Un coche negro
—no tenemos
más datos
que ése—
atraviesa
a toda velocidad
la autopista
de la costa.
Empieza
a anochecer.
Bajo la lluvia
herida,
el hombre
que conduce,
advierte,
de manera
fugaz,
los cadáveres
de tres ángeles
muertos
en la playa.
La radio
escupe
música
de jazz.
(El placer de ver morir a un ángel, Huerga y Fierro Editores, 2011)
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