viernes, 9 de octubre de 2009

Raymond Chandler, el último romántico

En 1939, Raymond Chandler (Chicago, 22 de julio de 1888 - La Jolla, California, 26 de marzo de 1959) publicó El sueño eterno, la primera de una serie de siete novelas policíacas protagonizadas por el detective Philip Marlowe. En años sucesivos, aparecerían otras novelas protagonizadas por el mismo detective, como Adiós, muñeca (1940), La ventana alta (1942), La dama del lago (1943), Mi hermana pequeña (1949), El largo adiós (1953) y Playback (1958). En todas ellas, el personaje de Marlowe iba mostrando atisbos de una personalidad dura y violenta, cínica y descreída, pero idealista, e incluso, sentimental y romántica a un tiempo. Con esta serie de novelas, Chandler ponía la piedra angular de una tendencia literaria imperante en la ficción norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Nos estamos refiriendo a la hard boiled fiction (1), un subgénero dentro de la etiqueta más amplia de novela negra, que había irrumpido algunos años antes con las novelas Cosecha roja y El halcón maltés, de Dashiell Hammett.

En las novelas y relatos breves de Chandler —como ocurriera con las obras de su maestro Dashiell Hammett— hallamos un nuevo tipo de detective que, poco o nada, tiene que ver con los viejos modelos creados en el siglo XIX por el americano Edgar Allan Poe, en relatos magistrales del género como La carta robada o Los crímenes de la rue Morgue, y el británico Arthur Conan Doyle, padre del detective más famoso de la historia, el inigualable Sherlock Holmes, donde se imponía el razonamiento, la deducción lógica y la inteligencia a la hora de resolver los asesinatos, en novelas míticas como Estudio en Escarlata o El perro de los Baskerville.

En la obra de Raymond Chandler, la ciudad de Los Ángeles adquiere una importancia vital, casi como de personaje principal, y en ella podemos encontrar un mundo poblado por seres solitarios, perdedores y criminales de toda condición y pelaje. Ni siquiera el propio detective es ajeno a ese submundo en el que la violencia y el chantaje dominan cada estamento de la sociedad. Raymond Chandler, como por arte de magia, transforma el sueño americano en una gran pesadilla repleta de narcóticos, juego, violencia sexual, misoginia y mil ingredientes más de la peor calaña. Todo está supeditado al poder. No hay nadie que sea capaz de enfrentarse cara a cara con él, y si lo hay, con toda seguridad, fracasará estrepitosamente. Y es ahí donde surge la figura de Philip Marlowe, un ex policía expulsado del cuerpo por decir siempre lo que piensa, un Quijote moderno de la ciudad de Los Ángeles dispuesto a enfrentarse una y mil veces en solitario contra los molinos de viento, aunque cada dos por tres se lleve algún que otro puñetazo, una gran paliza o incluso ponga en juego la propia vida.


El escritor mejicano Carlos Fuentes escribió a propósito de la figura del detective Philip Marlowe:


Héroe solitario, autodidacta, infinitamente adaptable a las circunstancias, centro de una red de informaciones, amo del soliloquio. El hombre solo contra un poder enmascarado que el detective privado se propone desenmascarar, a sabiendas de que combate contra una hidra de mil cabezas y que su desinterés no basta para disfrazar su desilusión.


El propio detective ofrece al lector esta descripción de sí mismo:


Soy detective privado y tengo mi licencia desde hace bastante tiempo. Soy un tipo solitario. He estado en la cárcel más de una vez y no me ocupo de divorcios. Me gusta la bebida, las mujeres, el ajedrez y algunas otras cosas. No soy muy del agrado de los polis, pero conozco a un par de ellos con los que me llevo bien. Soy hijo natural, nacido en Santa Rosa, mis padres han muerto, no tengo hermanos ni hermanas, y si alguna vez llegan a dejarme tieso en una callejuela oscura, como puede pasarle a cualquiera en mi trabajo, y en estos días que corren a mucha otra gente que se ocupa de cualquier cosa o de ninguna, nadie, ni hombre ni mujer, sentirá que ha desaparecido el motivo y fundamento de su vida.


Este párrafo pertenece a la que pasa por ser su mejor novela, El largo adiós. Considerada por la crítica como una de las pocas obras del género policíaco que alcanzan la categoría de literatura de primer orden. En opinión de Manuel Valle, autor de un minucioso estudio de la obra chandleriana titulado El signo de los cuatro: Raymond Chandler. Alma, corazón y vida, El largo adiós, representa, sin ningún género de dudas,


(…) la culminación de la narrativa chandleriana. Es su texto más largo, más denso, más emblemático, pero a la vez es la novela más extraña de la serie. Como señala Frank McShane, se trata de su obra más ambiciosa (…)


El largo adiós fue escrita durante un período de tiempo rebosante de problemas personales, sobre todo relacionados con la salud de su esposa. Sobre esto, piensa Manuel Valle que:


Chandler había escrito El largo adiós mientras ella (Cissy, su esposa) se estaba muriendo. Luego trató de suicidarse, aunque el propio miedo le impidió acabar con su vida. Nunca consiguió rehacerla del todo y anduvo siempre entre la depresión y la enfermedad.


En esta obra maestra de la literatura norteamericana, Raymond Chandler dejó a un lado los tópicos del género para ofrecer al lector un relato desesperanzado y emotivo, con un estilo realista que recuerda en muchos pasajes al mejor Ernest Hemingway, el de novelas grandiosas como Tener y no tener y, cómo no, al de ese extraordinario relato breve llamado Los asesinos. No en vano, Raymond Chandler manifestó en más de una ocasión, el respeto que sentía por la figura de Ernest Hemingway, especialmente por las obras de su primera etapa. Además, en Adiós, muñeca, Chandler rinde un pequeño homenaje al autor de El viejo y el mar, al llamar “Hemingway” a uno de los policías de Bay City.

Chandler confesaba a propósito de esta novela:


No me importaba que el misterio resultara bastante obvio; me importaba la gente, este mundo extraño y corrompido en el que vivimos, y cómo al final cualquiera que intente ser honrado queda como un sentimental o como un vulgar idiota.


No es de extrañar, pues, que autores europeos de reconocido prestigio, como André Gide, André Malraux o el mismísimo Albert Camus, pregonaran a los cuatro vientos su veneración por Raymond Chandler y, sobre todo, por El largo adiós, antecedente directo del existencialismo francés de los años cincuenta o del realismo sucio norteamericano de la década de los ochenta. Así mismo, Hollywood se nutrió durante años de estos relatos para realizar algunas de las películas más fascinantes de la historia del cine, que ya pertenecen a la memoria colectiva de varias generaciones. El largo adiós, un libro que ya ha alcanzado la categoría de clásico. Un libro de los que crean escuela. Un libro de los que no dejan indiferente al lector avispado.


1 En un artículo publicado en el diario ABC el día 22 de junio de 2007, Luis Alberto de Cuenca, explicaba que “en la década de los veinte, (…) comenzó a gestarse una corriente muy novedosa que ampliaba las fronteras del género y, al mismo tiempo, lo teñía de un rigor crítico y de un carácter de denuncia social del que antes carecía, todo ello en las páginas de la revista Black Mask, publicación pulp donde echó a andar la estética de la «novela negra», también llamada Hard Boiled Fiction, que tuvo y tiene en Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Chester Himes y Jim Thompson cuatro de sus nombres más significativos.” A los nombres citados por de Cuenca, hay que añadir otros nombres no menos importantes para el desarrollo del género, como George Harmon Coxe, W. R. Burnett, o el gran James M. Cain, autor de la celebérrima El cartero siempre llama dos veces, una de las obras cumbres de la literatura negra.

3 comentarios:

  1. Y si no es mucho abusar de tu confianza... ¿me puedes prestar uno de estos, que lo lea?. Supongo que a todos los autores les gustaría tenerte de crítico. Con estos comentarios tuyos, le dan a uno ganas unas terribles de leerlos. No estaría de más que hicieras alguna critica negativa,... de alguno que no te haya gustado, claro.

    Ester

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  2. Perdón... "unas ganas terribles de leerlos"

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  3. Hay un montón de libros que no me gustan, pero es que esos normalmente no me los leo. Si por casualidad me leo alguno que no me gusta, no tengo problemas en hacer una mala cr{itica. Pero es que estamos hablando de El largo adiós, uno de lso grandes libros de la literatura norteamericana. Nunca me leerás una crítica positiva pongamso de El c{odigo Da Vinci, porque no me interesa para nada.
    Saludos

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