Vosotros erais sagrados.
Vosotros que nacisteis del
dolor, que crecisteis con hambre de justicia.
Vosotros que creísteis en
un mundo nuevo, y desechasteis las palabras amargas.
Pero los lobos hambrientos
de la infamia os atacaron cuando os vieron indefensos.
Vosotros erais sagrados.
Vosotros que teníais
padres y madres que os amaban más que a sus propias vidas.
Vosotros que teníais hijos
e hijas que os necesitaban como se necesita para vivir el pan o la risa.
Pero los perros negros de
la noche os desgarraron el corazón con sus colmillos miserables.
Vosotros erais
sagrados.
Vosotros, que anduvisteis
por senderos frágiles y cultivasteis la tierra con vuestras manos.
Vosotros, que segasteis el
trigo para compartirlo con vuestros hermanos.
Pero las ratas de la
afrenta se acercaron y comieron de las cuencas cálidas de vuestros ojos.
Vosotros erais
sagrados.
Vosotros, que deshicisteis
las ataduras y os empapasteis con la luz de la mañana.
Vosotros que bebisteis en
manantiales de agua clara y ansiasteis el aroma del jazmín y la rosa.
Pero los alacranes de la
injuria os cercaron con sus afilados aguijones de plomo.
Vosotros erais
sagrados.
Vosotros que teníais la
piel surcada de deseos y la mirada cabal de las personas buenas.
Vosotros, que amasteis en
noches de verano y os adentrasteis por bosques azules.
Pero las hienas de la
calumnia lamieron la sangre derramada.
Y los lobos
y los perros
y las ratas
y los alacranes
y las hienas
os robaron la vida.
A vosotros, que erais
sagrados.
Este es uno de los poemas incluidos en mi libro El llanto, la sangre, el fuego (Editorial Alhulia, 2012) y es, por supuesto, un homenaje a las mujeres y los hombres que perdieron la vida bajo la barbarie franquista.
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