La música de Louis Armstrong animando todos los burdeles que surcan el Misisipi. La voz hiriente que sale de la garganta de Bessie Smith. La máquina de hacer swing de Count Basie. Duke ellington y sus mil razones para vivir. Sydney Bechet y las viejas melodías de Nueva Orleans. Billie Holiday y su manera única de decir el blues. La poesía vanguardista de Lester Young escrita con su saxo tenor. La tristeza sutil de Sarah Vaughan. Charlie Parker haciendo llorar de belleza a Kerouac en un club de Chicago. Miles Davis, de espaldas al público, tocando “Time after time”. Una habitación mugrienta en un hotelucho de Ámsterdam donde Chet Baker va a saltar por la ventana. Una lágrima azul, bajando, despacio, por la mejilla negra de Nina Simone. Sonny Rollins leyendo, de madrugada, una novela de Chester Himes. Josephine Baker leyendo, de madrugada, un poema de Langston Hughes. La mano izquierda de Django Reinhardt. El alma negra de Benny Goodman. La libertad total de Dizzy Gillespie. Thelonius Monk paseando, el día de Navidad de mil novecientos cincuenta y siete, por las calles gélidas de Harlem. Ella Fitzgerald, que nunca conoció a su padre. La melancolía desgarradora de Bill Evans sentado al piano. Art Blakey y sus antepasados africanos. Ornette Coleman y el significado de la palabra revolución. John Coltrane paseando por caminos que aún no existen. El cáncer de hígado que arrebató la vida de Stan Getz. Fats Waller, viajando en un tren nocturno con destino a la muerte, el quince de diciembre de mil novecientos cuarenta y tres.
Miradas de jazz.
Miradas de jazz.
(De La Mirada del Jazz, Editorial Alhulia, 2006)
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