El nombre de Cormac McCarthy está rodeado de misterio. Sólo han trascendido pequeños detalles de su autobiografía y ni siquiera podemos estar completamente seguros de que sean ciertos. Sabemos, por ejemplo que nació en la ciudad de Providence, en Rhode Island, en 1933. Sabemos que se crió en Knoxville y que acudió a la Universidad de Tenessee durante dos cursos, hasta que en 1953 se alista en las Fuerzas Armadas para permanecer allí cuatro añitos. Después se reincorpora a la vida civil y decide regresar a la Universidad con la intención de convertirse en escritor. Se dice de él que detesta las entrevistas y, sobre todo, hablar de literatura. De hecho se dice que sólo ha concedido una entrevista en su ya larga carrera como escritor. En ella afirmaba que el primer libro que había leído en su vida fue a la edad de veintiún años. Está claro que con todos estos antecedentes sólo podía surgir un tipo genial.
Cormac McCarthy es autor de más de una decena de novelas. Su estilo, cercano a la tradición gótica sureña de autores como William Faulkner, Truman Capote, Flannery O`Connors o Carson McCullers, se caracteriza por una prosa densa, difícil, poco complaciente con el lector, pero valiente y honesta, en la que la violencia se expande por los cuatro puntos cardinales de la obra. Sus personajes tienen muy poco que perder y suelen vivir bordeando el filo de la navaja o sobrepasándolo directamente. Ya vimos, por ejemplo, cómo se las gastaba Anton Chigurh, el escalofriante psicópata asesino de No es país para viejos, que en la versión cinematográfica de los hermanos Cohen interpretó de manera magistral Javier Bardem. Otras obras de McCarthy son: El guardián del vergel, Hijo de Dios, Meridiano de sangre, Suttree y la Trilogía de la frontera, integrada por las novelas Todos los caballos hermosos, En la frontera y Ciudades de la llanura.
En el año 2007, McCarthy fue galardonado con el Premio Pulitzer por una novela que, en mi opinión, es la mejor salida de la pluma de este novelista, y que el tiempo pondrá en el lugar que se merece: entre lo mejor de la literatura de las últimas décadas. Estoy hablando, por supuesto, de La carretera.
La carretera es una novela que deja una huella indeleble en el lector. Aviso a navegantes: Que nadie se acerque a este libro esperando encontrarse con un bestseller. Nada más lejos de la realidad. Mientras la lees, esta novela se va metiendo en tu interior, urgando por ahí dentro, tocando los resortes que toda obra de arte debería tocar para que uno se estremezca de dolor o placer, depende. En La carrertera, McCarthy nos describe un mundo terrible: El planeta ha sufrido una catástrofe atómica y apenas queda un puñado de seres humanos sobre la faz de la tierra. Todo se ha vuelto frío, oscuro, gris, silencioso. En algún país que no se nombra en toda la novela, pero que suponemos debe ser los Estados Unidos, un hombre y su hijo, se dirigen hacia el sur, caminando unos pocos kilómetros diarios, sin apenas alimentos, vestidos con harapos pestilentes, empujando un carrito de supermercado donde llevan todas sus posesiones. Tanto el padre como el hijo parecen recién salidos “de un campo de exterminio.” Muertos de hambre, cansados, asustados. Dos cadáveres caminando sin saber muy bien hacia dónde ni por qué. Sólo porque su instinto de supervivencia así lo ordena, pero envidiando a los muertos. En su peregrinar, pernoctan a la intemperie, cubiertos por un trozo de lona desgastado. Todo escasea, especialmente la comida y el agua, pues la de los ríos y arroyos está contaminada por la radioactividad. Bajo estas circunstancias, no es difícil imaginar que los seres humanos, los pocos que han sobrevivido, se han vuelto despiadados, como animales acorralados que se defienden con uñas y dientes. Nadie se fía de nadie. Y la práctica del canibalismo está a la orden del día. Un mundo completamente abandonado por Dios, parece decirnos el autor. Aquí y allá, el hombre va dejando retazos de recuerdos de su vida anterior: Sus padres, su esposa, su niñez pescando en el río. Una vida que jamás volverá.
A pesar de la dureza de la prosa de Cormac McCarthy y de la desazón que esta produce en el lector, las páginas de La carretera están impregnadas de un hermoso lirismo. Algunos pasajes son poemas en sí mismos. Tengo que decir que la he vuelto a leer por segunda vez dos años después, pues las noticias de la adaptación cinematográfica empujan a ello. Supongo que la traslación a imágenes de las palabras de McCarthy no habrá sido empresa fácil, pero confieso que estoy deseando que se estrene la película. Ya veremos si ha merecido la pena la espera.
Cormac McCarthy es autor de más de una decena de novelas. Su estilo, cercano a la tradición gótica sureña de autores como William Faulkner, Truman Capote, Flannery O`Connors o Carson McCullers, se caracteriza por una prosa densa, difícil, poco complaciente con el lector, pero valiente y honesta, en la que la violencia se expande por los cuatro puntos cardinales de la obra. Sus personajes tienen muy poco que perder y suelen vivir bordeando el filo de la navaja o sobrepasándolo directamente. Ya vimos, por ejemplo, cómo se las gastaba Anton Chigurh, el escalofriante psicópata asesino de No es país para viejos, que en la versión cinematográfica de los hermanos Cohen interpretó de manera magistral Javier Bardem. Otras obras de McCarthy son: El guardián del vergel, Hijo de Dios, Meridiano de sangre, Suttree y la Trilogía de la frontera, integrada por las novelas Todos los caballos hermosos, En la frontera y Ciudades de la llanura.
En el año 2007, McCarthy fue galardonado con el Premio Pulitzer por una novela que, en mi opinión, es la mejor salida de la pluma de este novelista, y que el tiempo pondrá en el lugar que se merece: entre lo mejor de la literatura de las últimas décadas. Estoy hablando, por supuesto, de La carretera.
La carretera es una novela que deja una huella indeleble en el lector. Aviso a navegantes: Que nadie se acerque a este libro esperando encontrarse con un bestseller. Nada más lejos de la realidad. Mientras la lees, esta novela se va metiendo en tu interior, urgando por ahí dentro, tocando los resortes que toda obra de arte debería tocar para que uno se estremezca de dolor o placer, depende. En La carrertera, McCarthy nos describe un mundo terrible: El planeta ha sufrido una catástrofe atómica y apenas queda un puñado de seres humanos sobre la faz de la tierra. Todo se ha vuelto frío, oscuro, gris, silencioso. En algún país que no se nombra en toda la novela, pero que suponemos debe ser los Estados Unidos, un hombre y su hijo, se dirigen hacia el sur, caminando unos pocos kilómetros diarios, sin apenas alimentos, vestidos con harapos pestilentes, empujando un carrito de supermercado donde llevan todas sus posesiones. Tanto el padre como el hijo parecen recién salidos “de un campo de exterminio.” Muertos de hambre, cansados, asustados. Dos cadáveres caminando sin saber muy bien hacia dónde ni por qué. Sólo porque su instinto de supervivencia así lo ordena, pero envidiando a los muertos. En su peregrinar, pernoctan a la intemperie, cubiertos por un trozo de lona desgastado. Todo escasea, especialmente la comida y el agua, pues la de los ríos y arroyos está contaminada por la radioactividad. Bajo estas circunstancias, no es difícil imaginar que los seres humanos, los pocos que han sobrevivido, se han vuelto despiadados, como animales acorralados que se defienden con uñas y dientes. Nadie se fía de nadie. Y la práctica del canibalismo está a la orden del día. Un mundo completamente abandonado por Dios, parece decirnos el autor. Aquí y allá, el hombre va dejando retazos de recuerdos de su vida anterior: Sus padres, su esposa, su niñez pescando en el río. Una vida que jamás volverá.
A pesar de la dureza de la prosa de Cormac McCarthy y de la desazón que esta produce en el lector, las páginas de La carretera están impregnadas de un hermoso lirismo. Algunos pasajes son poemas en sí mismos. Tengo que decir que la he vuelto a leer por segunda vez dos años después, pues las noticias de la adaptación cinematográfica empujan a ello. Supongo que la traslación a imágenes de las palabras de McCarthy no habrá sido empresa fácil, pero confieso que estoy deseando que se estrene la película. Ya veremos si ha merecido la pena la espera.
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