domingo, 24 de mayo de 2009

EL ESTUDIOSO DE LA SUERTE

Erick Van der Hycke, eminente filósofo, alquimista, crítico literario, poeta y médico holandés, que vivió a finales del siglo XVII y principios del XVIII ––no existe un solo dato fiable que nos ayude a establecer las fechas con precisión, o al menos no hemos sido capaces de encontrarlo–– en la ciudad de Amsterdam, escribió, entre otros muchos ensayos y obras de ficción, un célebre Tratado sobre la suerte en diez volúmenes, en el que llevaba a cabo un exhaustivo estudio sobre numerosos aspectos relacionados con la presencia o ausencia de la suerte en la vida de algunas personas famosas.
Van der Hycke contaba en su tratado, a propósito del dramaturgo británico William Shakespeare, y cito literalmente del Volumen Tercero, página 83, que, “ha quedado ampliamente demostrado, que cada vez que iba a estrenar una nueva obra teatral, Shakespeare llevaba a cabo un ritual para conjurar positivamente a la suerte. Este ritual consistía básicamente en dos partes: en las horas previas al comienzo de la representación, primero se masturbaba frenéticamente en algún lugar discreto del teatro en el que tendría lugar el estreno de la obra, y después se bebía de un solo trago una jarra de cerveza por cada actor que desempeñara un papel, por breve que éste fuera, en la función. Es decir, si en una comedia como El sueño de una noche de verano participaban trece actores, el dramaturgo se tomaba trece jarras de cerveza de otros tantos tragos.” Y añadía Van der Hycke: “Qué duda cabe que, a pesar de la excentricidad del sortilegio empleado por Shakespeare, sobre todo en lo que a la cuestión sexual se refiere, éste podría calificarse de espléndido, pues sin duda su fiabilidad era absoluta, si tenemos en cuenta el éxito que, ya en vida, cosechó el poeta de Stradford-Upon-Avon.”
En el mismo libro se revelaban aspectos similares referidos a otros artistas, y no sólo de escritores, sino de pintores, escultores e incluso científicos. Por ejemplo, cuenta Van der Hycke (Volumen Sexto, página 157), que el polifacético artista italiano Leonardo da Vinci fue uno de los personajes más supersticiosos que nos ha deparado la Historia. De tal manera que si, por ejemplo, una mañana al dirigirse a su estudio, se cruzaba con una persona tuerta, se daba inmediatamente la vuelta, volviendo sus pasos de nuevo hacia su casa, donde se encerraba durante el resto del día, metiéndose en la cama como si de una enfermedad grave se tratase, y no volvía a salir a la calle hasta el día siguiente.
Pero sin duda, el colmo de la superstición lo encontramos en el artista español Gregorio de Valcácer, famoso pintor contemporáneo de Velázquez, que vivió en la ciudad de Toledo y que, aunque hoy prácticamente olvidado, en su época recibió encargos tanto de la nobleza como de la mismísima familia real, alcanzando cierta notoriedad entre los aficionados a la pintura de toda Europa.
Según cuenta Van der Hycke en el apartado de su libro dedicado a los pintores (Volumen Noveno, página 277 y ss.), Valcácer estaba obsesionado con las supersticiones hasta límites insospechados. Además de todas las conocidas –gatos negros, espejos que se rompen, pasar por debajo de una escalera, un salero que se derrama y un largo etcétera– él acuñó otras tantas de su propia invención.
Destaca Van der Hycke que el pintor toledano llegó a quemar uno de sus cuadros más importantes, el conocido como “Su Alteza Real en un día de caza” y, sin lugar a dudas, el que le hubiese abierto las puertas del Olimpo de la pintura europea de la época, porque cuando estaba dándole los últimos retoques, un caballero albino que había llegado a Toledo por aquellos días, visitó su estudio para hacerle un encargo. Y es que en aquel tiempo, una persona albina era considera como un enviado del maligno, un ser diabólico, el mal personificado y, por supuesto, se tenía la férrea convinción de que acarrearía la desdicha a todo aquel que tuviera la desgracia de relacionarse con él. Por esto, Valcácer pensó que aquel cuadro sólo traería desgracias, tanto a él como a aquellos que se lo habían encargado, por lo que la única solución pasaba por destruirlo. Y, en efecto, así lo hizo, renunciando con toda seguridad al éxito y a la fama eterna.
Paradójicamente, no se puede afirmar que el propio Erick Van der Hycke fuese un hombre con suerte ya que, a pesar de haber estudiado durante tanto tiempo –hay quien dice que más de la mitad de su vida la consagró a este proyecto– las mil y una maneras de atraerla, la diosa Fortuna siempre se mostró esquiva con él. Y si no, juzguen ustedes mismos.
Fue expulsado de la Universidad de Amsterdam, donde impartía clases de Filosofía y de Medicina, por sostener públicamente, entre otras muchas cosas, que el hombre era dueño de su propio destino y Dios un mero espectador. Algunos meses más tarde, su esposa lo abandonó cuando él estaba atravesando una terrible crisis, provocada en parte por el despido, y por tanto, se podría afirmar que era el momento en que más la necesitaba. Van der Hycke descubrió –casualmente, como suelen ocurrir estos dramáticos acontecimientos– que su esposa lo había estado engañando desde el mismo día en que contrajeron matrimonio, con numerosos amigos, e incluso con un pariente cercano, un tío del propio Van der Hycke, rico mercader, mecenas de numerosos artistas de la ciudad de Amsterdam. Según contaba la esposa a sus amigas más allegadas, Van der Hycke no la satisfacía en el plano sexual, mientras que con el tío disfrutaba hasta límites insospechados.
También sus deudas de juego se multiplicaron escandalosamente hasta que, por último, se arruinó completamente jugando una partida de dados. Por si todo esto fuese poco, y debido a su exacerbada afición a ir de putas, contrajo una terrible enfermedad venérea que lo dejó prácticamente ciego antes de cumplir los cincuenta y lo obligaba a rascarse continuamente cualquier parte de su cuerpo, pero sobre todo sus partes más íntimas, tanto en público como en privado. Como colofón, este hombre sabio que tanto había hecho por ayudar a sus congéneres, murió asfixiado cuando daba cuenta de un muslo de pavo asado y una jarra de cerveza, en una taberna del Barrio Judío de Amsterdam, el día de Nochebuena, ante la indiferencia total de los que lo rodeaban.

4 comentarios:

  1. La suerte no se puede estudiar ni tiene patrones ni ritmos fijos. La suerte es una anarkista que sólo pasa una vez y en el último instante se ríe de ti o se disfraza de Señora Muerte, como en las más turbias novelas americanas.

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  2. Señora Muerte, ufffff, cuán bukowskiano suena eso.

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  3. El universo bukowski es el único sitio que conozco donde pueden pasar cosas realmente extraordinarias y que pareza que pueden ser ciertas. Tremendo...

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  4. Lo de Van der Hycke es para decir aquello de -qué mala suerrrrrrteeeeeeee!

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