sábado, 30 de enero de 2010

Sol de invierno

Hoy es sábado. Un sábado frío de un mes de enero que ya agoniza. Son las once de la mañana y yo estoy sentado al sol, leyendo un relato de Juan Madrid que trata sobre un poli corrupto y facha. La banda sonora la pone Milla Jovovich, una versión del "Satélite del amor" de Lou Reed. La mañana es típicamente invernal, pero se está bien al sol. Me he acordado de un poema que escribí hace años. Era un poema que hablaba de un ángel enfermo de cáncer, un ángel que bajaba, una mañana de enero muy parecida a la de hoy, hasta la playa y allí se sentaba en la arena, al sol de invierno, y abría al azar un libro de poemas de Juan Ramón Jiménez, y leía un poema que trataba de la muerte.
Hoy es sábado. Un sábado de enero normal y corriente, con sus miserias y sus grandezas, pero al mismo tiempo es un día extraordinario. Y lo que lo hace único es el simple hecho de estar ahora, en este preciso instante, aquí, a unos cientos de metros del mar Mediterráneo, respirando esta luz azul y este frío invernal, dejándome acariciar por el sol de invierno, que lo hace todo un poco mejor, o tal vez, un poco menos malo. Y tengo en las manos un libro de Juan Madrid y la música suena en mi cabeza, y es, quizás, por todo esto, que no importa tanto que enero se desangre poco a poco.

viernes, 29 de enero de 2010

La dulce madurez de Bob Dylan

Nadie puede negar que, a sus casi setenta años, Bob Dylan está en un estado de gracia creativo. Pocas figuras del ámbito artístico —de cualquier disciplina— pueden equipararse al poeta de Duluth. Tan solo en esta primera década del siglo XXI, y ciñéndonos al ámbito literario, Dylan ha puesto en circulación un magnífico libro de memorias, Crónicas Vol. I, ha recopilado todas las letras de sus canciones en un único tomo, titulado precisamente Letras, —aunque más que de letras tendríamos que hablar de poemas, ácidos, ariscos, desconcertantes, desestructurados, feroces, pero poemas al fin y al cabo— y ha visto publicado un conjunto de poemas —ahora sí— que datan de los primeros años sesenta, acompañando las fotos que el fotógrafo Barry Feinstein hiciera de un Hollywood más que sorprendente, en un libro llamado precisamente Fotorretórica de Hollywood: el manuscrito perdido.
En cuanto a la parte musical, en estos últimos años, el viejo Bob nos ha dejado varios discos memorables, algunos de ellos de lo mejorcito de su producción, a nivel de sus mejores obras de los años sesenta y setenta. Desde el año 1997, fecha en que publicó Time out of mind, aquel fenomenal disco que nos devolvió a un músico en plenitud de sus facultades creativas, hasta 2009, han visto la luz Love & Theft (2001), Modern Times (2006) y Together throu life (2008), tres grandiosos discos con material completamente nuevo, en el que el maestro nos regala toda su sabiduría en forma de canciones repletas de blues, de folk, de rocanrol, de country, y con esas letras rebosantes de imágenes asombrosas y de metáforas imposibles que lo han convertido en el mejor escritor de canciones de la música popular.
Por otra parte, durante estos años, han seguido apareciendo diferentes volúmenes de las Bootleg series, que en la actualidad va por el volumen nº 8. Para quien no lo sepa, esta colección está formada por discos repletos de rarezas, tomas alternativas, conciertos buscados durante años por legiones de fans insaciables o simplemente temas que estaban ocultos en discos imposibles de localizar hoy en día, por lo cual el seguidor de Bob Dylan agradece estos regalos como agua de mayo. Al mismo tiempo, Bob ha seguido con apariciones más o menos breves en películas y componiendo canciones para bandas sonoras originales. Mención aparte merece No Direction Home, el documental dirigido por Martin Scorsese en 2005, en el que durante tres horas y con un montón de material inédito, el director italonamericano nos va desgranando detalles de una carrera que dura ya más de cuatro décadas. Durante todos estos años, Dylan ha continuado con su peculiar programa de radio, donde cada semana, durante sesenta minutos, da a conocer algunas de sus canciones favoritas de todos los tiempos y todos los géneros habidos y por haber. Al mismo tiempo, el autor de “Los tiempos están cambiando” sigue inmerso en su “Never Endind Tour” (“Gira interminable”), siempre novedosa, siempre impredecible, donde se pueden disfrutar conciertos como el que dio en la ciudad de Jaén en el verano de 2008, uno de los mejores conciertos de cuantos ha dado en su extensa carrera musical. Como vemos, Bob Dylan tiene cuerda para rato. Ojalá que para mucho rato.

jueves, 28 de enero de 2010

Un poquito de censura, por favor.

Hace unos días dejé una breve relato en el blog titulado "Háblame de tu coño", en el que un chico pedía a una chica que le hablara, como no, de su coño. El texto estaba escrito en un tono medio surrealista medio onírico. En cualquier caso mi intención al escribirlo era que tuviese un lado poético. No sé si lo conseguí o no. Visto lo visto, y leído lo leído, resulta evidente que no. Alguna gente, escudándose en el anonimato, empezó a dejar comentarios de muy mal gusto. Es por ello que decidí eliminarlo. A mí, sinceramente, me importa un bledo que la gente critique mi obra. Ya estoy acostumbrado. Y me parece hasta bien. Sin embargo, no estoy dispuesto a permitir que alguien, de manera anónima, insulte a otra gente, ni deje comentarios de mal gusto. Que quede claro que este es un blog principalmente literario. Es decir, subjetivo. Por supuesto, no se obliga a nadie a entrar aquí ni mucho menos a leer lo que yo escribo. A quien no le guste, que lea otras cosas. Así de simple. Pero, please, que no venga a tocar las pelotas, que es de muy mal gusto. Así que por ahora, voy a hacer algo que jamás se me había ocurrido: moderar los comentarios. Si la gente no es capaz de usar su libertad de expresión para expresarse, respetando las opiniones ajenas, aunque difieran radicalmente de las suyas, pues que le vamos a hacer, tendremos que defendernos. Y es que por mucho que estemos en el siglo XXI, este sigue siendo un país cuartelero y fascistoide.
Salud

martes, 26 de enero de 2010

Las últimas cosas

Después de todo, estamos casi perdidos
en este inmenso y caótico laberinto...
Las farolas apagadas en la calle,
la vida que pasa sin apenas detenerse,
como un autobús en hora punta.
Y la noche que ruge desesperadamente
a todo aquél que se cruza en su camino.
Los límites se diluyen en el tiempo,
perdida toda esperanza de sobrevivir.

(Desorden, 2001)

viernes, 22 de enero de 2010

Después...

Después de sus labios,
todo fue un espejismo.
El corazón, un puente derruido.
La razón, un callejón sin salida
La vida, una jornada laboral de quince horas.

jueves, 21 de enero de 2010

Antonio Vega: Mis cuatro estaciones, de Juan Bosco

Siete meses después de la muerte de Antonio Vega, acaecida en Madrid el día 12 de mayo de 2009 a causa de un cáncer de pulmón, llega a las librerías españolas este libro escrito por Juan Bosco, persona cercana al músico madrileño, sobre todo en los últimos años de vida del autor de canciones míticas de la música española como “Chica de ayer”, “Atrás”, “Una décima de segundo” o “Lucha de gigantes”. El libro, publicado por Lunwerg Editores, está dividido en cuatro partes, titulada cada una de ellas como una de las estaciones del año, y dedicada a una etapa en la vida de Antonio. Al mismo tiempo, se reproduce una extensa entrevista, bastante jugosa, en la que Bosco y Vega hablan de lo divino y lo humano, sin censura, con toda la libertad con la que pueden hablar dos buenos amigos delante de unos cafés: música y músicos, guitarras y lutieres, drogas, enfermedades, amores y desamores, dinero y, como no, tratándose de un libro sobre Antonio Vega, la astronomía, su gran pasión, no podía faltar.
No se trata de una biografía al uso ni de un ensayo sobre la obra de Vega, pero algo de todo esto hay en las hermosas páginas de Mis cuatro estaciones. Un libro rico en anécdotas de todo tipo, sobre todo relacionadas con la época de Nacha Pop y la movida madrileña. Numerosas fotos, algunas de ellas inéditas hasta este momento, y un emotivo prólogo de Basilio Martí, teclista de la banda de acompañamiento de Antonio Vega durante dieciocho años y probablemente la persona que más y mejor lo conocía. Un libro imprescindible para los fans de este gran compositor que, junto a la obra de Álex Fernández de Castro, Nacha Pop: magia y precisión (Editorial Milenio, 2002), y a la de Diego Manrique, titulada simplemente Antonio Vega (SGAE y Luca Editorial, 1993) nos ayudarán a conocer en detalle la obra de uno de los grandes mitos de la música española contemporánea. Totalmente recomendable. A disfrutarlo.

lunes, 18 de enero de 2010

Muerte accidental de un trompetista

El trompetista -cuarenta y dos años, aspecto desaliñado,soltero y sin compromiso- tocaba en un combo de jazz. Como cada tarde a la misma hora, se dirigía al ensayo. Llevaba prisa, por lo que no se detuvo ante el semáforo en rojo. No vio el autobús verde de la empresa municipal de transportes, ni el conductor del autobús -cincuenta y cuatro años, casado, dos hijos, una suegra a la que odia, sólo un año para acabar de pagar la hipoteca- lo vio a él. Ahora, el trompetista yace bocabajo sobre el asfalto rojo y caliente, esperando, ajeno a toda esta historia, a que llegue el juez de guardia -treinta años, número uno de su promoción, traje caro y gestos de triunfador, a punto de casarse con una rubia de bote que prepara oposiciones a notaría- para levantar el cadáver.

domingo, 17 de enero de 2010

viernes, 15 de enero de 2010

Los libros arden bien

Aquel día hacía un frío del copón. De hecho, no recordaba haber vivido otro día tan frío como aquel en los cincuenta y pico años de su vida. Era sábado. El primer sábado del mes de enero del año 2010. Así que no había tenido que ir a trabajar. Se había levantado sobre las ocho y media de la mañana y había preparado el desayuno. Café con leche, tostadas con aceite de oliva y un yogur natural sin azúcar, con un par de cucharaditas de miel. Más o menos lo que desayunaba todos los días, los festivos y los laborables, porque para el desayuno, al contrario que para otras muchas cosas, era un tío muy metódico. Nada más echar un pie al suelo se dio cuenta de que la temperatura era extremadamente baja. Los días previos habían sido muy, muy fríos, pero lo de hoy, pensó, es ya demasiado. Se asomó a la ventana del dormitorio y vio que una gran nevada cubría toda la calle, los coches, los árboles, los tejados de las casas. Así que se abrigó bien, como si fuese a salir. Sin embargo, no tenía intención de poner un pie fuera de su casa. Pasaría todo el día sentado en su mejor sillón, en el salón, frente a la chimenea, leyendo un buen libro. No veía mejor plan.
Se le ocurrió después de desayunar. Por una asociación de ideas difícil de explicar, se acordó de Pepe Carvalho, aquel detective privado que antes había sido agente de la CIA, comunista y romántico, amante de la gastronomía, gallego y catalán a partes iguales, gran amigo de otro catalán universal, el escritor Manolo Vázquez Montalbán, que en algún que otro libro, había narrado las desventuras de Carvalho por el mundo, que era tanto como decir por el Barrio Chino de Barcelona. Carvalho solía encender las chimeneas prendiéndole fuego a algún libro de los miles que dormían en su biblioteca. Estaba hasta los cojones de libros y había decidido que la mejor utilidad que podían ofrecerle a estas alturas de la vida, era esa, encender el fuego. Así que el hombre pensó que él, que también era un gran amante de los libros, se podría permitir, siquiera una vez en la vida, encender la chimenea valiéndose de algún libro. Lo difícil sería, sin duda, elegir uno.
Primero habría que resolver un tema en absoluto baladí. El género literario. Porque, estaba claro, no era lo mismo quemar una novela, un ensayo, un poemario o un libro de texto. Luego, habría que pensar si el libro elegido sería una traducción o un libro original. Y si era original, ¿en qué idioma? Porque el hombre estaba seguro de que no ardería igual un ejemplar de Ulises, de James Joyce en su idioma original, es decir, en inglés, que un ejemplar de Ulises, de James Joyce en la traducción al castellano de José María Valverde. Eso cualquiera lo sabía.
Estaba el hombre tratando de abrirse camino entre todas estas cuestiones cuando de repente lo vio con toda claridad. Ya lo tenía. Cómo no lo había pensado antes. Había perdido ya unos minutos preciosos dilucidando todas estas cuestiones y el libro estaba allí, en la estantería, esperando a ser devorado por las llamas, diciéndole a gritos, quémame, quémame.
Se levantó del sofá, el desayuno a medias, y se dirigió hasta la biblioteca. Recordaba perfectamente el estante exacto donde estaba el elegido. Allí continuaba desde que tres años antes lo abandonara. Lo había empezado tres veces y tres veces había tenido que dejar de leerlo. No consiguió superar más de cuarenta o cincuenta páginas. Los libros arden mal, del escritor gallego Manuel Rivas, ese era su título, editado por Santillana Ediciones Generales, S. L. en el año 2006. Un libro escrito en gallego pero traducido al castellano por Dolores VIlavedra, aunque la edición que el hombre tenía, la que había comprado y por la cual había pagado en torno a 25 euros, aquella que estaba a punto de ser pasto de las llamas, era del Círculo de Lectores. Sin duda, una buena edición, con tapa dura y sobrecubierta, algunas fotos e ilustraciones, y un bonito diseño. El hombre recordaba que con este libro hizo algo impensable con cualquier otra obra. Algo que jamás antes había hecho. Le concedió tres oportunidades. Incluso sacó otra versión de la Biblioteca Pública pensando que el problema estaba en la edición que él había comprado, en el tipo de letra (garamond) o el tamaño (punto 10). Hasta que no le quedó más remedio que aceptar la triste realidad. No podía con el libro porque era una puta mierda. Así de claro. Era una bazofia pretenciosa y aburrida, escrita sin sentimiento y sin chispa. Pretendía ser un homenaje a la gente de la cultura, sobre todo escritores y editores, durante la II República Española y, en opinión del hombre, no era más que un insulto a la memoria de estos hombres y mujeres, personas que tanto habían hecho por el progreso de este país, muchos de ellos pagando con su propia vida. Aquella gente se merecía algo mejor. La novela, por llamarla de alguna manera, era un subproducto típico de la factoría Alfaguara, la editorial del Grupo Prisa, donde se publicaba la peor literatura en castellano de todos los tiempos. Para colmo el hombre recordaba nítidamente que Los libros arden mal había acaparado premio tras premio aquella temporada. Pero aquello no le sorprendía. Los premios los otorgaban los mismos escritores de Alfaguara, los mismos que escribían sus artículos en El País, y salían en los programas de Canal+ y Cuatro. Como diría Tarantino, no paraban de chuparse las pollas los unos a los otros, aunque luego, a la espalda, se odiaban de una manera vehemente y cuasi enfermiza. Eso lo explicaba todo, porque lo que era la calidad literaria, brillaba por su ausencia. El hombre también recordaba que después de intentar leer este libro, había leído Braille para sordos, de José María Mijangos, y ¡ay!, aquello era harina de otro costal. Este sí que tenía chispa, estilo, clase. Una historia bien contada, mejor estructurada. Una obra genial que pasó completamente desapercibida para la crítica literaria (estas dos palabras juntas le daban ganas de vomitar, pensó) y que, ironías del destino, sólo unos pocos lectores con criterio pudieron degustar.
Así que el hombre abrió la puerta de la estantería, cogió el libro y se fue al salón, donde estaba la chimenea. Arrancó unas cuantas páginas, y las colocó estratégicamente entre los trozos de madera de olivo seca. Luego tomó un mechero entre los dedos y prendió una hoja, luego otras más, y otra más, y otra y otra… Y aquello empezó a arder. Y cuando ya había una llama más o menos esperanzadora, echó a la chimenea el resto del libro. Y este empezó a arder con una gran llama roja, chisporroteante, vivaz. Y el hombre se quedó allí mirando, como un niño, feliz por haber vengado la memoria republicana, pensando que hasta el título era una gran estafa al lector, porque al menos este libro, ardía de puta madre.

jueves, 14 de enero de 2010

Tom Waits. La coz cantante, de Barney Hoskyns

La editorial catalana Global Rhythm publicó en los últimos días del año pasado el libro de Barney Hoskyns, Tom Waits, La coz cantante. Biografía en dos actos. Hoskyns es, sin duda, uno de los mejores críticos musicales del momento. Ha trabajado para publicaciones de primera categoría tales como Mojo, Rolling Stones y Uncut y ha escrito libros, entre otros, sobre el rock californiano de los años sesenta y setenta. Pero no nos engañemos, no es lo mismo escribir sobre un grupo de cara amable como, pongamos, los Eagles, que hacerlo sobre un tipo como Tom Waits, tan celoso de su vida privada que no te lo va a poner nada fácil. De hecho, el músico californiano no concedió al autor de esta biografía ni una sola entrevista, ni un maldito e-mail ni una simple llamada telefónica. Así que al bueno de Barney no le ha quedado más remedio que tirar de archivo y, cuando ha sido posible, entrevistar a los viejos colaboradores y amigos de Tom. Y digo cuando ha sido posible, porque en más de una ocasión, gente que se había comprometido a participar contando sus vivencias junto al músico beat, se echaron atrás en el último momento, como fue el caso de Elvis Costello o el mismísimo Keith Richard.
El contenido del libro es apabullante. Un análisis exhaustivo de la obra waitsoniana, disco a disco, tema a tema, aportando anécdotas jugosas sobre las sesiones de grabación, sobre los músicos que participaron en ellas, sobre los métodos de composición, sobre las giras, sobre la relación de Waits con el mundo del cine, ya sea como compositor de bandas sonoras o como actor, sobre Kathleen Brennan, la esposa de Tom, y desde hace veinte años, su mano derecha, sobre sus diferentes pleitos con el mundo de la publicidad, sobre su relación con otros músicos, como Bruce Springteen, Roy Orbison, Bob Dylan, Neil Young, etc. En definitiva, sobre las andanzas de nuestro hombre en cuatro décadas de una de las carreras musicales más personales del mundo del rock.
Sólo le pondría un pero al libro, bueno, más que al libro, a la edición. Y es algo que me viene ocurriendo con casi todos los libros editados por Global Rhythm. Y es lo poco cuidadas que están las traducciones. Esta, concretamente, ha sido realizada por José Serra. Como muestra un botón. En la página 351 se puede leer: “En 1995 el cantante canadiense Holly Cole grabó un disco de versiones muy personales, Temptation, que abarcaba veinte años de la obra de Waits (…)”. El único problema es que Holly Cole es una mujer. Por lo demás, muy bien.

martes, 12 de enero de 2010

Silencio

Mis labios en su cuello.
Mis manos en su pelo.
Su boca. Mi cuerpo.
Mi deseo. Su deseo.
Silencio.

lunes, 11 de enero de 2010

Mi amor

Tan utópico
Tan vibrante
Tan pirado
Tan decimonónico
Tan elíptico
Tan imprevisible
Tan posmoderno
Tan eufórico
Tan psicodélico
Tan pasional
Tan vertiginoso
Tan hiperbólico
Tan terapéutico
Tan shakesperiano
Tan extremoduro
Tan mitológico
Tan ecológico
Tan crepuscular
Tan desmesurado
Tan atávico

Mi amor,
al borde del abismo

viernes, 8 de enero de 2010

Después de ti

¿Después de ti, qué queda?

¿Una cama muerta?

¿Una herida abierta?

¿Un café frío?

¿El dolor de no tocarte?

¿El placer de recordarte?

¿Un sinfín de tonterías?

¿Drogas que ya no me ayudan?

¿Noches vacías, días inciertos?

¿Tristes canciones de amor?

¿Espejos que recuerdan tu rostro?

Dime, no tengas miedo,

¿Después de ti, qué queda?


(Este poema está incluido en mi plaquette El amor es un helado de fresa derretido en el asfalto, publicado por el Ayuntamiento de Priego de Córdoba en el año 2006, en una colección que dirigió mi amiga Isabel Rodríguez.)

jueves, 7 de enero de 2010

La pasión de Juan Madrid por los bares nocturnos




La última novela de Juan Madrid (Málaga, 1947) se titula Bares nocturnos. Aparecida hace tan solo unos meses y simultáneamente a la publicación de un volumen que recoge los Cuentos completos del autor más negro de la literatura española. Bares nocturnos es un libro magnífico y la prueba más evidente de ello es que me lo he devorado en poco más de cuatro horas. Y es que una vez que lo empiezas resulta complicado dejarlo a un lado.
Se podría decir que este libro pertenece a la saga de Toni Carpintero (alias Toni Romano, el personaje fetiche de Juan Madrir y al que ha dedicado varias obras) pero sin ser exactamente una novela protagonizada por Carpintero, aunque su autor le rinde un merecido homenaje dejándolo participar en lo que podríamos llamar (usando una terminología cinematográfica) un cameo. El verdadero protagonista de la novela es Silverio San Juan, el hijo de Juanita San Juan, amiga/amante de Carpintero, al que ya conocimos en otras novelas de la saga, cuando era un niño o más tarde, un adolescente. Silverio se gana la vida en la Agencia de Detectives Draper, donde antaño trabajara el propio Carpintero, dedicado sobre todo, al cobro de morosos. Sin comerlo ni beberlo se ve inmerso en un plan para robar unos diamantes valorados en veinte millones de euros. Por el camino encontramos a ex-militares africanos, monjas y ONGs, y sobre todo un mundo, el de la vida nocturna madrileña, que sucumbe a los cantos de sirena de la modernidad. Bares nocturnos es la crónica de una muerte anunciada, la de un mundo (o tal vez sería mejor hablar de submundo) que vive de noche, en bares oscuros repletos de nicotina, donde la música de Miles, de Coltrane o de Chat Baker es la banda sonora perfecta, y donde tiene todo lugar todo tipo de trapicheos, incluidos los carnales. Un tipo de vida que, nos dice Juan Madrid, ya está en peligro de extinción.
Con su habitual estilo seco, cortante, directo como un puñetazo al estómago y tan descreído, visceral, lacónico y romántico como nos tiene acostumbrados, Juan Madrid hace una foto fija de la sociedad actual, de sus vicios, de sus tejemanejes, de sus corruptelas, de su pasión desaforada por Don Dinero, el único dios verdadero. Es difícil que alguien se aburra con este libro entre las manos. Y el año empieza de puta madre con obras como esta. Lo malo es que el listón se queda muy, muy alto.

martes, 5 de enero de 2010

Mata a la televisión

Sal a la calle y busca el sol.
Escribe en las paredes con pintura roja.
Tatúate en el hombro derecho un verso de Lou Reed.

Compra flores y plántalas en el asfalto.
No dosifiques tus besos, ni tus caricias, ni tus abrazos.
No digas nada en presencia de tu abogado.

No des codazos para llegar más lejos.
Aprende a diferenciar a los buenos de los malos.
Lanza los dados cuando estés preparado.

Coge tus alas y vuela, vuela alto.
Invierte todo tu esfuerzo en ser feliz.
Date una vuelta por tus sueños.

Canta canciones de cuna cuando estés borracho.
Lee libros que aún no se hayan escrito.
Sé siempre tú, no te defraudes.

Ámate por encima de todo.
Y si las cosas se ponen muy feas, no lo dudes:
Mata a la televisión.


(Este poema pertenece a mis Versos de alambre de espino. Es una declaración de intenciones para el año que recién estrenamos. Así que ya sabes lo que hay que hacer si las cosas se ponen muy feas...)

domingo, 3 de enero de 2010

Anoche

Anoche soñé contigo. Llevabas un vestido ajustadísimo, medias de rejilla, taconazos. Un pañuelo anudado al cuello. Todo de color negro. Tu mirada felina me impresionó. Eras la viva imagen de la protagonista de un tango del Polaco Goyeneche.