El hombre luce una inquietante sonrisa. Va afeitado con pulcritud. De su oreja derecha cuelga un pequeño aro dorado. Viste con elegancia. Se mira en el espejo y reconoce en él a un hombre satisfecho consigo mismo, un hombre capaz de conseguir cualquier cosa que se proponga. El hombre de la sonrisa inquietante está a punto de salir a la calle a matar a otro hombre. No es nada personal. No tiene nada contra él. Ni siquiera lo conoce. Es, simplemente, un encargo más. El hombre de la sonrisa inquietante se gana la vida matando a otras personas. Es un asesino a sueldo. Pero no uno del montón. Él es el mejor.
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