Esta tarde, cuando conducía de regreso a casa desde el trabajo, he matado a un gato. El pobre animal ha tenido la desgracia de cruzar justo por delante de mi coche cuando yo pasaba, sin darme tiempo a pisar el pedal del freno o a dar un volantazo que evitara el fatal atropello. Y aunque conducía a menos de treinta kilómetros por hora, no he podido impedir que las dos ruedas de la parte izquierda del coche le pasaran por encima. Se ha escuchado un leve crack y nada más. Sólo eso. La muerte no tiene sonido. Allí ha quedado el gato, completamente roto, apenas una mancha negra sobre el asfalto mojado, las patas levantadas hacia el cielo, como una figura de porcelana defectuosa. Todo ha sido muy rápido. Diez, doce segundos. No más. Tal vez menos. Una extraña sensación me ha invadido al verlo por el espejo retrovisor, tirado en la carretera, sin movimiento, sin vida, una imagen congelada de sí mismo, un daguerrotipo frío y estático. Una pequeña conmoción ha recorrido mi espina dorsal. Me ha hecho pensar en juncos tronchados por el viento.
ECOLOGISMO: PASADO Y PRESENTE (con un par de ideas sobre el futuro)
-fragmento IV-
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Tras los espantosos incendios del verano de 2023, un titular de prensa
decía: “El cambio climático ha convertido los bosques de Canadá en un
infie...
Hace 13 horas
Tines una espina dorsal muuuy sensible.
ResponderEliminarA mi me pasó eso con una hoja,pero pude salvarle la vida.
Estupendo poema Rafael. Para mí es más un poema que un relato. Me ha encantado la imagen "las patas levantadas hacia el cilo, como una figura de porcelana defectuosa".
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