Hace unos días, el todavía
Presidente de la Junta de Andalucía,
el socialista José Antonio Griñán, anunciaba en sede parlamentaria su decisión
de que no volverá a ser candidato en las próximas elecciones andaluzas. Entre
las razones que esgrimía para sostener su decisión están, entre otras, su edad:
tiene sesenta y siete años, y piensa que ha llegado la hora de que una
generación de políticos más jóvenes tome las riendas de la res publica.
Sin embargo, no han
faltado las voces que han dicho claramente que los motivos —encubiertos, por
supuesto— de su abandono son otros: el principal, el fraude de los ERE, esa
macro estafa pública, en la que, bien es verdad que Griñán no se ha visto
directamente afectado, pero en la que sí lo están muchos hombres y mujeres del
Partido Socialista, incluidos algunos altos cargos que lo fueron de la Junta de
Andalucía.
También se esgrime el motivo de la crisis, ese tsunami político y social que no
está dejando títere con cabeza, más aún en una comunidad autónoma que debe
estar a punto, si no lo ha hecho ya, de entrar en el libro Guinnes de los
récords, por su índice de paro. El propio Griñán ya sufrió los efectos del
desgaste electoral en sus propias carnes, aunque en el último minuto, pudo
salvar los muebles gracias al apoyo de Izquierda Unida, con quien gobierna en
coalición la comunidad autónoma más grande del Estado, Andalucía.
Y es aquí donde, en mi opinión, habría que buscar
el tercer motivo de su renuncia. Me da que José Antonio Griñán no se siente
cómodo gobernando con IU. Que si el asalto a los supermercados, que si la
memoria histórica, que si las marchas por el empleo y la dignidad, etc., etc.
No es que, en lo que llevamos de legislatura, se hayan tomado muchas decisiones
teñidas de rojo —eso sólo lo piensan los dirigentes del Partido Popular, pero
es que ellos están tan, tan a la derecha, que cualquier iniciativa distinta les
parece radical—, pero las pocas que se han tomado, favorecen electoralmente a IU.
Griñán y sus colaboradores más inmediatos ven, encuesta a encuesta, como la
coalición de izquierdas sube poco a poco, arañando electores al PSOE, mientras
que los socialistas los van perdiendo, sin que nada ni nadie sea capaz de
detener la sangría.
Casi con absoluta
seguridad, el próximo mes de mayo, fecha en la que se celebran elecciones al
parlamento europeo, volverá a haberlas también en Andalucía. Ante el
Presidente de la Junta se abrían dos posibilidades. Seguir adelante con la
legislatura e ir allanando el camino para un ascenso considerable de IU —que al
fin y al cabo, son sus adversarios, por mucho que en estos tiempos les toque
navegar en el mismo barco— o convocarlas junto con las europeas, e intentar en
estos meses que quedan hasta ese momento, detener o frenar siquiera el ascenso
de IU. No me cabe ninguna duda de que su decisión será la segunda.
Mientras tanto, Valderas y
compañía se han quedado fuera de juego, pues nadie en IU esperaba esta
decisión, ahora que institucionalmente la cosa parecía funcionar y las
expectativas eran óptimas. Tras la aprobación de varias medidas en las que se
notaba la mano de IU —el decreto anti desahucios y el decreto contra la
exclusión social, básicamente— y con un coordinador regional recién elegido, IU
se verá obligada a jugar sus cartas con mucha pericia. De lo contrario es
probable que todo el rédito electoral conseguido en estos meses acabe tirado
por la borda. Se admiten apuestas.
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