Son
muchos los hombres y mujeres de este país que ven con estupor lo que está
ocurriendo en torno al tema de la investidura del nuevo presidente del
gobierno. La cosa, tal y como yo la veo, está de esta manera: Rajoy, que quiere
pero no quiere; Sánchez, que está deseando pero no lo dejan en su partido;
Rivera, al que le encantaría pero se ha dado cuenta de que las elecciones
reales no tienen nada que ver con las encuestas e Iglesias, que tiene ganas
pero los otros no lo quieren ni en pintura.
En mi opinión,
Rajoy no tiene nada que hacer. Pasó su momento. Así de simple. Su única
posibilidad sería la gran coalición, pero parece que los socialistas tienen
claro que no entrarán en ese juego (o al menos eso dicen ahora), a pesar de los
cantos de sirena de los otrora sacrosantos sumos sacerdotes y jefes de la
tribu, Felipe González y Alfonso Guerra.
Así que la
única posibilidad que tiene Pedro Sánchez para sentarse en el sillón de la
Moncloa sería un pacto a varias bandas, principalmente con Podemos e Izquierda
Unida pero sin olvidarse de otros partidos como PNV, ERC, e incluso alguno más.
Da la
impresión de que Sánchez está por la labor de que ese pacto llegara a buen
puerto. Él es consciente de que esta es su única posibilidad de llegar a ser
presidente del consejo de ministros. Es ahora o nunca. Así que, en mi opinión,
va a poner toda la carne en el asador. De ahí esa estrategia anunciada ayer en
el comité federal de su partido de consultar a las bases. Sánchez y sus
colaboradores más allegados saben que los socialistas de a pie no quieren otros
cuatro años de Rajoy y de gobierno del PP ni locos. Ellos también están
sufriendo, en sus propias carnes, los recortes, la onda expansiva de la reforma
laboral, la poca calidad de esta democracia nuestra de regional preferente. Muchos
de ellos también han sido desahuciados y obligados al copago. Queremos creer
que a ellos también les da asco la corrupción. Así que si por ellos fuera, el
PP no volvería a gobernar.
Pero como
ocurre con demasiada frecuencia, una cosa es lo que opinan las bases y otra muy
distinta, lo que piensan los mandamases. Y en este caso, se terminará haciendo
lo que digan los de arriba. Es más, casi me atrevo a decir que, en este tema de
los pactos y de la presidencia del gobierno, se terminará haciendo lo que diga
la hija putativa de Chaves y Griñán, o sea, la presidenta de la Junta de
Andalucía, la simpar Susana Díaz.
Y no hay
que ser un lince de la alta política para darse cuenta de por dónde van los
tiros. Susana sabe que si permitiera finalmente que los pactos entre PSOE y
Podemos salieran adelante, su esperanza de ser presidenta del gobierno de
España sufrirían un grave revés. Porque
vamos a imaginar por un instante que Sánchez e Iglesias llegan a un acuerdo. Y
que el gobierno surgido de ese acuerdo funciona medianamente bien, como está
ocurriendo en Madrid, en Barcelona, en la Comunidad Valenciana, en Aragón, y en
otros sitios. Entonces la presidenta andaluza se podría ir despidiendo de
presidir el gobierno español. Pero si Sánchez no alcanza un acuerdo y se han de
repetir las elecciones, ahí estará ella, alerta, preparada para lanzarse sobre
el secretario general de su partido y devorarlo en unos segundos.
A mí no
me cabe ninguna duda de que no habrá pacto. Y de que habrá nuevas elecciones en
primavera. Y si las selecciones se repiten, el candidato socialista no se
llamará Pedro Sánchez. Se llamará Susana Díaz. Y entonces ella habrá conseguido
su objetivo. Quitarlo a él para ponerse ella.