"Esta novela de Fred Vargas es sin duda la mejor". Esta frase, escrita en una crítica del diario Le Nouvel Observateur, hace referencia a Huye rápido, vete lejos, una de las novelas policíacas de la escritora francesa Fred Vargas, perteneciente a su serie sobre los crímenes en la ciudad de París y el comisario jefe Jean Baptiste Adamsberg y su equipo.
Debo confesar mi ignorancia y admitir que, hasta hace unos meses, no tenía ni la más mínima idea de quién era Fred Vargas. La primera vez que leí su nombre, fue, como tantas otras veces, en el blog de Negra y criminal, ese reducto de buen gusto disfrazado de librería de género policíaco, ubicada en la Ciudad Condal y dirigida por el detective Paco Camarasa, un tío que se toma su trabajo con pasión desbordada. En un primer momento pensé, para qué voy a negarlo, que Fred Vargas era un hombre y supuse, erróneamente, que era cubano y que pertenecía al grupo de otros magníficos narradores cubanos de serie negra, como Lorenzo Lunar o Amir Valle. Pero, ohlala, resulta que Fred Vargas es el seudónimo de Fréderique Audoin-Rouzeau, una científica parisina nacida en 1957, que en sus ratos de ocio escribe novelas policíacas, que además están de puta madre. Además de la novela que nos ocupa, algunos de los títulos que ha publicado en nuestro país son: Lo que tarda en morir un idiota, Que se levanten los muertos, Sin hogar ni lugar, Bajo los vientos de Neptuno, La tercera virgen o Los cuatro ríos (esta en forma de cómic).
Huye deprisa, vete lejos es, en mi opinión una obra magnífica. Bien construida, muy bien escrita y, ante todo, verosímil, aunque está regada con unas gotitas de realismo mágico. Pero no se preocupen, que esas gotitas no la vuelven indigesta. Lo de que sea verosímil no es algo baladí, pues para mí, cualquier buena novela de género negro que se precie debe ser ante todo, creíble. El comisario Adamsber es un personaje entrañable. Un tipo despistado, incapaz de memorizar el nombre de sus más inmediatos colaboradores, pero con una clarividencia mental para resolver los enigmas, que tira de espaldas.
Ignoro si las demás novelas de Vargas son tan buenas como la que nos ocupa, porque aún no las he leído. Pero en unos meses tendré la solución al enigma. Palabra de lector compulsivo.
Debo confesar mi ignorancia y admitir que, hasta hace unos meses, no tenía ni la más mínima idea de quién era Fred Vargas. La primera vez que leí su nombre, fue, como tantas otras veces, en el blog de Negra y criminal, ese reducto de buen gusto disfrazado de librería de género policíaco, ubicada en la Ciudad Condal y dirigida por el detective Paco Camarasa, un tío que se toma su trabajo con pasión desbordada. En un primer momento pensé, para qué voy a negarlo, que Fred Vargas era un hombre y supuse, erróneamente, que era cubano y que pertenecía al grupo de otros magníficos narradores cubanos de serie negra, como Lorenzo Lunar o Amir Valle. Pero, ohlala, resulta que Fred Vargas es el seudónimo de Fréderique Audoin-Rouzeau, una científica parisina nacida en 1957, que en sus ratos de ocio escribe novelas policíacas, que además están de puta madre. Además de la novela que nos ocupa, algunos de los títulos que ha publicado en nuestro país son: Lo que tarda en morir un idiota, Que se levanten los muertos, Sin hogar ni lugar, Bajo los vientos de Neptuno, La tercera virgen o Los cuatro ríos (esta en forma de cómic).
Huye deprisa, vete lejos es, en mi opinión una obra magnífica. Bien construida, muy bien escrita y, ante todo, verosímil, aunque está regada con unas gotitas de realismo mágico. Pero no se preocupen, que esas gotitas no la vuelven indigesta. Lo de que sea verosímil no es algo baladí, pues para mí, cualquier buena novela de género negro que se precie debe ser ante todo, creíble. El comisario Adamsber es un personaje entrañable. Un tipo despistado, incapaz de memorizar el nombre de sus más inmediatos colaboradores, pero con una clarividencia mental para resolver los enigmas, que tira de espaldas.
Ignoro si las demás novelas de Vargas son tan buenas como la que nos ocupa, porque aún no las he leído. Pero en unos meses tendré la solución al enigma. Palabra de lector compulsivo.
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