La calle estaba oscura. La temperatura muy por debajo de los cero grados. Algunos gatos próximos a agotar su séptima vida merodeaban por los contenedores de basura, en busca de algo que aliviara el hambre atrasada y aquel terrible frío siberiano. La quietud de la noche amplificaba la sinfonía de maullidos. El camión de la basura iluminó la calle. Se detuvo junto a los contenedores. Dos personas bajaron de él. Cogieron un contenedor. Lo vaciaron. La operación se repitió varias veces. En el tercer contenedor, lo vieron. Un cuerpo de mujer. Sólo llevaba encima un zapato rojo. No hace falta decir que estaba muerta.
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