayor, quiero ser como José Antonio Labordeta


(...)

También será posible
que esa hermosa mañana
ni tú, ni yo, ni el otro
la lleguemos a ver;
pero habrá que forzarla
para que pueda ser.

Que sea como un viento
que arranque los matojos
surgiendo la verdad,
y limpie los caminos
de siglos de destrozos
contra la libertad.

Habrá un día
en que todos
al levantar la vista,
veremos una tierra
que ponga libertad.

Fragmento de "Canto a la libertad", canción compuesta por José Antonio Labordeta (Zaragoza, 10 de marzo de 1935- Zaragoza, 19 de septiembre de 2010).

viernes, 17 de septiembre de 2010

Caballos

A veces, cuando vuelvo del trabajo a mediodía, paso junto a una finca en la que pastan, ajenos al mundo, una manada de ocho o diez caballos. Son todos de color marrón, menos uno, que es blanco, moteado de pequeñas manchas negras. Son caballos adultos, pero hay dos potros que suelen estar mamando de las ubres de sus madres. Son hermosos y se les ve felices, corriendo en libertad por el campo.
Uno de esos días que volvía a casa después del trabajo, el único caballo blanco de la manada estaba en medio de la carretera, comiendo hierba seca de la cuneta. Detuve el coche delante de él, y se quedó mirándome. Esperé durante unos segundos a ver si se apartaba, pero el caballo seguía allí, de pie, mordisqueando aquí y allá, ignorando por completo aquel coche blanco que tenía ante sus narices. Así que no me quedó más remedio que parar el motor de mi coche y bajarme, despacio, para no asustarlo. Lo agarré de la cabeza con suavidad, casi con ternura, y comencé a hablarle con voz suave tratando de no asustarlo. Él seguía a lo suyo, sin inmutarse. Al final conseguí que volviera con el resto de los caballos y yo regresé al coche y continué mi camino de vuelta a casa.
Conduciendo, me acordé de un relato de Raymond Carver que había leído hacía unos cuantos años.
En el cuento de Carver es de madrugada y hay una gran niebla. El protagonista de la historia acaba de sufrir una crisis matrimonial y está sentado mirando el fuego crepitar en la chimenea. De repente oye un ruido en el jardín y al asomarse descubre unos cuantos caballos paseando junto a su coche, mordisqueando la hierba del jardín. La sorpresa del hombre es mayúscula. Así que decide despertar a su mujer para que admire el pequeño milagro de aquellos caballos correteando allí fuera.
En todo eso voy pensando, en Raymond Carver y en los caballos de su cuento, y en el caballo blanco que acabo de apartar de la calzada para poder pasar y en los potrillos que no se separan de sus madres. Y sigo conduciendo hasta mi casa con la esperanza de que mañana los caballos sigan pastando en aquella finca junto a la carretera.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Narcisismo

Te amo más que a mí mismo, le dijo el hombre al tipo despistado que lo miraba, fijamente, desde el fondo del espejo.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Y ahora en francés...

Este verano escribí un artículo, que fue publicado en Rebelión, titulado Un día histórico. Manuel Colinas, a quien no tengo el gusto de conocer, se tomó la molestia de traducirlo al francés, y de enviarlo a algunas webs francesas. Como es la primera vez que alguien traduce un texto mío, me voy a tirar el rollo y lo voy a poner aquí. Para que se joda Sarkozy.

Un jour historique.

Ce matin, j’avais dans l’idée de mettre sur mon blog un récit que j’ai écrit ces derniers jours avec pour titre « Un jour quelconque ». Mais, à sa place, je vais écrire, plein de rage et d’impuissance, quelques mots sur ces cinq êtres humains, ces trois femmes adultes (l’une d’elles était enceinte) et ces deux bébés qu’on vient d’enterrer, le 15 juillet, dans le Cimetière Municipal de Motril (Espagne). Ces cinq personnes sont mortes, samedi 10 juillet. Elles naviguaient, ainsi que trente-sept autres, sur une embarcation de fortune. Elles se sont noyées en mer alors qu’elles se dirigeaient vers nos terres dans l’espoir d’y trouver un avenir un peu meilleur que celui qui les attendait dans leur pays (ces malheureux ne savent pas ce qui en réalité les attend de ce côté-ci de la Méditerranée ; s’ils le savaient…). Lecteurs qui me lisez, si vous avez vu les images que la Télévision a transmises des cercueils de ces enfants, vous comprendrez ma rage et ma colère et je suis certain que vous la partagez parce que personne ne peut rester indifférent devant tant de douleur et tant d’injustice.

Le hasard a voulu que le lendemain du jour où sont survenues ces cinq terribles morts, le dimanche 11 juillet, notre pays tout entier a été pris de folie suite à la finale du Mondial de football (un évènement historique, qu’on nous a répété sur tous les tons).

Que voulez-vous que je vous dise ? Que ce qui, pour moi, est véritablement historique, (même si c’est devenu, c’est vrai, presque un événement quotidien), c’est qu’on enterre ces cinq personnes dans la plus infinie solitude et de la façon la plus anonyme qui soit.

Pour moi, ce qui est historique, c’est cet échec le plus total de l’espèce humaine, de nos responsables politiques toutes obédiences confondues, des organisations humanitaires et tout le saint-frusquin puisque nous sommes, nous tous, incapables d’empêcher que deux bébés et trois femmes ne se noient à quelques milles marins des côtes de Motril.

Pour moi, ce qui serait historique, ce serait qu’une maudite fois pour toutes quelqu’un mette un point final à ce genre de tragédies ou que d’autres êtres humains ne soient pas poussés, au péril de leur vie, à venir dans un pays où on les traite du bout du pied et où on les accuse de tous les maux existant et à venir.

Pour moi, ce qui serait historique, ce serait que la richesse soit partagée, qu’un individu ne puisse pas se fourrer dans la poche six cent mille euros rien que parce qu’il gagne quelques matchs de football et que les autres puissent vivre sur la terre qui les a vu naître sans être obligés de s’élancer sur la mer vers une mort assurée.

Pour moi, le jour véritablement historique, ce sera ce jour où les bébés ne mourront pas noyés dans la mer pour la simple raison qu’ils sont nés du côté déglingué du monde.

Enfin, pour moi, un jour historique, ce sera ce jour où tout être humain et la vie de n’importe quel être humain seront sacrés.

Qu’il est encore loin ce jour !

martes, 14 de septiembre de 2010

El amor: efectos adversos

El amor,
como otras drogas,
puede tener efectos adversos.
Frecuentemente
puede producir
dolor de cabeza, fatiga,
nerviosismo injustificado,
inapetencia generalizada,
latidos cardíacos irregulares
o rápidos, sequedad de boca,
alucinaciones, estómago revuelto,
palpitaciones, confusión,
aturdimiento, sedación,
aumento de la libido,
respiración entrecortada o ruidosa,
calambres fuertes en el alma,
temblores y rigidez de los músculos,
y/o dificultad para dormir.
También puede producir
unos deseos incontrolados
de estar en todo momento
con la persona amada
(sobre todo cuando el amor
se suministra por vía intravenosa).
No obstante,
todo esto suele desaparecer
cuando se interrumpe
el tratamiento.
Si usted padece
uno o más de estos síntomas,
deje su amor en la mesita de moche
y consulte a su médico
o farmacéutico.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Si resisto...

Si resisto,
si resisto
y sobrevivo
es por tu luz.

Kortatu (Fragmento de "Equilibrio", tema incluido en El estado de las cosas)

domingo, 12 de septiembre de 2010

Las novelas de Charles Bukowski: Cartero (II)

Un poeta maldito en la oficina de Correos: Cartero

El día dos de enero de 1970, Charles Bukowski, a punto de cumplir cincuenta años de edad, presenta su dimisión en la oficina de Correos en la que llevaba trabajando desde 1958. Ha tomado una decisión irrevocable: convertirse en escritor profesional. Al día siguiente, Bukowski comienza a escribir la que será su primera novela: Post Office (Cartero), escrita “(…) en veinte días, ciento veinte mil palabras, de las cuales eliminé treinta mil en la corrección”, según escribía el propio autor en una carta a un amigo. Según Neeli Cherkovski, biógrafo de Bukowski, la escritura de esta novela permitió al autor californiano

repasar todos aquellos años de sufrimiento como funcionario de Correos. Revivió cada incidente con distancia, libre como estaba ahora de reglamentos, normas, supervisores y compañeros de trabajo. (…) En Cartero compara el dejar el trabajo con escaparse de la cárcel; escribir aquella novela fue como una liberación catártica, un medio de salir de una mala situación.

Sobre la manera en que fue escrita Cartero, Cherkovski cuenta lo siguiente:

El día que empezó la novela, Hank entró en una especie de trance, y no se tomó ni un día de descanso hasta que acabó. Empezaba a escribir a las dos y media de la tarde y seguía hasta medianoche, en que paraba, salía un rato y comía algo. Iba revisando a medida que iba escribiendo.

El día 21 de enero, tres semanas después de haber comenzado a escribirla, Charles Bukowski puso el punto y final a Cartero. Luego telefoneó a John Martin para darle la buena noticia. La novela fue publicada el ocho de febrero de 1971, prácticamente un año después de concluida. El libro, de carácter autobiográfico, narra las vicisitudes tanto a nivel laboral como personal, del personaje principal, Henry Chinaski, alter ego del autor, durante los dos períodos de tiempo en que trabajó como empleado en la oficina de Correos de Los Ángeles: el primero, tres años y medio como cartero; el segundo, doce años como funcionario clasificando la correspondencia en dicha oficina. El protagonista, Henry Chinaski, aparece como un hombre que no se asusta ante nada, que no se somete sumisamente a las órdenes injustas de sus superiores, que se rebela ante el sistema y ante sus representantes, los supervisores de la oficina de Correos. La parte más importante de la novela es el final, cuando el día de su cumpleaños, Chinaski, al igual que había hecho el propio Charles Bukowski unos meses antes, presenta su dimisión irrevocable para dedicarse por entero a lo que hasta ese momento había ocupado su tiempo libre: la literatura.
Esta primera novela aporta dos elementos fundamentales a la prosa de Bukowski:
a) La estructura formal: en esta obra Bukowski utiliza una estructura formal que mantendrá en el resto de sus novelas. Los orígenes de esta estructura los encontramos en el relato Confesiones de un hombre lo bastante loco como para vivir con las bestias. Consiste en una serie de capítulos, sin título, encabezados por un número que marca el orden de la narración. Esos capítulos son, por lo general, más breves que un relato y más largos que un simple boceto, aunque no se puede decir que haya una extensión media.
b) El personaje de Henry Chinaski: es el nombre que Bukowski utiliza para su alter ego. Hasta este momento, Bukowski había probado con otros nombres, por ejemplo, Puchinski en el relato Todos los culos del mundo y el mío, pero no los había conservado durante mucho tiempo. Sin lugar a dudas, una de las aportaciones más importantes y originales de Bukowski como novelista es el personaje de Henry Chinaski, que será el protagonista del resto de novelas de Charles Bukowski, excepto de la última.
El crítico Michael Basinski nos presenta a Henry Chinaski como,

un vagabundo y un alcohólico, inflexible, intransigente, groseramente poético y original. Es un personaje dostoyevskiano, un moderno y americano hombre del subsuelo. Es también un autoproclamado cobarde que obtiene un gran placer en las cosas más básicas: la imaginación, la creación, la defecación, la copulación y la intoxicación. Vive en una sociedad americana que está en ruinas, aunque es por elección propia y no porque las circunstancias lo obliguen. Chinaski ha cambiado la normalidad y la mediocridad por la ventaja del autoconocimiento y la exploración que sólo se puede alcanzar en un medio que no esté restringido desde el punto de vista social. Su yo supremo, un yo de connotaciones ácratas, ha encontrado su santuario en los barrios bajos, lejos de las demandas de la clase media de seguridad, empleo y un césped cortado con esmero. Chinaski no es un lerdo; es un superviviente. Su vida de alcohólico pobre y oprimido no lo deprime. Tampoco le da un carácter romántico —como ocurriría con un bohemio— a esa vida al margen de la sociedad. Chinaski ha inventado un espacio cultural donde él es el centro de su propio mundo, desde el cual ve pasar a toda prisa el loco mundo real. La filosofía de vida de Chinaski es bien sencilla y original. Es muy satírico y en apariencia anti-americano, aunque su espíritu es claramente yanqui e incluso su modelo vital, arquetípicamente americano. Es resuelto, testarudo, crítico, intolerante, autosuficiente y oportunista.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Te amo, no puedo vivir sin ti

La mañana era fría y desapacible. Un sol débil, como enfermo de cáncer, trataba de abrirse paso entre la espesura de las nubes, sin éxito. El hombre caminaba deprisa por aquella gran avenida. Llevaba tanto tiempo transitando, día tras día, por aquellas mismas calles que era capaz de hacer el camino hasta su trabajo con los ojos vendados. Nunca ocurría nada digno de mención. Siempre lo mismo. Las mismas caras cansadas ya tan de mañana, los mismos rostros desganados, las mismas almas exhaustas, los mismos seres humanos completamente vacíos por dentro. No obstante, aquel día no iba a ser como todos los demás. Aquel iba a ser un día especial. Al pasar junto al escaparate la vio. Al principio fue sólo un destello, como un breve retazo de un sueño. Tan irreal le pareció al hombre lo que había visto, o lo que creía haber visto, que hizo algo que no había hecho jamás durante los veinte años que llevaba pasando, día tras día, por aquella calle. El hombre volvió sobre sus pasos. Y sí, era cierto lo que había visto. No había sido fruto de su retorcida imaginación. Allí estaba, de pie, altiva, elegante, voluptuosa, felina. Llevaba un vestido primaveral de color verde, vaporoso, con tirantes, que dejaba al desnudo sus hombros breves y que contrastaba fuertemente con la ropa que llevaba puesta el resto de la gente aquel gélido día de invierno. Ella lucía una hermosa cabellera de un negro espeso. E iba descalza. El hombre le lanzó una mirada esquiva, mirando sin mirar. Pero pasados unos minutos, se dejó llevar y empezó a observarla con descaro, sin preocuparse en absoluto por llamar la atención entre los demás transeúntes. Sus ojos se posaron en los de ella. El hombre pensó que no debía llevar ropa interior pues no había rastro de ella por ningún lado, por más cuidado que pusiera en su observación. Y en aquel momento, mientras pensaba en todo lo que estaba sucediendo, que ella estaba allí de pie, con su vestido verde mostrando sus bellísimos hombros y la piel morena más hermosa que el hombre había visto en toda su vida, sin rastro de las braguitas o el sujetador por ningún sitio, sin zapatos, el hombre sintió que estaba teniendo una erección, una extraordinaria y terrible erección. Lejos de avergonzarse, el hombre se sintió orgulloso. A pesar de la edad, todavía era capaz de experimentar ese tipo de sensaciones cuando veía la belleza en su estado natural. La volvió a mirar y pensó que ella tenía que ser suya a cualquier precio, que no repararía en nada hasta tenerla entre sus brazos. Jamás en sus sesenta y cuatro años de vida había sentido por nadie lo que sentía en aquellos momentos. Se acercó al cristal del escaparate y rozándolo levemente con las yemas de sus dedos le dijo a aquella maniquí del vestido verde y el pelo negro: Te amo, no puedo vivir sin ti.
La gente seguía caminando junto a él, cada uno a lo suyo.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Las novelas de Charles Bukowski: Introducción (I)

Charles Bukowski (Andernach, Alemania, 20 de agosto, 1920 / San Pedro, California, USA, 9 de marzo, 1994) es, con toda probabilidad, el escritor norteamericano que más éxito y fama ha alcanzado en Europa en las últimas décadas, desde que se diera a conocer en este continente con sus relatos, sus novelas y sus poemas a mediados de la década de los años setenta. Estas obras llegaron a España avaladas por el tremendo éxito de público y crítica que habían cosechado en otros países europeos, sobre todo en Alemania, Francia e Italia. En muy poco tiempo, empezaron a disfrutar en nuestro país de ese mismo éxito, consiguiendo un buen número de fieles seguidores. Su proyección internacional hizo que intelectuales, periodistas y críticos se interesasen de manera permanente por su obra.
El éxito masivo de sus obras, unido a las coordenadas narrativas mostradas por el autor, lo convirtieron en un revulsivo en el panorama internacional literario. Los personajes que pueblan sus obras —con frecuencia, gente con vidas al límite: prostitutas, borrachos, desempleados, fracasados de cualquier pelaje— y la propia temática de las mismas, es decir, su estilo narrativo, lo han convertido en uno de los escritores más originales, valientes e inteligentes de los últimos años. O como lo definiera Álvarez Flores, Charles Bukowski es,

(…) un escritor apresurado, descuidado, pero rápido y diestro lírico. Es obsceno y procaz pero magnánimo y magnífico y relampagueante, y terapéutico. Y es, sobre todo (…) profundamente humano y valeroso y príncipe.

Estamos, pues, ante un artista fruto de su época, perspicaz y agudo, satírico y delirante. Un artista cuyo universo creativo, cultural y vital es enteramente propio, aunque en él encontremos el rastro de influencias numerosas y, a veces, hasta dispares.

Las novelas de Charles Bukowski

En los años setenta, Bukowski abandonó durante poco más de una década el relato corto para centrarse en la novela. Éste era un género con el que no se había sentido nunca demasiado identificado, como demuestran muchas de sus cartas de este período:

(…) estoy seguro de que no puedo pasarme a la novela, al menos no en mi estado de ánimo, me parece que escribir una novela no es sino mucho trabajo, un concepto grandioso para no decir nada, y creo que la idea del poema, bueno o malo, es evitar que me vuelva más loco aún.


Algunos meses más tarde, aunque seguía pensando del mismo modo, dejaba una puerta abierta a una futura novela, si encontraba a alguien dispuesto a adelantar el dinero necesario para escribirla:

¿Una novela? Soy demasiado perezoso y estoy demasiado enfermo, para tal desperdicio de palabras, (…) por supuesto, soy como una prostituta, y si conoces a alguien que me adelante 500$ haré el truco porque estoy seguro de que seré capaz de escribirla de la manera que yo quiero, pero tú y yo sabemos que no aparecerá nadie con esas características, así que no afilaré la navaja, y hasta doy gracias por ello.


Pero al contrario de lo que Bukowski pensaba, sí que hubo alguien que adelantó el dinero para que él se pusiese a escribir una novela. El hombre en cuestión se llamaba John Martin, y era el dueño de la pequeña editorial Black Sparrow Press, que ya había publicado algunos volúmenes de poesía del viejo Bukowski.
Así pues, a lo largo de su carrera, Charles Bukowski escribió seis novelas: Post office (Cartero) en 1971, Women (Mujeres) en 1975, Factotum (Factótum) en 1978, Ham on Rye (La Senda del Perdedor) en 1982, Hollywood (Hollywood) en 1989 y Pulp (Pulp) en 1994.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

martes, 7 de septiembre de 2010

Savoir faire (a Tom Waits)

Una lágrima de regaliz
tatuada en el hombro derecho,
y en el izquierdo,
el beso que le robaste a una rubia platino.
Testarudo como una mula,
sabes que el Diablo es Dios
cuando toma unas copas.
Prefieres a las chicas
cuyos nombres empiezan por la letra M,
de misterio, de mordisco,
y hace siglos que descubriste
la imposibilidad de mezclar
cerveza caliente y mujeres frías.
Viajas con una vieja maleta llena
con la luz de una farola,
los silbidos de una locomotora,
media botella de Ballantine´s
y una buena coartada.

(De Los poemas del frío, ediciones Osuna, 2000)

domingo, 5 de septiembre de 2010

Cómo se lee una novela (según Manolo Vázquez Montalbán)

Leer una novela es lo más previsible que hay. Lees página sí y página no hasta la cincuenta. Luego te lees el final y vas avanzando la lectura, dos páginas sí, dos páginas no, para retomar el final. Ya está.

sábado, 4 de septiembre de 2010

¡Viva la tristeza!

A ella le gustaba estar triste. Parecía extraño, pero era así. Se sentía bien estando triste. ¿Por qué una tenía que estar siempre alegre? ¿Por qué había que lucir, a todas horas, una gran sonrisa en el rostro? De ahora en adelante estaría triste siempre que le viniera en gana. Se acabó la alegría fingida. Sería siempre ella misma y si a ella lo que le apetecía era estar triste, pues estaría triste. La tristeza era su estado natural y había decidido llevarla hasta sus últimas consecuencias. Disfrutaría con su tristeza. Le sacaría todo el partido posible. Iría a una tienda de discos y se compraría todos la discografía de Los Secretos y de Antonio Vega, y los escucharía hasta la extenuación, recreándose en los versos más desgarradores. Volvería a leer La Carretera hasta que las frases quedasen grabadas a fuego en su memoria y sólo iría al cine a ver melodramas lacrimógenos en los que al final siempre mueren los protagonistas. ¡Qué le den por culo a Woody Allen! Desde ese día, sólo tendría un grito de guerra: ¡Viva la tristeza!

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Diez perversiones (confesables) que han hecho que el verano haya sido especial

Los relatos descorazonadores de Alice Munro.
El reencuentro, casi veinte años después, con las canciones de Silvio Rodríguez.
La serie norteamericana Deadwood.
La serie española Guante blanco.
La novela de Don Winslow El poder del perro.
El concierto que Nacho Vegas dio en Salobreña la noche del día seis de agosto.
La magnífica reedición en vinilo de Actos inexplicables, el primer disco en solitario de Nacho Vegas, acompañado de cuatro de sus primerísimas canciones compartidas con Aroah.
Los poemas libertarios de Antonio Orihuela.
Los dvds de La edad de oro, la serie mítica de TVE.
El último disco de Andrés Calamaro