sábado, 3 de mayo de 2014

Un perro llamado Dylan

Frente a mi casa, aquella misteriosa ventana. Si he de ser sincero, lo que me atraía de ella, no era la cornisa medio rota; ni el cableado, puesto allí como a lo loco; ni la geometría asimétrica de las piedras; ni aquel extraño objeto —por más vueltas que le di, nunca logré saber qué era aquella cosa—, con el número de teléfono tatuado sobre su piel; ni tan siquiera aquel anticuado aparato de aire acondicionado, colocado ante los barrotes, como olvidado por el destino. Lo que me intrigaba de verdad era que allí dentro, tras aquella ventana, vivía un perro llamado Dylan. Como el músico americano.

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