Ahora que se cumplen 75 años desde que el ejército español, dirigido por un puñado de generales fascistas, se levantó en armas contra el legítimo gobierno de la II República española, es un buen momento para hacer balance de las numerosísimas publicaciones que han visto la luz en los últimos años sobre la contienda civil española, muchas de ellas de marcado carácter local. La gran mayoría de estos libros ha servido para que, todos los que por edad no vivimos los terribles años de la guerra y la posguerra, podamos conocer las durísimas condiciones de vida a las que tuvieron que hacer frente los que la perdieron.
Uno de estos libros es El guerrillero que no pudo bailar: Resistencia anarquista en la posguerra andaluza. Se trata de un libro de memorias publicado en el año 2004 por la editorial Silente en su colección de Memoria Histórica. A cargo de la edición de estas memorias del guerrillero anarquista José Moreno Salazar estuvo el profesor Victoriano Camas Baena, quien también es autor de una “Nota” que sirve para contextualizar, de manera brillante, la historia que se narra en el libro. La obra se completa con un breve prólogo escrito por José Miguel Marinas.
Pero lo verdaderamente importante de esta obra, lo que conmueve hasta el tuétano, lo que atrapa al lector y lo sacude incluso cuando han pasado varios días desde que se acaba su lectura, es, por supuesto, su contenido. En apenas ciento treinta páginas, el autor de estas memorias, el propio guerrillero, nos va contando de una manera amena, muy cercana a la tradición oral, los pormenores de su vida como maquis, en la cárcel, en la clandestinidad e incluso en la transición y la democracia.
Contado en primera persona y en presente (lo que le otorga una gran rapidez narrativa y un estilo cuasi cinematográfico), José nos va desgranando mil y un detalles de una vida entregada a la causa del proletariado, a la defensa de unos derechos, laborales, sociales, en definitiva, humanos, que en aquella época, simplemente, no existían para los pobres. Desde muy joven José se va a entregar en cuerpo y alma, en su pueblo natal, Bujalance, en la provincia de Córdoba, a la defensa férrea de los principios libertarios. En el Ateneo Libertario de su pueblo, entra en contacto con los ambientes ácratas. Ya sabemos que en Bujalance y en otros pueblos de la comarca, las ideas revolucionarias de Bakunin habían echado profundas raíces. Y es en ese mismo Ateneo y en la sede de la CNT del pueblo, donde conoce a los hermanos Rodríguez, Francisco, Juan y Sebastián, tres claros ejemplos de hombres cabales, honestos hasta la médula, valientes, anarquistas hechos de acero, que poco o nada tienen que envidiar a otros revolucionarios de fama mundial como Durruti, Ascaso o García Oliver. Para los hermanos Rodríguez y sus camaradas la guerra no terminó el día uno de abril de 1939, porque su grupo, Los Jubiles, siguieron combatiendo contra el fascismo desde Sierra Morena, hasta que fueron asesinados en los primeros días de enero de 1944, tras ser delatados por un traidor del propio grupo.
No quiero rebelar detalles que puedan estropear la lectura de este libro, ya que se lee de un tirón y como si de una novela de aventuras se tratase, con el añadido que da saber que los hechos que allí se cuentan son tan reales como el aire que respiramos. Muy esclarecedoras son las páginas que explican las palizas en las cárceles y en los cuarteles de la Guardia Civil, las torturas, el hambre sistemática al que se ven arrastrados los luchadores antifranquistas. Después de leer estas memorias, no queda más remedio que reafirmarse en la tesis de que el régimen franquista se sostuvo durante tanto tiempo por el uso sistemático de la fuerza bruta no sólo contra todo aquel que se atreviera a desafiarlo, sino contra todo lo que se moviera.
Un libro altamente recomendado para recordar que hubo un tiempo, no muy lejano, en el que un puñado de hombres y mujeres dieron los mejores años de su vida, los de la juventud (de ahí la referencia al baile en el título), por defender unos ideales en los que creían ciegamente y, por extensión, por defender la libertad de todo un país. No hace falta decir que muchos de ellos pagaron con la propia vida su osadía. José Moreno Salazar fue uno de esos anarquistas que tuvo en vilo al ejército vencedor durante más de cuatro años, aunque él logró sobrevivir. Un hombre extraordinario. Por eso tenemos el deber moral de recordarlo. A él y a todas las mujeres y hombres que fueron como él.
Uno de estos libros es El guerrillero que no pudo bailar: Resistencia anarquista en la posguerra andaluza. Se trata de un libro de memorias publicado en el año 2004 por la editorial Silente en su colección de Memoria Histórica. A cargo de la edición de estas memorias del guerrillero anarquista José Moreno Salazar estuvo el profesor Victoriano Camas Baena, quien también es autor de una “Nota” que sirve para contextualizar, de manera brillante, la historia que se narra en el libro. La obra se completa con un breve prólogo escrito por José Miguel Marinas.
Pero lo verdaderamente importante de esta obra, lo que conmueve hasta el tuétano, lo que atrapa al lector y lo sacude incluso cuando han pasado varios días desde que se acaba su lectura, es, por supuesto, su contenido. En apenas ciento treinta páginas, el autor de estas memorias, el propio guerrillero, nos va contando de una manera amena, muy cercana a la tradición oral, los pormenores de su vida como maquis, en la cárcel, en la clandestinidad e incluso en la transición y la democracia.
Contado en primera persona y en presente (lo que le otorga una gran rapidez narrativa y un estilo cuasi cinematográfico), José nos va desgranando mil y un detalles de una vida entregada a la causa del proletariado, a la defensa de unos derechos, laborales, sociales, en definitiva, humanos, que en aquella época, simplemente, no existían para los pobres. Desde muy joven José se va a entregar en cuerpo y alma, en su pueblo natal, Bujalance, en la provincia de Córdoba, a la defensa férrea de los principios libertarios. En el Ateneo Libertario de su pueblo, entra en contacto con los ambientes ácratas. Ya sabemos que en Bujalance y en otros pueblos de la comarca, las ideas revolucionarias de Bakunin habían echado profundas raíces. Y es en ese mismo Ateneo y en la sede de la CNT del pueblo, donde conoce a los hermanos Rodríguez, Francisco, Juan y Sebastián, tres claros ejemplos de hombres cabales, honestos hasta la médula, valientes, anarquistas hechos de acero, que poco o nada tienen que envidiar a otros revolucionarios de fama mundial como Durruti, Ascaso o García Oliver. Para los hermanos Rodríguez y sus camaradas la guerra no terminó el día uno de abril de 1939, porque su grupo, Los Jubiles, siguieron combatiendo contra el fascismo desde Sierra Morena, hasta que fueron asesinados en los primeros días de enero de 1944, tras ser delatados por un traidor del propio grupo.
No quiero rebelar detalles que puedan estropear la lectura de este libro, ya que se lee de un tirón y como si de una novela de aventuras se tratase, con el añadido que da saber que los hechos que allí se cuentan son tan reales como el aire que respiramos. Muy esclarecedoras son las páginas que explican las palizas en las cárceles y en los cuarteles de la Guardia Civil, las torturas, el hambre sistemática al que se ven arrastrados los luchadores antifranquistas. Después de leer estas memorias, no queda más remedio que reafirmarse en la tesis de que el régimen franquista se sostuvo durante tanto tiempo por el uso sistemático de la fuerza bruta no sólo contra todo aquel que se atreviera a desafiarlo, sino contra todo lo que se moviera.
Un libro altamente recomendado para recordar que hubo un tiempo, no muy lejano, en el que un puñado de hombres y mujeres dieron los mejores años de su vida, los de la juventud (de ahí la referencia al baile en el título), por defender unos ideales en los que creían ciegamente y, por extensión, por defender la libertad de todo un país. No hace falta decir que muchos de ellos pagaron con la propia vida su osadía. José Moreno Salazar fue uno de esos anarquistas que tuvo en vilo al ejército vencedor durante más de cuatro años, aunque él logró sobrevivir. Un hombre extraordinario. Por eso tenemos el deber moral de recordarlo. A él y a todas las mujeres y hombres que fueron como él.
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