miércoles, 27 de abril de 2011

Como cada día

Dicen que un chute de heroína es como besar a Dios

Don Winslow


Como cada día

durante los últimos diez años,

el ángel yonki se sentó

en el único sillón

que quedaba en la casa.

Así comenzaba el ritual.

Sacó

una pequeña cantidad

de heroína pura

—parecía azúcar moreno—

de una bolsita transparente.

La colocó cuidadosamente

en una cucharilla de café,

añadió unas gotitas de agua

y, después, aplicó un hilillo de calor

con la llama azulina

de un mechero barato.

Mientras la mezcla se cocía,

su olor iba expandiéndose

por toda la sala.

Era un olor difícil de describir,

pero a él siempre le hacía pensar

en pájaros volando después de la lluvia.

Luego se ató

un trozo de goma

en la parte superior del ala.

Tomó entre sus dedos

sarmentosos

una jeringuilla de plástico

—no acertaba a comprender

cómo algunos yonkis

odiaban la jeringa—,

la acercó a la cucharilla

y absorbió la mezcla.

Respiró hondo,

una, dos, tres veces

y acercó la finísima aguja a la vena,

a punto de explotar.

La clavó despacio.

Y empezó a apretar el émbolo.

El néctar —este era el nombre

que a él le gustaba usar—

se abría paso por la marea roja

con la fuerza de un huracán.

Y llegaba hasta el rincón

más alejado de su cuerpo.

Un sonido fino, brillante,

como de mercurio líquido

—ahora pensaba en Dylan—,

empezaba a llenar la habitación.

Una felicidad invisible

se iba apoderando,

milímetro a milímetro,

de todo su ser.

Y la oscuridad daba paso

a la luz más hermosa

y el dolor dejaba de ser

una sensación física

para convertirse

en un recuerdo borroso

y él volvía a creer

—aunque fuese sólo

por unos instantes—

en la bondad infinita

del universo.

Y en esos momentos

no le preocupaba,

en absoluto,

haber sido expulsado

del Paraíso

para toda la Eternidad.


(De El placer de ver morir a un ángel, Huerga Y fFerro Editores, 2011)

1 comentario:

  1. Antonio Vega también lo describió muy bien en "Se dejaba llevar por ti". Él también era un ángel caído.

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