viernes, 28 de diciembre de 2012

La lista negra



Yo estoy en la lista negra. Me lo ha dicho un amigo que la ha visto. O  por decirlo de una manera más precisa, me lo ha dicho el amigo que escrito mi nombre en la lista negra. Este amigo no es el responsable directo de la lista negra. En absoluto. Él es tan solo el funcionario encargado de escribir los nombres que le van dictando. De hecho, si algún superior descubriera, casualmente, que mi amigo me ha hecho partícipe de esta información, no sólo perdería su empleo ipso-facto, sino que él mismo pasaría a formar parte de la lista negra, con todas las consecuencias. El procedimiento, con más o menos variaciones, es como sigue. Suena el teléfono en un despacho aséptico de paredes blancas y muebles baratos, que es donde trabaja mi amigo. Este lo descuelga y alguien a quien no conoce, cuyo rostro no ha visto nunca, una persona con la que no ha cruzado más de cinco o seis palabras en todos estos años, le dice un nombre y unos apellidos. Sólo eso. Un nombre y unos apellidos. Con eso es suficiente. No se necesita nada más. No son necesarias direcciones, ni datos laborales, ni filiaciones políticas o sindicales. Luego, él escribe el nombre en la lista y ya está. A partir de ese momento, la persona cuyo nombre figura en la lista pasa a ser poco menos que un proscrito, un ángel caído en desgracia y expulsado del Paraíso, un producto caducado arrojado al contenedor, un juguete con el que ningún niño volverá a jugar.
Me ha dicho mi amigo que si uno tiene la mala suerte de que su nombre sea inscrito en la lista negra, su vida no vale una mierda y se convertirá en poco menos que un infierno. Jamás recibirá ayuda de ningún tipo. Todas las puertas permanecerán cerradas. A su paso sólo hallará obstáculos imposibles de salvar, puentes derruidos, simas profundas rebosantes de lava ardiente. Como si sobre él hubiese caído una maldición digna del Antiguo Testamento.
Desde el momento en que uno pasa a formar parte de la lista negra, su día a día es algo terrible. Cualquier problema, por nimio que pueda parecer a priori, será, en la práctica, imposible de solucionar. La burocracia tejará a torno a él una telaraña espesa e indestructible, gris y opaca, imposible de atravesar. Un manto de pesadumbre caerá sobre él. La vida se tornará una carrera de obstáculos. Detrás de uno, vendrá otro, y a este, seguirá otro más, y así una y otra vez, una y otra vez, como un círculo sin principio ni final. Me ha dicho mi amigo que durante los años que lleva desempeñando su trabajo como escribidor de nombres en la lista negra, ha conocido casos de gente que, al no poder superar la angustia ocasionada por esta situación, han terminado por sucumbir, poniendo fin a sus vidas. Bien es cierto que esos casos son extremos, pero no es menos cierto que la mayoría de la gente cuyos nombres figuran en la lista negra, no acaban con sus vidas por simple cobardía, porque carecen del valor necesario para ello. También dice mi amigo que, aunque la situación no es completamente irreversible, en todos estos años, sólo ha conocido un par de casos en que sus nombres han sido borrados de la lista negra tras ser inscritos en ella. Por todo lo cual, es mejor no albergar falsas esperanzas que terminarán por añadir más infelicidad, más dolor, más desesperación a una situación ya de por sí, infeliz, dolorosa y desesperada: Estar en la lista.

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