Todo comenzó en un santiamén hacia las 13 horas de aquel 14 de abril, con estampas de bandera tricolor en la calle. Todo fue espontáneo, sincero, entusiasta. Las banderas se confeccionaron en un abrir y cerrar de ojos, con retales de tejidos, en las mismas fábricas textiles. (...)
Paralizadas las fábricas y los obreros en las calles, éstas tomaron aires de fiesta singular, de bullicio alegre y contagioso que no tenía otro precedente en la mente de algunos viejos obreros que las jornadas de julio de 1909 ó 1917, pero, naturalmente, sin violencias ni barricadas. (...)
Por otra parte, parecía el día de la mujer. La mujer se destacaba con frenesí y pasión en todos los grupos, compuestos primero por los obreros de una misma fábrica y engrosados después por empleados del comercio que abandonaban sus puestos, por camareros que desertaban de los bares... Era una bola de nieve que iba creciendo al rodar.
De las barriadas obreras del Sant Martí, Poble Nou, Sant Andreu, Gracia, Horta, Sants, Santa Eulalia y de las próximas a Barcelona, Badalona y La Torrassa, todos orientaban sus manifestaciones hacia el centro de la capital catalana, convergiendo en la Plaça de Catalunya o en la Plaça de la Generalitat, para seguir gritando los vivas a la República y Macià y los mueras al Rey y a Cambó. (...)
A las 13 horas y 35 minutos, Lluís Companys había entrado en el Ayuntamiento para izar la bandera en el balcón. A las 13 horas 47 minutos la bandera republicana estaba ya ondeando. Los obreros, que habían abandonado sus puestos de trabajo a las 13 horas, inundan a las 14 horas la Plaça de la Generalitat y las calles adyacentes.
Lluís Companys izó, pues, la bandera a las 13 horas 42 minutos, mientras el pueblo había proclamado la República a las 13 horas en punto. Como puede observarse, la política toma siempre el tren en marcha...
Texto extraído del libro de Abel Paz (1996), Durruti en la revolución española, Madrid: Fundación de estudios libertarios Anselmo Lorenzo.
Paralizadas las fábricas y los obreros en las calles, éstas tomaron aires de fiesta singular, de bullicio alegre y contagioso que no tenía otro precedente en la mente de algunos viejos obreros que las jornadas de julio de 1909 ó 1917, pero, naturalmente, sin violencias ni barricadas. (...)
Por otra parte, parecía el día de la mujer. La mujer se destacaba con frenesí y pasión en todos los grupos, compuestos primero por los obreros de una misma fábrica y engrosados después por empleados del comercio que abandonaban sus puestos, por camareros que desertaban de los bares... Era una bola de nieve que iba creciendo al rodar.
De las barriadas obreras del Sant Martí, Poble Nou, Sant Andreu, Gracia, Horta, Sants, Santa Eulalia y de las próximas a Barcelona, Badalona y La Torrassa, todos orientaban sus manifestaciones hacia el centro de la capital catalana, convergiendo en la Plaça de Catalunya o en la Plaça de la Generalitat, para seguir gritando los vivas a la República y Macià y los mueras al Rey y a Cambó. (...)
A las 13 horas y 35 minutos, Lluís Companys había entrado en el Ayuntamiento para izar la bandera en el balcón. A las 13 horas 47 minutos la bandera republicana estaba ya ondeando. Los obreros, que habían abandonado sus puestos de trabajo a las 13 horas, inundan a las 14 horas la Plaça de la Generalitat y las calles adyacentes.
Lluís Companys izó, pues, la bandera a las 13 horas 42 minutos, mientras el pueblo había proclamado la República a las 13 horas en punto. Como puede observarse, la política toma siempre el tren en marcha...
Texto extraído del libro de Abel Paz (1996), Durruti en la revolución española, Madrid: Fundación de estudios libertarios Anselmo Lorenzo.
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