El día
nueve de abril del año 1976, en la ciudad de Nueva York, la primavera no tenía
prisa por llegar. Era como si el buen tiempo estuviese agazapado, esperando el
momento preciso para hacer su aparición. Aquel día había amanecido plomizo, y
cuentan las crónicas que hacía más frío de lo que es habitual para esa época
del año en esa parte del mundo. Ese día, Phil Ochs, periodista, pacifista,
cantautor, activista político, militante de la izquierda norteamericana, del
que el FBI había dejado escrito en un extenso expediente de casi quinientas páginas,
que era un tipo “potencialmente
peligroso, vinculado a los ambientes de la contracultura”, decidió
poner fin a su vida. Y lo hizo ahorcándose con su cinturón de cuero negro, en el
cuarto de baño de la casa de su hermana mayor, en Far Rockaway, donde llevaba
un tiempo residiendo. Tenía 35 años y dejaba tras de sí una carrera de ocho
discos, un buen puñado de canciones, numerosos conciertos y toda una vida
dedicada al activismo político militante. Su influjo, aunque no tan marcado como
el de otros artistas contemporáneos suyos, como Bob Dylan o Pete Seeger, aún
hoy, casi cuarenta años después de su muerte, sigue calando en numerosos músicos
de todo el mundo.
Phil Ochs
había nacido en El Paso, en el estado de Texas, el 19 de diciembre de 1940,
hijo de padre estadounidense y madre escocesa. Por el trabajo de su padre, que
era médico, pasó su niñez viajando por numerosas ciudades de los Estados
Unidos, sin establecerse definitivamente en ningún sitio. Desde muy pequeño demostró
una habilidad extraordinaria con los instrumentos musicales, sobre todo con el
clarinete. Pero al joven Phil, lo que realmente le interesaba era el periodismo
y la literatura. Así que muy pronto empezó a escribir sus crónicas y sus
artículos, con la intención de publicarlos en cualquier medio escrito contracultural
o alternativo que mostrara un mínimo interés por sus palabras. Eran tiempos
convulsos los que vivía el mundo en aquellos momentos: la guerra fría, huelgas
estudiantiles, racismo en muchos lugares de su país, revoluciones, etc. Y el
joven Phil no podía ni quería ser impermeable a los acontecimientos que sucedían
a su alrededor.
Desde muy
joven empieza a demostrar en sus escritos que tiene su corazoncito y que lo
tiene a la izquierda. Más o menos por esta época, aprende a tocar la guitarra y
cae bajo el influjo de las canciones de Woody Guthrie, Hank Williams, Buddy
Holly, Pete Seeger, Jonny Cash, etc. En una entrevista de estos días declara
que la única salvación para América es que “Elvis se convierta en el Che Guevara.” Por
desgracia, esto nunca ocurrió.
Los años
sesenta van avanzando y los Estados Unidos muestran al mundo su peor cara: la
Guerra de Vietnam, la muerte de Kennedy, la del Doctor Martin Luther King, la
brutal represión policial en las manifestaciones, etc. Ochs, siguiendo las
consignas del poeta beatnick Allen
Ginsberg, inicia una cruzada personal contra la Guerra de Vietnam, tocando,
siempre que se presenta la ocasión, en contra de una guerra colonial,
vergonzosa y asquerosa. Y compone
algunas de sus mejores canciones oponiéndose a la invasión norteamericana del
país asiático, y a cualquier otra forma de guerra, porque Phil, es ante todo,
un pacifista militante.
En parte
por la guerra, y en parte porque se siente menospreciado por el gran público,
debido a que las ventas de sus álbumes no son muy elevadas, cae periódicamente en
depresiones que van y vienen. A esto hay que sumar su “desorden
bipolar”, una
enfermedad que también padecía su padre, y su consumo desaforado de alcohol y
anfetaminas. Pero sigue tocando, y componiendo y viajando, poniendo sus canciones,
su voz y su guitarra al servicio de numerosas causas. Viaja al Chile de Allende
y conoce a Víctor Jara, con el que entabla una amistad que durará hasta el asesinato
del cantor chileno a manos de los fascistas de su país.
Entre
1964 y 1975, Phil Ochs grabó seis discos de estudio: All the News That's Fit to Sing
(1964), I Ain't Marching Anymore (1965), Pleasures of the Harbor, (1967), Tape from California, (1968), Rehearsals for Retirement (1969), Greatest Hits (1970) y otros dos en vivo: Phil Ochs in Concert (1966) y Gunfight at Carnegie Hall (1974). En
su obra podemos encontrar un buen ramillete de hermosas canciones que
han resistido magníficamente el paso del tiempo: “Pleaures of the harbor”, “That´s
what I want to hear”, “I´m gonna
say it now”, “Changes” (que
recientemente ha sido versionada por Neil Young en un concierto), “Days of decision”, “United
fruit”, “Cricifixion”, “Small
circle of friends”, “What are
you fighting for”, “Ringing of revolution”, “Love me,
I´m a liberal”, “The
power and the glory”, “Spanish Civil
War”, etc.,
etc., en las que destacaba un gusto innato por la ironía, pero también una
capacidad poética que hace que sus canciones no desmerezcan en nada a las de otros
grandes artistas del folk norteamericano.
Es cierto
que Phil Ochs, como el resto de cantautores de los años sesenta, creció a la
sombra de Bob Dylan (que es, como la de los cipreses, muy, muy, alargada). Pero
no es menos cierto que su voz, sus canciones, sus discos, su actitud sobre el
escenario y en la vida, tenían un halo propio, que lo convertían en un artista muy
personal. Si no conoces aún la obra de este inmenso cantautor, te aconsejo que
busques sus canciones (ahora que resulta tan sencillo) y les dediques el tiempo
y la atención que merecen. Y entonces entenderás por qué, cuarenta años después
de su muerte, gente como Neil Young, Billy Bragg, Wilco, Anni diFranco, Sean
Penn, Breece Pancake, The Go-betweens, y un larguísimo etcétera, veneran su
legado.
Qué disco de Phil Ochs recomiendas?
ResponderEliminarEs cierto, amigo Rafa, que toda la música estadounidense de cantautor de entonces, nos recuerda a Bob Dylan, pero Phil tenía una voz más clara y firme y ante todo: ¿te imaginas a Phil Ochs cantando para el papa de Roma o cantando en conciertos sin dignarse a mirar al público, como hace el señor Robert Zimmerman?
ResponderEliminarPues no, la verdad es que no lo imagino haciendo ninguna de esas dos cosas. Una lástima lo del suicidio.
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