viernes, 18 de julio de 2014

Rafael, el Carcelero




El encargado del depósito municipal de presos (la cárcel municipal) durante los meses previos al golpe militar se llama Rafael Romero Leiva. Aunque más que de cárcel hay que hablar de cuartelillo, pues no pasa de ser eso, precisamente, aquel pequeño habitáculo, situado en la calle Pescaderías, a unos metros escasos de la monumental Plaza de la República, donde se ubica el ayuntamiento. Por el puesto que ocupa, evidentemente, en el pueblo se le conoce con el apodo de “el Carcelero”. Tanto Rafael como el resto de su familia, formada por el padre, Antonio, la madre, Manuela, y dos hermanos menores que él, Antonio y Francisco, son personas de  arraigadas convicciones izquierdistas, por lo cual, durante el período que sigue a la Revolución de Octubre, en mil novecientos treinta y cuatro, Rafael, como otros muchos empleados municipales, va a ser depurado. Pierde su trabajo y pasa unos meses deambulando de aquí para allá, viviendo o malviviendo como puede, trabajando en el campo cuando hay faena, o en el molino de aceite donde trabaja su padre. Entre unas cosas y otras, nunca falta un jornal y un pedazo de pan que llevarse a la boca. Ya vendrán tiempos mejores, piensa Rafael, hombre optimista por naturaleza.
Rafael es el compañero sentimental de la hija de un Guardia Civil, Carmela la Gallega, una mujer alta, corpulenta, de buen ver, que suele recogerse el pelo en un moño impecable, y que va ataviada, casi siempre, con un delantal blanco como la leche. Carmela tiene un marcado acento gallego, de ahí el apodo con el que es conocida en el pueblo. Para la gente de Aguilar, la manera de hablar de la mujer, no deja de ser un exotismo sorprendente.
Como ya hemos dicho, el padre de Carmela es un número de la Guardia Civil. Llegó a Andalucía tras el conato revolucionario de mil novecientos treinta y cuatro. La aristocracia andaluza no se sentía segura rodeada de socialistas, anarquistas y comunistas, así que pidió al Ministro de Gobernación que aumentara el número de guardias civiles. Y ya se sabe que los deseos de los aristócratas son órdenes para los Ministros. Así que también en Aguilar, en mil novecientos treinta y seis, la Benemérita es más numerosa.
No deja de ser una ironía del destino que Rafael y Carmela se enamoren locamente desde la primera vez que se vean. El socialista y la hija del guardia civil. Nos da por pensar que las relaciones personales entre suegro y yerno, tal y como están las cosas, no son demasiado fluidas. A las discrepancias políticas hay que añadir el hecho de que Rafael y Carmela no hayan pasado por la vicaría para sellar su unión. Rafael, hombre coherente con sus ideales izquierdistas, cree en el amor libre, o por decirlo de otra manera, piensa que el amor verdadero sólo necesita del beneplácito de los enamorados. El amor no entiende de papeles, ni de curas ni de jueces, dice Rafael cada vez que se le pregunta por el asunto.  El amor es cosa de dos. Todos los demás están de más. Y con esta frase zanja la conversación.
Sin embargo, el padre de Carmela, hombre tradicional, católico apostólico romano, no piensa como él. Así que no ve con buenos ojos que su hija viva en pecado con un revolucionario que va predicando, a quien lo quiera oír, el fin del capitalismo, la libertad religiosa, los derechos de los trabajadores, de las mujeres y otras cosas por el estilo. Desde luego no es lo que él había soñado para su hija Carmela.
Como no hay mal que cien años dure, tras la victoria del Frente Popular en las elecciones generales celebradas el día dieciséis de febrero, Rafael es restituido, de nuevo, en su antiguo puesto. Pero claro, este tipo de soluciones no agradan a todo el mundo. Hay gente que se siente ofendida, que ve en esta restitución un ultraje. Hay gente que piensa, como esto cambie, ve preparándote, cabrón. Y el cambio llega el día dieciocho de julio, con el golpe de estado. Rafael, que de tonto no tiene un pelo, sabe que está en el punto de mira de los facciosos. Él ha sido uno de los que más se han señalado durante los últimos meses. Por este motivo intuye lo que puede pasar si se queda en Aguilar. Además están sus convicciones ideológicas. Porque aún no lo hemos dicho pero Rafael es militante del Partido Socialista Obrero Español. Así que decide, como otros muchos paisanos, esconderse hasta ver por dónde sale el sol. Cae en la cuenta de que en la Huerta del Aceituno, donde trabaja su madre, sirviendo, hay un pozo y piensa que puede ser un lugar seguro. Y allí se mete, en aquel húmedo agujero. Tres días pasa en el agua, tres días con sus tres noches, sin atreverse a salir, sin nada que llevarse a la boca, ni un maldito pedazo de pan duro, salvo agua, mucha agua. Allí, rodeado de oscuridad y humedad, Rafael, que como decimos no ha probado bocado desde que entró en el pozo, empieza a sentir una debilidad que le golpea en las sienes como un martillo pilón, y piensa que tal vez no haya sido una buena idea quedarse en Aguilar, escondido como un murciélago, metido en este pozo, minuto tras minuto, hora tras hora, sintiendo esa rabia que le corroe las entrañas, asqueándose de su propia cobardía. Prefiere mil veces morir a manos de los fascistas a tener que soportar esta espera terrible que lo tiene paralizado. Quizás hubiese sido mucho mejor irse a Espejo o a Castro del Río, piensa para sus adentros, como han hecho otros camaradas, y unirse a las milicias, defender la legalidad republicana, los avances sociales de los últimos meses, aún sabiendo, porque lo sabe, que la República no ha hecho todo lo que debía por los trabajadores, que no ha cumplido con la reforma agraria, por eso hay mucho descontento, por eso hay mucha gente, sobre todo muchos anarquistas, que hablan abiertamente del fin de la República, de la llegada de la Revolución Social. Pero para eso, primero, está convencido Rafael, hay que conseguir, entre todos, que este maldito golpe de estado no prospere. Así que toma la determinación de salir del pozo y escapar del pueblo, lanzarse a la aventura con la intención de defender, como ya ha quedado dicho, la legalidad republicana y con el deseo, en su fuero interno, de que esto no sea más que la enésima intentona golpista y no se alargue más allá de unas jornadas.
Así que sin pensarlo dos veces, sale, y con las alpargatas empapadas, se dirige hacia Castro del Río, donde sabe, de buena tinta, que estará seguro y podrá llevar a buen puerto sus planes. Por el camino, todavía cerca de Aguilar, se cruza con dos paisanas, vecinas a las que conoce bien. Si veis a mi madre y a Carmela, decidles que me habéis visto, que me encuentro bien y que me voy para Castro a unirme a mis camaradas. Decidles que no sufran por mí, que volveré en cuanto las cosas se calmen y que las quiero mucho. A las dos. Algo así debió decirles Rafael a sus vecinas para que se lo transmitieran a su madre y a su mujer. 
Esa va a ser la última vez que alguien vea, en Aguilar de la Frontera, a Rafael Romero Leiva. Ese día Rafael tenía la edad de Cristo. Mientras camina a toda prisa por la carretera polvorienta en busca de la libertad, no puede imaginar, ni por un instante, que en las próximas horas, su padre, su hermano pequeño, Francisco, y la mujer a la que ama, Carmela, van a morir, tiroteados en la puerta del molino, mientras los gritos desgarradores de su madre, espectadora involuntaria del horror, se clavan en los oídos de los asesinos y los maldice eternamente. No puede imaginar, ni por un instante, que los cadáveres de sus seres queridos van a quedar tirados junto a la pocilga de los cochinos, durante varios días, pudriéndose bajo el sol ardiente del verano andaluz, para que el dantesco espectáculo sirva de escarmiento, para que todos vean lo que les puede ocurrir a los rojos y a sus amigos, si no colaboran con los dirigentes de la nueva España. Rafael no puede imaginar, mientras escapa y salva su vida, lo que la vida le tiene reservado a partir de aquel día.

(Este relato, basado en hechos absolutamente reales, está incluido en mi libro El llanto, la sangre, el fuego, publicado en 2012 por la Editorial Alhulia)


#18JYoCondeno la dictadura franquista y recuerdo, en el día en que se cumplen 78 años del golpe de estado, a todas las mujeres y hombres que fueron víctimas de la barbarie fascista.
 



 

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