En el capítulo X de la inmortal novela de Miguel de Cervantes El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha,
 el majadero hidalgo manchego, protagonista de la obra, le habla a su 
escudero, el fiel Sancho Panza, por primera vez, de un remedio cuyas 
propiedades tienen la virtud de curar todos los males, y no sólo del 
cuerpo sino también los del espíritu. El remedio en cuestión es el 
Bálsamo de Fierabrás.
Un poco más adelante, en el capítulo 
XVII, tras recibir una monumental paliza, el caballero andante decide 
concebir la pócima mágica partiendo de una receta que él, y sólo él, 
dice conocer. Ni que decir tiene que la receta, más que curar, casi 
acaba con la vida del pobre Sancho Panza, pues lo único que siente el 
infortunado escudero tras ingerir el brebaje, son unas terribles ganas 
de cagar.
Precisamente esta sensación es la que 
están experimentando la gran mayoría de los ciudadanos del estado 
español con “el gobierno de los mejores” de Mariano Rajoy.  El político 
gallego, en la campaña electoral que lo llevó a ganar las elecciones el 
pasado 20 de noviembre, cual don Quijote mentecato, majareta y 
psicotrópico, se fabricó su propia receta del Bálsamo de Fierabrás y se 
la vendió a 10.830.693 españoles, muchos de ellos votantes habituales 
del PP, pero también hubo algunos otros, gente que en su vida había 
confiado en la derecha, que llevados por la desesperación del desempleo,
 de la situación económica y de la política errática del presidente 
Zapatero y el PSOE, mordieron el anzuelo y bebieron del mejunje de 
Rajoy.
En estos ocho meses de desgobierno 
conservador, hemos visto que la particular receta del Bálsamo de 
Fierabrás fabricado por Mariano Rajoy no lleva aceite, vino, sal y 
romero como la del caballero andante. Qué va. La receta de Rajoy está 
hecha con una gran cantidad de recortes en la educación y la sanidad 
públicas; la supresión de la paga extra de navidad en los sueldos de los
 trabajadores públicos; otro gran tijeretazo en ayuda al desarrollo, a 
la dependencia y a los inmigrantes, a los que ha dejado sin asistencia 
sanitaria con sólo chasquear los dedos; un chorrito de amnistía fiscal 
para contentar a los tahúres y a los forajidos; otro chorrito de hacer 
la vista gorda con los corruptos, los malversadores y los tramposos; un 
par de puñados de recortes a las ayudas por desempleo y a las ayudas 
sociales, del tipo que sean; una buena cantidad de subida del IVA, IBI, 
IRPF y de la energía; una subida de la prima de riesgo que no se baja ni
 con paños fríos; una ayudita de cien mil millones de euros a los 
banqueros que para eso son sus amiguitos; un estacazo al mundo de la 
cultura del que no se va a recuperar en los próximos treinta o cuarenta 
años y una reforma laboral que échese usted a temblar si tiene la mala 
suerte de que ésta lo mire de frente y así, hasta llegar al ingrediente 
secreto: una ley del aborto donde, tachín tachán, no se permita el aborto bajo ningún concepto o vendrá la Santa Inquisición y te torturará por ser una asesina de fetos.    
En fin, que muchos de los incautos que 
se tragaron esta mierda de bebida, ahora están pagando las 
consecuencias. Lo malo es que, al contrario de lo que ocurre en la obra 
de Cervantes, somos todos los españoles los que estamos padeciendo los 
efectos ultra (y nunca mejor dicho) laxantes de la pócima de Rajoy.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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