viernes, 29 de junio de 2012

Las aventuras del Virrey Superdiego en Tontilandia


Hace muchos, muchos años en un lejano país llamado Comunidad Autónoma de Tontilandia, ocurrieron unos hechos que ahora me dispongo a relatar. En Tontilandia la gente vivía feliz en su burbuja inmobiliaria, trabajando en la construcción, consumiendo a manos llenas, viendo el fútbol y la copla en la televisión, y acudiendo, cada año, a las procesiones de Semana Santa y a la romería más cercana.
La Comunidad Autónoma de Tontilandia estaba gobernada desde tiempos inmemoriales por una casta de políticos que se llamaba PSOE, aunque existía otra casta formada también por políticos, empresarios, banqueros y curas, que se llamaba PP. Así que al final, la gente de Tontilandia, que era ocurrente y de natural gracejo, acabó llamando a aquel engendro PPSOE, pues entre las dos castas, no existían diferencias de peso.
Un día ocurrió un hecho sin precedentes. Un crack financiero de incalculables proporciones, que hizo que la burbuja inmobiliaria explotara como una pompa de jabón. La gente empezó a perder sus empleos, y los que no los perdieron, sufrieron fuertes bajadas de sueldo y pérdidas de derechos laborales. Los bancos echaban a las personas de sus casas, sin importarles lo más mínimo que fuesen ancianos, niños o enfermos. A esta catástrofe se la llamó crisis económica, pero en realidad era una gran estafa. Era evidente que las cosas iban cada día un poco peor en la Comunidad Autónoma de Tontilandia.
En estas estábamos cuando apareció un superhéroe apuesto y bondadoso, rebelde porque el mundo lo había hecho así, al que pronto se conoció con el apelativo de Superdiego. Nuestro héroe reclutó a un grupo de intrépidos izquierdistas para combatir a los especuladores, a los explotadores, a los banqueros, a los neoliberales y a todo aquel que se opusiese al progreso, y que actuaban bajo el nombre genérico de "los mercados". 
Iban pasando los días y las noches, hasta que en Tontilandia se convocaron elecciones y Superdiego y sus chicos, los valerosos izquierdistas, se inventaron un eslogan y se presentaron a las elecciones, dispuestos a dar la batalla contra el capitalismo salvaje. Rebélate, nos pidieron a los habitantes de Tontilandia desde las vallas publicitarias. Y cuatrocientos treinta y siete mil cuatrocientos cuarenta y cinco votantes les hicieron caso y se rebelaron. Superdiego y sus aguerridos combatientes decidieron tomar el toro por los cuernos y entrar en el gobierno de Tontilandia. Ya está bien de hacer el tonto, pensaron. Ahora vamos a partir el bacalao. Así que Superdiego se unió a su otrora enemigo, su Alteza PepeAntonio, que a la sazón, era Rey en funciones de Tontilandia, y formaron el Gobierno de la Izquierda, para combatir al villano Arenas, malo, malo, malísimo donde los haya, cuyo objetivo último en el mundo era recortar y recortar hasta derribar el estado del bienestar.   
Su Alteza PepeAntonio, que era más listo que los ratones coloraos, no le dio poderes a su nuevo amiguito, pero lo nombró Virrey de Tontilandia, un cargo muy rimbombante, y le dio un coche oficial, que en la Comunidad Autónoma de Tontilandia, es lo máximo a lo que puede aspirar alguien sin estudios. Pero aquel nombramiento no fue gratuito. A cambio Superdiego le tuvo que entregar su alma y le tuvo que ayudar a recortar dos mil setecientos milloncejos de euros, porque tenían que hacer una ofrenda de "déficit cero" a San Mercado, santo patrón del neoliberalismo mundial.
Superdiego, de natural rebelde y protestón, como ya ha quedado dicho, en un primer momento, pensó que si hacía tal cosa, la gente terminaría por compararlo con el villano Arenas y con otros villanos como Aznar, Rajoy, Zp, Rubalcaba, etc. Pero en un segundo momento, tras una profunda reflexión, se plantó ante el espejo, y se dijo a sí mismo: Superdiego, tienes que hacerlo por imperativo legal. Si no lo haces tú, otro vendrá y lo hará. Y total, para que lo haga otro, hazlo tú, que mucho mejor lo harás.
Dicho y hecho. Superdiego recortó y recortó los sueldos de los empleados públicos, despidió a un buen número de interinos de enseñanza, les modificó las condiciones laborales, etc. etc. La gente, bastante mosqueada, sobre todo los que habían votado a Superdiego y a sus intrépidos izquierdistas, no entendían qué estaba pasando. Blasfemaban, insultaban, enviaban cartas en los periódicos, comentaban en el ágora, y sobre todo, maldecían a Su Alteza PepeAntonio y al Virrey Superdiego.
Para más inri, Superdiego y sus amiguitos, los intrépidos izquierdistas, hicieron unas cosas muy feas y que ellos antes habían criticado por activa y por pasiva: colocaron en los puestos de confianza a la hija del eurodiputado y al hermano, que había estudiado en Rusia, del portavoz. A Superdiego no le importaba nada que la gente criticara. Ni siquiera le importaba que lo metieran en el mismo saco que a Su Alteza PepeAntonio y al villano Arenas, el malo, malo, malísimo de este cuento. A Superdiego, todo esto le resbalaba porque él había conseguido su propósito: Sentar su culo en el coche oficial.
Moraleja: Políticos y banqueros, ladrones y embusteros.
Moraleja 2: Una cosa es prometer y otra muy distinta, hacer.
Y colorín, colorado, este cuento no ha hecho más que empezar.


2 comentarios:

  1. Mira tú que existiendo Spidermanes, Supermanes Batmanes etc... tener que aguantarse con estos supehéroes del tres al cuarto.

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  2. Valderasman , es nuestro campeón..... Cuando pasen cuatro años va a votar tu puta madre.

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