viernes, 5 de noviembre de 2010

Las novelas de Bukowski (V)

La forja de un rebelde: La senda del perdedor

En 1982 se publica su cuarta novela, La senda del perdedor . Esta novela entronca directamente con la tradición norteamericana de novelas cuyo protagonista principal es un niño que nos muestra el mundo desde su particular óptica, tales como Tom Sawyer o Huckleberry Finn, de Mark Twain, El Arpa de Hierba, de Truman Capote o El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. Sin embargo, la obra de Charles Bukowski, por su temática, está más cerca de los sufridos protagonistas infantiles de Charles Dickens (por ejemplo, Sissy en Tiempos difíciles u Oliver Twist en la obra homónima) que de Hackleberry Finn en la novela de Twain o Holden Caulfield en la novela de Salinger.
Durante mucho tiempo John Martin había intentado que Bukowski escribiera una novela sobre su niñez, pero el autor siempre se había negado argumentando que era una época que sólo despertaba en él malos recuerdos, y por tanto, le resultaba muy difícil escribir sobre esa etapa de su vida. En una carta dirigida a John Martin fechada el día siete de octubre de 1976, Charles Bukowski reflexiona a propósito de este tema: “Creo que nunca seré capaz de escribir sobre mi niñez. Quizás con setenta años (…)”. Y no sería hasta 1980 cuando empezara a escribir sus recuerdos de infancia y juventud.
En esta obra se relata la infancia y adolescencia de Henry Chinaski, partiendo desde su primer recuerdo, hasta el día en que Pearl Harbor es bombardeado por la aviación japonesa y los Estados Unidos entran en la Segunda Guerra Mundial. El joven Chinaski nos presenta una época durísima de la historia americana: la Gran Depresión de los años treinta.

La gente empezó a ir a los solares donde crecía la hierba. Habían aprendido que algunas de las hierbas podían ser guisadas y comidas. Había peleas a puñetazos entre hombres en los solares y en las esquinas. Todo el mundo estaba furioso. Los hombres fumaban Bull Durham y no aguantaban a nadie. (…) La gente hablaba de segundas y terceras hipotecas. Mi padre vino a casa una noche con un brazo roto y los dos ojos morados. Mi madre tenía un trabajo en alguna parte que le daba un poco de dinero. Y todos los chicos del vecindario teníamos un par de pantalones para los domingos y otro par de pantalones para diario. Cuando los zapatos se desgastaban, no había otros para reponerlos. En las tiendas se vendían suelas y tacones por 15 o 20 centavos junto a la cola, y éstas se pegaban en los zapatos desgastados.


Además de la terrible situación socioeconómica, Chinaski tiene que soportar el hecho de tener un padre cruel, cuyas palizas se van haciendo prácticamente diarias:

Entré y él cerró la puerta tras nosotros. Las paredes eran blancas. Había un espejo de baño y una pequeña ventana, con una cortinilla negra rota. Estaban la bañera y el retrete y los azulejos del suelo. Cogió la badana de cuero para afilar la navaja de afeitar que colgaba de un gancho. Iba a ser la primera de una serie incontable de palizas que se fueron haciendo más y más frecuentes. Siempre, me parecía a mí, sin una verdadera razón.


Su madre es una mujer sumisa y obediente, incapaz de rebelarse contra el yugo de su esposo. Para colmo de males, Chinaski se ve sorprendido por el peor caso de acné de la ciudad de Los Ángeles:

Pasaron unos minutos y de repente la habitación se llenó de gente. Todos eran doctores. Al menos tenían el aspecto y hablaban como doctores. ¿De dónde habían salido? Creía que apenas había doctores en el Hospital General de Los Ángeles.
—Acne vulgaris. ¡El peor caso que he visto en todos mis años de ejercicio!
—¡Fantástico!
—¡Increíble!
—¡Mirad su cara!
—¡El cuello!
—Acabo de examinar a una joven con acne vulgaris. Su espalda estaba cubierta de granos. Ella lloró y me dijo: “¿Cómo podré jamás ligarme a un hombre? Mi espalda quedará marcada para siempre. ¿Quiero suicidarme!” ¡Y ahora mirad a este tipo! Si ella pudiera verlo, sabría que no tenía razón para quejarse.

Por todo esto, el joven Chinaski se ve rechazado tanto por sus compañeros de colegio como por las chicas. La lectura y la escritura se convierten en la única escapatoria posible, y el único lugar donde se encuentra a gusto, la Biblioteca Pública de Los Ángeles. Allí empieza a leer un libro cada tarde y por sus manos pasan todos los grandes autores americanos y europeos: Upton Sinclair, D. H. Lawrence, Iván Turgenev, Maximo Gorki, John Dos Passos, Ernest Hemingway, Sherwood Anderson, Fiódor Dostoyevski, John Fante y un largo etcétera. Un poco más tarde conoce los encantos del alcohol, creándose un paraíso artificial en el que intenta escapar de todos los horrores de la vida cotidiana:

Nos sentamos en un banco del parque mascando chicle, y yo pensé, bueno, ahora sí que he encontrado algo, algo que me va a ayudar en los días venideros. La hierba del parque parecía más verde, los bancos del parque tenían mejor aspecto y las flores lucían más. Quizás aquella bebida no fuera buena para los cirujanos, pero el que alguien quisiera ser cirujano ya indicaba que no estaba bien desde el principio.


La senda del perdedor retrata a la perfección la otra cara del sueño americano: la carencia de oportunidades, el rechazo social, el alcohol como refugio seguro ante los problemas cotidianos, así como la falta de ambición y de autoconfianza del protagonista. En un pasaje de la novela, su protagonista, Henry Chinaski habla de sus deseos más inmediatos:

Podía ver el camino que se abría frente a mí. Yo era pobre e iba a continuar siéndolo. Pero tampoco deseaba especialmente tener dinero. No sabía qué es lo que quería. Sí, lo sabía. Deseaba algún lugar donde esconderme, algún sitio donde no tuviera que hacer anda. El pensamiento de llegar a ser alguien no sólo no me atraía sino que me enfermaba. Pensar en ser un abogado, concejal, ingeniero, cualquier cosa por el estilo, me parecía imposible. O casarme, tener hijos, enjaularme en la estructura familiar. Ir a algún sitio para trabajar todos los días y después volver. Era imposible. Hacer cosas normales como ir a comidas campestres, fiestas de Navidad, el 4 de julio, el Día del trabajo, el Día de la Madre… ¿acaso los hombres nacían para soportar esas cosas y luego morir? Prefería ser un lavaplatos, volver a mi pequeña habitación y emborracharme hasta dormirme.

En palabras de Barry Miles, autor de una biografía sobre Charles Bukowski, este libro es posiblemente su mejor novela, su Bildungsroman, la historia novelada de su infancia, la torturada relación con su padre, hasta el instituto de secundaria y hasta Pearl Harbor y la primera vez que se marchó de casa. Es una obra conmovedora, mordaz, divertida a veces y a veces inquietante.

1 comentario:

  1. Estoy deseando leerla. Estoy terminando "Factótum", luego comenzaré con "Mujeres", seguiré con esta "La senda del perdedor", para acabar más tarde con "Hollywood" y "Pulp".
    Sin duda Bukowski es uno de los grandes.

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