Poco podía imaginar
Dashiel Hammett (Maryland, 27 de mayo de 1894- Nueva York, 10 de enero de 1961)
cuando publicó allá por 1927 Cosecha roja, que con aquella novela estaba
dando el pistoletazo de salida a todo un estilo no sólo literario sino también
cinematográfico. Y es que con esta obra seminal, Hammett sentó las bases de la novela
negrocriminal moderna (conocida en inglés con el nombre de Hard-boiled
detective fiction).
Es de sobra conocido
que hasta la publicación de Cosecha roja, las novelas de detectives,
policiacas o de crímenes se miraban en el espejo de Edgar Allan Poe, de Wilkie
Collins o de Sir Arthur Conan Doyle. Normalmente, en estas novelas el detective
se enfrentaba a la resolución de un crimen, que había tenido lugar en un
espacio limitado y para el cual había varios posibles candidatos. Al final el
caso siempre se resolvía de la manera más insospechada gracias a las virtudes y
a la capacidad de observación del detective. Debemos, pues, a Sir Arthur Conan
Doyle, la creación de todo un paradigma de detective, encarnado en el personaje
de Sherlock Holmes, un protagonista que destacaba por ser un gran observador de
los detalles y de la realidad circundante y que siempre acababa resolviendo los
casos usando su inteligencia y basándose en las pistas.
A partir de Cosecha
roja, la novela policiaca da un giro de ciento ochenta grados. Los
detectives dejan de ser personajes al estilo de Sherlcok Holmes y pasan a ser
tipos de carne y hueso, con sus vicios —muchos, en realidad— y sus virtudes
—muy pocas, en comparación a los vicios—, que no dudan en hacer uso de la
violencia si con ella pueden resolver un caso, y que actúan en una sociedad, la
norteamericana, invadida por la corrupción, el tráfico de
drogas, alcohol e influencias y por la ambición de poder.
Personville, la
ciudad en la que transcurre Cosecha roja, es un lugar podrido desde los mismísimos
cimientos, donde la corrupción política y policial campa a sus anchas, y la
violencia es algo tan cotidiano que a nadie sorprende. Pero tampoco se puede
decir que el Agente de la Continental que ha decidido limpiar la ciudad sea
precisamente un dechado de virtudes: Bebe como un cosaco, miente para alcanzar
sus objetivos, es violento y manipulador —utiliza a la gente a su antojo— y no
muestra reparos éticos ante el crimen, aunque siempre da muestras de que lo que
hace, lo hace en pos de una meta loable: Regenerar la sociedad.
En cuanto al estilo
literario, tampoco es descabellado afirmar que Hammett fue todo un pionero. Sus
obras están escritas con un lenguaje directo, a base de frases cortas y casi
sin adjetivación —un estilo al que debe mucho Hemingway, sin ir más lejos— y un
vocabulario extraído de la lengua popular, e incluso de los estratos sociales
más bajos. En la literatura de Hammett los diálogos soportan todo el peso de la
trama y sin duda, son estos, chispeantes, ingeniosos, irónicos y no carentes de cierto sentido del humor, los que han dado grandeza a este género literario.
Tal vez sea por ello que, con bastante frecuencia, las adaptaciones a la gran pantalla
de estas novelas, haya dado como resultado, obras maestras del cine.
Tras Cosecha roja
vinieron otras obras, algunas míticas, como El halcón maltés, llevada al
cine por el gran director John Huston, e interpretada por el inolvidable Humphrey
Bogart, o La llave de cristal, que
para la mayoría de los aficionados es su mejor obra. Y tras la estela de Hammett
llegaron otros muchos autores. En realidad, se puede afirmar con rotundidad que
pocos autores han escapado al influjo del creador del personaje de Sam Spade:
de Raymond Chandler, a James M. Cain, de James Ellroy a Michael Connelly, de
Manolo Vázquez Montalbán a Carlos Zenón. Y así hasta el infinito y más allá.
Durante
mucho tiempo, tanto Cosecha roja como
la mayor parte de la literatura negrocriminal, no ha sido considerada
literatura de primera categoría. No me imagino esta o cualquier otra novela de
Hammet, de Chandler, de Cain en el canon de Harold Bloom, pero qué cojones, ¿a
quién le importa la opinión de Bloom? A mí no, al menos.
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