De todas las historias de la Guerra Civil y de la interminable posguerra, la de Matilde Landa es una de las más impresionantes y desgarradoras. Y es que esta mujer, a la que el poeta Miguel Hernández dedicó un emocionante poema y más recientemente el grupo de rock Barricada ha dedicado una canción en su disco La tierra está sorda, vivió su militancia política con una coherencia y una dignidad que, aún hoy, cuando ya han transcurrido siete décadas desde aquellos trágicos acontecimientos, nos estremece hasta la médula.
Matilde Landa Vaz había nacido en Badajoz el 24 de junio de 1904, en el seno de una familia pudiente, republicana, laica, librepensadora, en la que se potenciaba la educación y la cultura por encima de cualquier otro aspecto. Su padre, Rubén Landa Coronado, un importante abogado extremeño republicano, y su madre, Jacinta Vaz Toscano, contrajeron matrimonio por lo civil, algo insólito para la época. La pequeña Matilde creció felizmente rodeada de sus tres hermanos, Aída, Rubén y Jacinta, y dedicando la mayor parte de su tiempo a estudiar, a leer y a observar la naturaleza. En este ambiente familiar culto y librepensador empieza a tener contacto con las ideas izquierdistas que más tarde desarrollaría plenamente. En 1923, la joven Matilde se traslada a Madrid para iniciar sus estudios de Ciencias Naturales en la universidad, algo poco común entre las jóvenes de la época, que básicamente se preparaban para casarse y ser amas de casa.
Con la llegada del régimen republicano, Matilde toma plena conciencia de las injusticias sociales, sobre todo las que tienen que ver con las mujeres, y decide trabajar de manera activa para aportar su granito de arena en la construcción de un mundo más justo, más solidario, en el que las desigualdades de clase y de género queden sepultadas para siempre en el olvido. En los primeros meses de 1936, Madrid es una ciudad sumida totalmente en un clima prebélico. En este contexto histórico, Matilde se afilia al PCE, que poco a poco, va ganando simpatizantes, sobre todo muchas mujeres que se sienten atraídas por la fuerza y el magnetismo de una oradora extraordinaria, Dolores Ibárruri, Pasionaria.
Cuando estalla la guerra, Matilde se pone al servicio de su partido y de la República. Durante los tres años que dura el conflicto trabaja como enfermera y como oradora para el Ministerio de Propaganda, recorriendo la España republicana, arengando a los combatientes, dando conferencias para tratar de infundir ánimo en la defenestrada moral de la retaguardia, prestando su ayuda allá donde sea necesaria.
En los meses que siguen al final de la guerra, la ciudad es un hervidero de detenciones, de torturas y de fusilamientos al amanecer. Matilde es detenida el día 4 de abril de 1939 y en días sucesivos es sometida a diferentes interrogatorios, con las consiguientes torturas. El día 26 de septiembre, Matilde es trasladada a la Cárcel de Mujeres de Ventas. Para esta época, Matilde ya es una mujer casada y madre de una hija, Carmen. Pero esto no impide que sea condenada a pena de muerte, castigo que, finalmente, será conmutado por el de 30 años de prisión, algo que no ocurría casi nunca. Y será en el penal de Ventas donde se empiece a fraguar la leyenda de esta mujer. Organiza, junto con otras presas, la “oficina de penadas”, un comité de ayuda a presas condenadas a la pena máxima que, en medio de tanta desolación y dolor, trata de ofrecer una pizca de solidaridad y fraternidad entre las presas republicanas. Pronto se convierte en un pilar fundamental en el que se sustentan las demás mujeres. Las autoridades de la prisión se dan cuenta de la gran influencia que Matilde ejerce entre sus compañeras de prisión y deciden trasladarla a otra cárcel. De esta manera, en 1940, ingresa en la prisión de mujeres de Palma de Mallorca, un penal masificado, donde el hambre, el miedo, las enfermedades de todo tipo y los piojos hacen estragos. Pero nada de esto arredra a Matilde, la única presa en toda la prisión con estudios universitarios, que sigue ayudando como puede a sus compañeras. Desde la cárcel, siempre que tiene ocasión, escribe a su pequeña Carmen, que ha conseguido salir de España y vive junto con sus tíos en México. En una de estas cartas, le pide a la pequeña niña que no se olvide nunca de los niños que han tenido menos suerte que ella. En otra, le dice que en la situación en la que se encuentra, lo que más echa de menos es el campo y poder escuchar música de Beethoven.
La prisión de Palma estaba regentada con mano de hierro por las Hermanas de la Santa Cruz, quienes intentaban por todos los medios que las presas que no habían sido bautizadas se convirtieran al catolicismo. Muy pronto Matilde, que desde pequeña había vivido en un ambiente familiar laico, se convirtió en el principal objetivo de las monjas, siendo sometida a una gran presión, pues si lograban que ella abrazara la fe católica, conseguirían una gran victoria propagandística. Las monjas lo intentaron de todas las maneras posibles, mediante castigos y usando la persuasión, pero nada consiguió doblegar la extraordinaria fuerza interior de Matilde. El bautizo estaba previsto para el día 26 de septiembre de 1942, justo cuando se cumplía el tercer aniversario de su entrada en prisión y a él asistirían el obispo de Palma y el gobernador civil. No obstante, un rato antes de que tuviera lugar semejante atropello, Matilde decidió poner fin a su vida lanzándose al vacío desde una galería de la prisión. Su agonía duró casi una hora, tiempo suficiente para que se le administrara el sacramento del bautismo in artículo mortis. Tras su muerte, en su celda se hallaron algunos libros de poemas, entre ellos uno de Santa Teresa de Jesús.
Matilde Landa Vaz había nacido en Badajoz el 24 de junio de 1904, en el seno de una familia pudiente, republicana, laica, librepensadora, en la que se potenciaba la educación y la cultura por encima de cualquier otro aspecto. Su padre, Rubén Landa Coronado, un importante abogado extremeño republicano, y su madre, Jacinta Vaz Toscano, contrajeron matrimonio por lo civil, algo insólito para la época. La pequeña Matilde creció felizmente rodeada de sus tres hermanos, Aída, Rubén y Jacinta, y dedicando la mayor parte de su tiempo a estudiar, a leer y a observar la naturaleza. En este ambiente familiar culto y librepensador empieza a tener contacto con las ideas izquierdistas que más tarde desarrollaría plenamente. En 1923, la joven Matilde se traslada a Madrid para iniciar sus estudios de Ciencias Naturales en la universidad, algo poco común entre las jóvenes de la época, que básicamente se preparaban para casarse y ser amas de casa.
Con la llegada del régimen republicano, Matilde toma plena conciencia de las injusticias sociales, sobre todo las que tienen que ver con las mujeres, y decide trabajar de manera activa para aportar su granito de arena en la construcción de un mundo más justo, más solidario, en el que las desigualdades de clase y de género queden sepultadas para siempre en el olvido. En los primeros meses de 1936, Madrid es una ciudad sumida totalmente en un clima prebélico. En este contexto histórico, Matilde se afilia al PCE, que poco a poco, va ganando simpatizantes, sobre todo muchas mujeres que se sienten atraídas por la fuerza y el magnetismo de una oradora extraordinaria, Dolores Ibárruri, Pasionaria.
Cuando estalla la guerra, Matilde se pone al servicio de su partido y de la República. Durante los tres años que dura el conflicto trabaja como enfermera y como oradora para el Ministerio de Propaganda, recorriendo la España republicana, arengando a los combatientes, dando conferencias para tratar de infundir ánimo en la defenestrada moral de la retaguardia, prestando su ayuda allá donde sea necesaria.
En los meses que siguen al final de la guerra, la ciudad es un hervidero de detenciones, de torturas y de fusilamientos al amanecer. Matilde es detenida el día 4 de abril de 1939 y en días sucesivos es sometida a diferentes interrogatorios, con las consiguientes torturas. El día 26 de septiembre, Matilde es trasladada a la Cárcel de Mujeres de Ventas. Para esta época, Matilde ya es una mujer casada y madre de una hija, Carmen. Pero esto no impide que sea condenada a pena de muerte, castigo que, finalmente, será conmutado por el de 30 años de prisión, algo que no ocurría casi nunca. Y será en el penal de Ventas donde se empiece a fraguar la leyenda de esta mujer. Organiza, junto con otras presas, la “oficina de penadas”, un comité de ayuda a presas condenadas a la pena máxima que, en medio de tanta desolación y dolor, trata de ofrecer una pizca de solidaridad y fraternidad entre las presas republicanas. Pronto se convierte en un pilar fundamental en el que se sustentan las demás mujeres. Las autoridades de la prisión se dan cuenta de la gran influencia que Matilde ejerce entre sus compañeras de prisión y deciden trasladarla a otra cárcel. De esta manera, en 1940, ingresa en la prisión de mujeres de Palma de Mallorca, un penal masificado, donde el hambre, el miedo, las enfermedades de todo tipo y los piojos hacen estragos. Pero nada de esto arredra a Matilde, la única presa en toda la prisión con estudios universitarios, que sigue ayudando como puede a sus compañeras. Desde la cárcel, siempre que tiene ocasión, escribe a su pequeña Carmen, que ha conseguido salir de España y vive junto con sus tíos en México. En una de estas cartas, le pide a la pequeña niña que no se olvide nunca de los niños que han tenido menos suerte que ella. En otra, le dice que en la situación en la que se encuentra, lo que más echa de menos es el campo y poder escuchar música de Beethoven.
La prisión de Palma estaba regentada con mano de hierro por las Hermanas de la Santa Cruz, quienes intentaban por todos los medios que las presas que no habían sido bautizadas se convirtieran al catolicismo. Muy pronto Matilde, que desde pequeña había vivido en un ambiente familiar laico, se convirtió en el principal objetivo de las monjas, siendo sometida a una gran presión, pues si lograban que ella abrazara la fe católica, conseguirían una gran victoria propagandística. Las monjas lo intentaron de todas las maneras posibles, mediante castigos y usando la persuasión, pero nada consiguió doblegar la extraordinaria fuerza interior de Matilde. El bautizo estaba previsto para el día 26 de septiembre de 1942, justo cuando se cumplía el tercer aniversario de su entrada en prisión y a él asistirían el obispo de Palma y el gobernador civil. No obstante, un rato antes de que tuviera lugar semejante atropello, Matilde decidió poner fin a su vida lanzándose al vacío desde una galería de la prisión. Su agonía duró casi una hora, tiempo suficiente para que se le administrara el sacramento del bautismo in artículo mortis. Tras su muerte, en su celda se hallaron algunos libros de poemas, entre ellos uno de Santa Teresa de Jesús.
Gracias a Matilde Landa y a todas la personas que lucharon contra el franquismo para que generaciones futuras podamos vivir en libertad. Gracias también a ti Rafa, por despertar nuestra memoria que cada vez se parece más a la de los peces.
ResponderEliminarGracias a ti, por leerme y por no olvidar.
ResponderEliminarSalud
Cárcel de Palma de Mallorca, otoño de 1942: la oveja descarriada.
ResponderEliminarEstá todo listo. En formación militar, las presas aguardan. Llegan el obispo y el gobernador civil. Hoy Matilde Landa, roja y jefa de rojos, atea convicta y confesa, será convertida a la fe católica y recibirá el santo sacramento del bautismo. La arrepentida se incorporará al rebaño del Señor y Satanás perderá a una de las suyas.
http://joseluisregojo.blogspot.com.es/2012/03/matilde-landa-victoria-kent-heroinas.html