Un poema puede abarcar lo infinito.
Un poema puede
resolver la incógnita.
Un poema puede
atravesar el espejo.
Un poema puede hacer, qué duda cabe, que brote el amor de un
cubo de basura, como brota un manantial de agua clara de una simple piedra.
Un poema puede levantar barricadas.
Un poema puede derruir las alambradas, devastar las
fronteras.
Un poema puede
derrotar al silencio.
Un poema puede
denunciar las más terribles atrocidades o desenmascarar a los más sanguinarios
tiranos. Será por ello, digo yo, que la poesía no hace buenas migas con los
tiranos.
Un poema puede
abrir heridas en la carne.
Un poema puede hacernos reír. O puede hacernos llorar.
Depende.
Un poema puede
hacer que nos baje la fiebre.
Un poema puede
derretir la nieve.
Un poema puede ser el camino para llegar a las cosas más
sencillas de la vida, cosas como la risa, una naranja, la escarcha, un aroma,
un tallo verde, un instante fugaz, un amigo.
Un poema es capaz, por sí solo, de iniciar una revolución.
Un poema es Denise
Levertov sosteniendo en sus manos un librito de color azul, tumbada sobre la
hierba, un magnífico día de primavera, en Central Park.
Un poema también puede cambiar el mundo (claro que sí, por
qué no).
Un poema puede ser inmenso como una galaxia, como un cosmos,
como un universo.
Un poema puede ser poderoso como el batir de alas de un
insecto diminuto.
Un poema puede hacer que desaparezca un dolor de muelas (y
de hecho, lo consigue casi siempre).
Un poema puede indultarnos la vida.
Un poema puede provocar una guerra dentro de mí, dentro de
ti.
Un poema puede hablarnos del poeta Antonio Machado, saliendo
de España, un día frío y lluvioso de un lejano mes de febrero, sosteniendo la
mano de su madre, una anciana octogenaria, y acompañado de su hermano José y de
su cuñada. Ese mismo poema puede contarnos que los dos, Antonio y su madre,
Ana, van a morir, sólo algunos días más tarde, en un camastro de una pensión de
Colliure, en el sur de la
República de Francia, derrotados por el fascismo.
Un poema puede aplacar nuestra sed.
Un poema puede someter al miedo y a la furia.
Un poema tiene siete vidas (y esto es algo comprobado
empíricamente por los más prestigiosos científicos del mundo mundial).
Un poema puede salir indemne de un incendio, sobrevivir a un
naufragio.
Un poema es capaz
de decir no cuando hay que decirlo.
Un poema es Walt
Whitman, luminoso como la luna, con una gran barba blanca, llena de mariposas,
caminando por las
frías calles de Nueva York el día veintiséis de marzo de mil ochocientos noventa
y uno.
Un poema puede provocar un orgasmo.
Un poema puede ser el origen de un terremoto.
Un poema puede ser dulce como un caramelo, amargo como la
lejía.
Un poema pude ser, hoy, un árbol recién plantado; mañana, un
bosque tupido.
Un poema puede transportarnos a mundos ignotos, mondi lontanissimi.
Un poema puede teñir el amanecer de colores aún no
inventados.
Un poema bulle como la vida.
Un poema puede ser una operación a corazón abierto.
Un poema es un mordisco en la carne roja de la manzana.
Un poema tiene el poder ilimitado que le confieren las
palabras.
(Este poema está dedicado a la memoria de José Luis Sampedro, porque siempre militó en el bando correcto y a todas las personas que creen que un poema, un libro, el pensamiento crítico, aún pueden cambiar el estado de las cosas. Feliz Día del Libro a todas y todos.)
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