domingo, 12 de agosto de 2012

Cristales rotos


Aquella mañana,
después de desayunar
y darse una ducha
bien caliente,
ella hizo
las maletas,
cogió sus libros
de poemas mejicanos,
los únicos
que en su opinión
merecía la pena
seguir conservando,
sus viejos discos
de Tom Waits,
y los puso
con cuidado
en una caja,
y se fue a la estación
de autobuses,
y esperó
su turno
en la cola
para comprar
su billete.

A dónde,
le peguntó
la vendedora,

A cualquier lugar
que esté
a mil kilómetros
de mi vida,
contestó ella.

A lo largo
de toda la mañana
estuvo sintiendo
en la boca
un sabor agrio,
como si acabase
de tragar
de sopetón
un plato enterito
de cristales rotos.

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