La
primera vez que cayó en mis manos un ejemplar de Viviendo mi vida, el libro autobiográfico de Emma Goldman, yo aún
no había cumplido los veinte años. Recuerdo que me causó un fuerte impacto.
Aquella mujer hablaba de cosas que, en aquel momento, me resultaban
absolutamente novedosas y que me atraían como un imán. Luego fui leyendo a
otros pensadores ácratas. Uno me llevó a otro y este último a otro más y así,
de manera intuitiva y caótica, fui profundizando en las ideas libertarias. Pero
tengo que confesar que Emma Goldman siempre ha ocupado un lugar privilegiado en
mi corazón.
Acabo de releer,
estos días, Viviendo mi vida Vol. I, el
primer volumen de la magnífica autobiografía que en 1931 publicó la pensadora,
escritora, pero ante todo, activista y luchadora anarquista, Emma Goldman. El
libro que he tenido ocasión de releer estos días es una bonita edición
publicada hace tan solo unas semanas por la editorial Capitán Swing Libros en
colaboración con la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, cuya
traducción ha sido realizada por Ana Useros.
Históricamente,
Emma Goldman ha supuesto, para el movimiento libertario, una de sus principales
guías espirituales, con obras como El
anarquismo y otros ensayos, El
significado social del drama moderno, o Mi
desilusión con Rusia, escrita tras conocer de primera mano la nueva
sociedad impulsada por la revolución bolchevique en su país natal, en la que en
un primer momento, depositó todas sus esperanzas. Nacida en 1869 en la pequeña
ciudad de Provno, en la Rusia zarista (actualmente esta localidad se encuentra en
Lituania), en 1886 emigra, junto a su hermana Helena, a los Estados Unidos, tratando
de mejorar sus condiciones vitales pero buscando, ante todo, escapar de un
padre violento y opresor, que la asfixia y le impide crecer como ser humano. A
su llegada al continente americano, se establece en la ciudad de Rochester, en
la Costa Este americana. Tras un matrimonio fracasado, y sin expectativas de
mejorar en su vida laboral (en Rochester había trabajado en diferentes fábricas
textiles en las que experimentó en sus propias carnes la más degradante y
sórdida explotación capitalista), decide trasladarse a Nueva York. Allí entra
en contacto con los elementos más destacados del pujante movimiento anarquista,
que en ese momento está en manos, principalmente, de judíos alemanes y rusos. A
partir de este instante, la joven Emma va profundizando en las teorías y en las
ideas libertarias, leyendo a los grandes pensadores ácratas, desde Bakunin a
Proudhon, de Diderot a Malatesta, conversando con numerosos camaradas,
compartiendo puntos de vista, la mayoría de las veces; confrontando sus
opiniones, en otras ocasiones, hasta convertirse en la mujer más famosa e
influyente dentro de la gran familia anarquista mundial. A esto contribuyen sus
extraordinarias dotes oratorias, ya que era capaz de hablar ante multitudes sin
que le temblara la voz, sin mostrar el más mínimo atisbo de nerviosismo (aunque
la procesión fuese por dentro), persuadiendo y convenciendo, estremeciendo y amenizando,
con su lenguaje directo y claro, sin ambages, sin atajos, alejado de eufemismos
hipócritas, llamando a las cosas por su nombre, esto es, asesino al asesino y
explotador al explotador.
Este
primer volumen de Viviendo mi vida comienza
el día 15 de agosto de 1889, justo en el momento en el que Emma Goldman llega a
la ciudad de Nueva York y abarca hasta el año 1912 (ojalá que la editorial se
anime y que este primer volumen tenga continuidad con la publicación de la interesantísima
segunda y última parte). A lo largo de quinientas sesenta y cinco páginas, su
autora nos transporta a una época, final del siglo XIX y principios del XX, fascinante,
en la que política y vida formaban un todo compacto, antesala de grandes
acontecimientos históricos que terminarían por cambiar definitivamente, no sólo
la sociedad, sino también las fronteras del mundo. Con una prosa ágil y
entretenida, algo que no es frecuente encontrar en los libros autobiográficos, tan
dados a la pomposidad y a la grandilocuencia, Emma Goldman nos hace partícipes
de una vida, la suya, repleta de pasión, de aventuras, de camaradería, de
lucha, de belleza, y cómo no, de dignidad y coherencia. En estas páginas
aparecen docenas de personajes famosos a los que la autora conoció de primera
mano: Sigmund Freud, Pior Kropotkin, Johannes Most, Oskar Panizza u Oscar
Wilde, por nombrar sólo a algunos de los nombres más populares, pero la lista
es tan extensa que se hace interminable. Y es que Goldman conoció a todo el que
merecía la pena ser conocido en aquella época.
Goldman trata,
en estas memorias, de lo divino y lo humano, sin dejarse ningún tema de interés
en el tintero: guerra, pacifismo, patriotismo, sexualidad, amor,
homosexualidad, trabajo, relaciones laborales, capitalismo, totalitarismos, cárcel,
derechos de la mujer y feminismo, control de la natalidad, religión (“No creo
en Dios porque creo en el ser humano”, escribe), violencia estatal y
violencia individual, economía, literatura, teatro y por supuesto, anarquismo.
Y todo ello con absoluta claridad, o como ella misma escribe en un párrafo del
libro, “sin miedo
a la censura”,
tratando de sacudirse “(…) los
rígidos moldes, los prejuicios sociales y políticos y las exigencias de la
estrecha moral (…).
Vaya por
delante que Viviendo mi vida no es un
tratado político o filosófico, sino un libro de memorias, aunque su autora, va
dejando, aquí y allá, retazos de sus posicionamientos vitales, filosóficos y
políticos. El grueso de la obra se centra en los viajes por Estados Unidos de
su autora (aunque también hay lugar en esta páginas para regresar a su infeliz
niñez en Rusia), yendo de conferencia en conferencia, de mitin en mitin, de
reunión en reunión, de huelga en huelga, desde Los Angeles a Baltimore, desde
Chicago a Buffalo, de Seattle a Cleveland. Cientos de pequeños pueblos, de
grandes ciudades, de sindicatos y teatros, compartiendo con los obreros y
obreras sus puntos de vista, y sobre todo, su inmensa humanidad. Para Emma
Goldman, como para la gran mayoría de personas que creen en los ideales
libertarios, el anarquismo no es tanto un conjunto de propuestas políticas y
sociales como una forma de vida, en la que se antepone, sobre todas las cosas,
el derecho del individuo a la libertad personal. En ese sentido, resulta
absolutamente esclarecedor el párrafo en el que la pensadora judía, bastante
cabreada porque un jovenzuelo anarquista le reprocha sus ganas de bailar,
escribe. “Quiero
libertad, el derecho a la autoexpresión, el derecho de todos a las cosas
hermosas y radiantes.” Y luego
añade: “Para mí
el anarquismo era eso y lo viviría así a pesar del mundo entero, a pesar de la
cárcel, de la persecución, de todo. Sí, incluso a pesar de la condena de mis
camaradas más cercanos, viviría mi hermoso ideal.”Se puede decir más alto, pero
evidentemente, no más claro. Con este puñado de palabras, la gran Emma Goldman
resumió, de manera concisa pero magistral, un ideario político que ha contado y
cuenta con miles de seguidores en todo el mundo, y en el que muchos, seguimos
creyendo ciegamente.
Si aún no
has tenido ocasión de leer esta obra, te la recomiendo fervorosamente. Si como
yo, eres de los que ya la ha leído, siempre es un buen momento para volver a
los clásicos. ¿Y quién se atreve a decir que Emma Goldman no es, a estas
alturas, un auténtico clásico?
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