(…) empezó
a amar los libros y las bibliotecas del mismo modo en que los creyentes adoran
sus templos: como sitios sagrados, donde no está admitida la profanación, a
riesgo de la perdición eterna.
Leonardo Padura refiriéndose a Mario Conde,
personaje principal de algunas de sus obras, aunque bien podría estar hablando
de mí mismo.
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