El
próximo día 7 de agosto, a las diez de la noche, el músico y escritor Javier Pérez
Corcobado (Frankfurt, 1963), simplemente Corcobado para el mundo de la música, estará
tocando en el Auditorio de la Villa de Salobreña, presentando su último disco,
el ep Te estoy queriendo tanto, que
es la continuación de su disco Luna que
se quiebra sobre la tiniebla de mi soledad, un cd publicado en 2011 en el
que realizaba once versiones — desde Spacemen3 hasta José Alfredo Jiménez,
pasando por Caetano
Veloso, Serge
Gainsbourg o Manuel Alejandro—
de diferentes temas, de los que han supuesto una influencia importante en la
carrera de uno de los músicos más potentes de cuantos recorren los escenarios
españoles. Aprovecho para
advertirte: si ese día estás cerca de Salobreña, no desaproveches la ocasión de
asistir a un concierto de Javier Corcobado. Ya te advierto que merece la pena
ver una de sus actuaciones.
Pero hoy
no voy a hablar de la faceta musical de Corcobado. De lo que realmente quiero
hablar es de su carrera poética, una cara del músico menos conocida para la
mayoría de la gente, o al menos, no conocida de la misma manera en que se
conocen sus discos, sus canciones y sus proyectos musicales.
Y es que
el músico madrileño ya tiene a sus espaldas una importante bibliografía, sobre
todo, en cuanto a obra poética se refiere. Pero vamos por partes. La obra
literaria de Corcobado abarca la prosa y la poesía. Como prosista ha publicado una
novela, y algunos relatos en revistas especializadas. Su única novela hasta la
fecha es El amor no está en el tiempo,
que fue publicada en el año 2005, por la editorial salmantina Tropismos. La
novela narra la historia de una familia bastante atípica, en diferentes épocas
de sus vidas. Se trata, para mi gusto, de una historia demasiado ambiciosa, que
no acaba de cuajar, aunque es recomendable, sobre todo, si la comparamos con la
mayoría de bazofias que se publican a diario, y pasan por ser obras de calidad.
El estilo de Javier Corcobado como novelista, directo y claro, se puede
inscribir en la línea de los narradores españoles de los años cincuenta, gente
como Luis Martín Santos, Ignacio Aldecoa, Juan Benet, etc., escritores por los
que Corcobado nunca ha ocultado su admiración, sobre todo por el autor de
Tiempo de silencio, una de las obras de cabecera de Corcobado.
La obra
poética de Corcobado ya es otro cantar, tanto en cantidad como en calidad. Ha publicado,
hasta el momento, Chatarra de sangre y
cielo (Ediciones Libertarias, 1990), El
sudor de la pistola 13 (Ediciones Libertarias, 1996), Yo quisiera ser un perro, Poesía completa 1997-2007 (Ediciones El
gaviero, 2007), una preciosa antología que recopilaba los dos primeros
poemarios, así como tres libros más de poemas que nunca llegaron a ver la luz
como obra editada, Edad
sol (1996), Perpetuo
viaje sin hogar (2002) y Poemas
de Almería (2007). Su último libro de poemas hasta la fecha
es Cartas a una revista pornográfica
viuda (Arrebato libros, 2009).
Cuando
leo la poesía de Javier Corcobado, se me vienen muchos nombres a la cabeza —como ocurre con casi todo el
mundo, por otra parte—, nombres como los de Charles Bukowski, Antonin Artaud, Leopoldo
María Panero, Fayad Jamis, Charles Baudelaire, así como imágenes que permanecen
dormidas en el subconsciente, como si de una película de Buñuel se tratase. El
universo poético corcobadiano, como ocurre con el musical, está repleto de
dolor, de muerte, de violencia, de drogas y alcohol, de pañuelos de papel
manchados de semen y otros fluidos corporales, pero también hay en él espacio
para el amor, amor bestial pero también amor de tonalidades más o menos suaves
y hermosas, o al menos, todo lo convencionalmente suaves y hermosas que pueden
ser tratándose del tipo que instauró el ruidismo en el rock de este país.
Para
quien no lo conozca en su faceta como poeta, diremos que al Corcobado poeta le
gusta transitar por caminos oscuros e intrincados, caminos incómodos y
experimentales, caminos rebosantes de transgresión, caminos de desolación y
ferocidad, porque para él, creo yo, la vida sin riesgo, no merece la pena ser
vivida. Y la poesía, como ocurre con la vida, sin riesgo, sin terror, sin
dolor, sin libertad para hacer lo que a uno le plazca, en definitiva, se vuelve
blandengue, viscosa, acomodaticia, y eso, me consta, no le debe gustar nada a
Javier Corcobado.
De
cualquier manera, si alguno de estos poemarios cae, casualmente, en tus manos,
no lo dejes pasar de largo. Ábrelo y zambúllete de lleno en sus páginas, en sus
versos hirientes y sus metáforas sorprendentes. Seguro que no te deja
indiferente. Ya es mucho más de lo que se puede decir de la mayoría de la
poesía y de los poetas contemporáneos. Y eso no está nada mal.
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