Soñé
que yo también era un neoliberal.
Odiaba
la poesía.
Odiaba
a Ken Loach,
a
Fernando León de Aranoa,
a
Nacho Vegas,
a
Ignacio Escolar.
Odiaba
a los sindicatos.
Odiaba
con todas mis fuerzas
a
las trabajadoras que se quedaban embarazadas.
Odiaba
a los pobres.
Era
adicto al dinero.
Tenía
cuentas en Suiza, en las Bahamas, en Panamá.
Tenía
en mi despacho un cuadro
de
Margaret Thatcher a tamaño real.
Hablaba
la extraña jerga de los eufemismos
que
usan los neoliberales.
Había
trasladado mis empresas a México
porque
allí los sueldos eran una mierda
y
los derechos laborales
menos
que una mierda.
Tenía
un ejército de abogados
que
me asesoraban en el arte del fraude fiscal.
Esnifaba
farlopa.
Me
la traía floja el estado del bienestar.
Votaba
al Partido Popular.
Desperté
paralizado por el miedo.
Me
juré que nunca más volvería a soñar.
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