El penúltimo escándalo de corrupción
en este gran Patio de Monipodio que es el estado español, ha tenido lugar estos
días con las ya archifamosas tarjetas opacas de Bankia. Y digo el penúltimo
porque estoy seguro de que en estos mismos momentos ya se está fraguando el
último. Con toda seguridad dentro de cinco o seis días nos enteraremos de que
cualquier mamón del PP, del PSOE, de los empresarios, de Comisiones Obreras, de
la UGT, de CIU, de la Conferencia Episcopal o de la Asociación de Amigos de las
Artes Marciales, se lo estaba llevando calentito, mientras que a los demás nos
siguen dando por el culo, sin ni siquiera pararse a preguntarnos si nos apetece
o no. Ya sabéis, aquí vamos a escándalo de corrupción por semana, más o menos.
Y por lo que ya llevamos visto y oído, no se salva ni el copón bendito.
Lo de Bankia y las tarjetas es lo
“muy, muy, lo más, más, y lo tope de lo tope muñequitos”, que cantaba el
Evaristo en aquella canción de La Polla Records. Mira que yo, a estas alturas
de mi vida, ya estoy curado de espantos, pues cojones, no gana uno para sorpresas.
Voy a pensarlo en voz alta, porque yo creo que todavía no lo he entendido en su
todo absoluto. Es que últimamente estoy muy espeso. O sea, una panda de
hijoputas procedente del Patio de Monipodio, dirige una caja de ahorros y a
cada uno de ellos, el hijoputa mayor de la cofradía, es decir, Monipodio en
persona, les da una tarjeta de crédito, y les dice, ahí tenéis, primos, gastad
como si no hubiera mañana, gastad a manos llenas, gastad hasta que reventéis gastando,
gastad, que este dinero es de los capullos que lo ahorran y ellos no lo van a
gastar. Y así durante años y años. Y mientras tanto, esa caja de ahorros, va
despidiendo a miles de trabajadores, va desahuciando a miles de personas, va
engañando a miles de ahorradores vendiéndoles productos que para entenderlos
has tenido que pasar antes por la facultad de empresariales de Harvard y va haciendo
miles y miles de trapicheos y chanchullos, hasta que un buen día, el Gobierno
de Rajoy tiene que pedir un rescate a su amiga Angela Merkell, para poder
salvar a esa y a otras entidades financieras, pero sobre todo a esa.
Y ahora nos venimos a enterar que
ochenta y tantos tíos (algunos de ellos muy, muy, pero que muy cabrones) se han
estado gastando la pasta a manos llenas en comidas, en ropas caras, en coches, en
regalos, en viajes, y en algo que ellos no dicen, pero que todos sabemos: en
putas, en putos y en coca. ¡15 millones de euros! Y lo dicen como si 15
millones de euros fuese una cantidad baladí. Y todavía, los malditos bastardos
tienen la desfachatez de tratar de enredar a la opinión pública con rollos
sobre si eso es legal o no lo es. A ver, señores del Patio de Monipodio, si
alguno de vosotros, de los ochenta y pico pícaros ladronzuelos que os habéis llevado
el dinero leéis esto, yo os lo voy a aclarar: Gastarse el dinero de otro NO es
legal. Da igual que os dieran las tarjetas, da igual que, como os pasa a
vosotros, estéis acostumbrados a robar, da igual todo. Eso es algo que se
aprende en casa cuando uno es pequeño. No se gasta el dinero de otro. Así de
simple.
De toda la gentuza que ha participado
en este expolio generalizado, para mí, sin duda, los peores de todos, son los
de CCOO y los de la UGT (de los otros uno se lo espera ya todo, porque lo
llevan en el mapa genético), que en vez de denunciarlo la primera vez que
tuvieron noticia de esto, se dejaron engatusar por el sonido de las castañuelas,
por el brillo de los billetes nuevos, por las lucecitas del cajero y por las
burbujas del champán. Tuvieron la oportunidad de ser honrados siquiera por una
vez y, sin embargo, eligieron entrar de lleno en el Patio de Monipodio, como
miembros de lujo de esa gran cofradía de delincuentes que era Bankia.
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