Qué
terrible es amar y no ser correspondida,
dulce
niña de ojos invernales.
Como la
noche, tienes estrellas en las manos,
en el
vientre, secretos inconfesables,
y en tu
pelo negro, un ramillete
de deseos
frustrados. Y en silencio,
como
ella, escribes versos que desgarran.
La muerte
se erige en tu musa más fiel,
tu
consejera, tu amiga, tu amante, tu hermana.
Allá en
los remotos confines del silencio,
qué
extraño, la muerte tiene forma de poema.
(Este poema está incluido
en mi libro Desorden, y está dedicado, obviamente, a la gran poeta
americana Emily Dickinson.)
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