Miguel Ávila Cabezas
(Granada, 1953) es uno de los escritores (en su triple faceta de poeta,
dramaturgo y crítico) más importantes que ha dado la geografía granadina en los
últimos años. Poseedor de un dominio milimétrico del lenguaje y de una
capacidad de observación prácticamente ilimitada, la obra de este Doctor en Filología
Románica y profesor de Lengua y Literatura castellana en uno de los institutos
de enseñanza secundaria de la ciudad de Ceuta, es tan rica y variada que a
duras penas admite adscripciones de ningún tipo. Y es que si existe una palabra
que nos sirva para describir a Miguel y para clasificar su obra poética, esa
palabra tiene que ser, forzosamente, heterodoxia. Porque, ¿qué otra cosa si no
un heterodoxo convencido es Miguel Ávila Cabezas? Miguel es un alma libre, que
no se deja encorsetar por etiquetas, que no permite que se le adscriba con
facilidad a grupos o camarillas poéticas, que no sigue a sumos sacerdotes de la
literatura contemporánea. En realidad, Miguel no sigue a ningún líder porque
Miguel es, que quede claro, su propio líder.
Miguel Ávila es
autor de una extensa obra poética, en la que destacan poemarios como Aguas salobres, Nuevo refranero universal, La
casa del aire, Mas no de sotra parte,
Loquinarias, Un viento clandestino, Huellas
de sombra, Restos de temporada, Analogías, etc. Además ha participado en
numerosísimas obras colectivas, ha publicado en revistas, ha dirigido
colecciones, ha puesto en pie proyectos quijotescos, como aquellos Versos para un fin de milenio, que
publicara a principios del año 2000 el Ayuntamiento de Motril, cuando los
ayuntamientos de este país aún se preocupaban por abastecer a sus ciudadanos
con jugosos proyectos culturales. Y es que este hombre, aquí donde lo veis,
siempre está dispuesto a participar en cualquier actividad que tenga relación
con el oficio de escritor y con la tarea de escribir. Ya sea dirigiendo aulas
poéticas, editando textos, aconsejando a los escritores noveles, escribiendo
reseñas literarias, etc., etc.
Recientemente
acaba de ver la luz un nuevo libro de poemas de Miguel Ávila Cabezas, titulado El loco mundo, publicado por la
editorial salobreñera Alhulia, que dirigen Pedro Gómez y Antonio Jiménez. Hay
que decir que El loco mundo es el
tercer volumen de una tetralogía que Miguel ha dedicado a la ciudad de
Casablanca y por extensión a Marruecos, donde ha pasado los últimos seis años
de su vida. El primer volumen de esta tetralogía fue Mas no desotra parte, publicado por Alhulia en 2006 y Anfa, editado por Isla Varia Ediciones
un año más tarde, sería el segundo. Aún está pendiente de publicación el cuarto
y último volumen, un libro que se llamará Música
para indigentes, precioso título, por cierto, y que ya estamos deseando
poder leer.
El loco mundo es un título
hermoso para unos poemas aún más hermosos, con un tremendo poder de evocación. En
palabras de Bartolomé Nieto Bunera, autor del Prólogo que antecede a los poemas
de Miguel, el libro “está lleno de regresos sinceros e increíbles
descubrimientos que, sin embargo, están exentos de toda magia que no sea la
propia brevedad ontológica y el certero espasmo del drama, donde ya no es
concebible otro significado que el de un escenario enmarcado por las eternas
preguntas del hombre.” Y luego añade: “Así veo yo El loco mundo, como una serie de cuadros dramáticos, ventanas
abiertas y personajes perfilados en la noble pérdida y la permanente angustia
del ser: Teatro al fin, remansado teatro en un diálogo de venas abiertas.”
Los cincuenta poemas
que conforman esta obra tratan de los temas eternos de la poesía, por ejemplo,
del amor: (“Me puedes”, “La eternidad”), de la vida y de la muerte (“El loco
mundo”, “Breve oración al ángel”, “”La última voluntad del último poeta”), del
sufrimiento, en este caso, provocado por la pobreza secular que azota a los más
débiles (“Tina y Miguel”, “La mujer mendigo”, “La miseria”, “Chocolate de
pobres”), de la soledad en la que vive el ser humano moderno (“David Beckham”,
para mí, uno de los mejores poemas escritos por Miguel en su ya dilatada
carrera), de un mundo que, poco a poco, se desvanece en la bruma de la memoria
histórica y del que van desapareciendo, inexorablemente, los amigos muertos: (“Caletón”,
“La ciudad soñada”, “Nueva visión del dolor”, “Desde el puerto”, o “Cuatro
colores: amarillo, azul, morado, negro”, que es un homenaje a Elena Martín
Vivaldi y que contiene versos como estos: “estoy muriendo, amor, estoy muriendo
/y en el azul soñado de una tarde lluviosa / las calles y los bares de una
ciudad fantasma / me están viendo pasar (…)”.
Creo,
honestamente, que Miguel se encuentra en un momento vital y literario intenso, que
le está permitiendo escribir los mejores versos que ha escrito hasta ahora. Versos
brillantes, versos rebosantes de lirismo, versos que destilan una honestidad que encuentro en muy pocos poetas
contemporáneos. Versos como por ejemplo los que cierran el poema “Nueva canción
del condenado”
Cuando llegue al paraíso
me beberé la eternidad de un solo trago
(tal es mi sed)
y vaciaré esta miseria que me pierde
en el sueño fatal de los otros condenados.
Poco más me queda que añadir salvo que, si tienen ocasión, lean
estos poemas y juzguen ustedes por sí mismos. Pero luego no digan que no les advertí: pocos
poetas encontrarán a día de hoy en lengua castellana con la calidad de Miguel
Ávila Cabezas. Un lujo que no deberíamos desaprovechar.
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