Cada letra de tu nombre
es una astilla de plata
que se clava en la piel
desesperada
de mi pecho,
y penetra hasta lo más hondo de
mí,
hasta el más oscuro
de mis rincones,
ese
lugar donde hueso y carne
se entrelazan fuertemente,
ese lugar donde habitan mis
demonios,
los que van desnudos por mi casa,
los que permanecen en silencio
en noches silenciosas,
los que apagan la luz
y, agazapados, esperan.
Si tú no estás,
mis
días son navajas de afeitar;
mis
noches, cucarachas ensangrentadas
que
corren por el suelo.
Este poema está incluído en mi libro Hablando de amor con el cobrador del frac, (Salobreña,
Granada: Editorial Alhulia, 2004)
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