Compañero del alma, compañero
Miguel Hernández
Hay noticias que uno jamás debería recibir. Hay noticias que uno
jamás debería de dar. Esas noticias son las que tienen que ver con
la muerte de nuestros seres queridos, de nuestros familiares, de nuestros
amigos. Hace unos días, recibí la terrible noticia de la muerte de
una gran persona, de un gran hombre, y sobre todo, de un gran amigo:
Antonio Ferrero Fort.
Antonio murió el pasado 10 de noviembre, víctima de un cáncer galopante, terrible y asesino. Un cáncer que no le ha dado tregua y le ha arrancado la vida con una rapidez fulgurante.
Antonio Ferrero era, como ya he escrito más arriba, un hombre extraordinario. Si estás leyendo estas palabras y tuviste la suerte de conocerlo, de tratarlo, de compartir su amistad, ya sabes que todo lo que yo pueda decir, no servirá para hacerle justicia. Antonio fue un militante convencido, coherente hasta el último aliento, un ser humano bondadoso, de una sensibilidad extraordinaria, al que le encantaba hablar de libros, de cine, de música. Antonio amaba las cosas sencillas, y era mucho más feliz contemplando una puesta de sol o un árbol magnífico que poseyendo riquezas. Durante gran parte de su vida militó en el PCE, por el lado político, y en USTEA, por el sindical. Era un hombre de unas profundas convicciones pacifistas, un comunista que amaba Andalucía y un andaluz comprometido con la lucha de todos y cada uno de los pueblos oprimidos del mundo: desde Cuba a Palestina, desde el pueblo Saharaui a Nicaragua. Antonio, qué duda cabe, fue un maestro dentro y fuera de las aulas.
Yo tuve la suerte de conocerlo, de compartir con él algunos buenos momentos de camaradería, algún vaso de vino, algunas buenas conversaciones sobre Miguel Hernández, al que veneraba; sobre flamenco, sobre música clásica. Me dio a leer algunos de los poemas que había escrito. Y yo le di los míos. Lo conocí en Válor, el pequeño pueblo alpujarreño donde vivía y donde había trabajado como maestro, una tarde otoñal de hace ya bastante tiempo. Mi primera impresión fue que estaba ante una persona de mucha valía y mi intuición no me falló. Durante estos últimos años, nos hemos ido viendo de manera esporádica, siempre en movidas reivindicativas, en manifestaciones antifascistas o en huelgas generales, Porque Antonio siempre estaba donde tenía que estar, porque su compromiso con los más desfavorecidos no le permitía actuar de otra manera. Porque Antonio no era de los que miraban para otro lado, sino de los que tomaban partido, como cantó el poeta Gabriel Celaya, partido hasta mancharse.
Escribió el filósofo francés Josheph Joubert: Hay que morir inspirando amor (si se puede). Comparto totalmente este pensamiento. Y sé positivamente que así ha muerto Antonio Ferrero, inspirando amor entre sus familiares, entre sus amigos, entre sus camaradas. Hoy, cuando escribo esto, mis sentimientos son ambivalentes: Por un lado, siento una profunda tristeza porque ha muerto un ser humano maravilloso; por otra parte, siento una felicidad extraordinaria porque ese hombre me honró con su amistad, porque tuve la suerte de compartir con él algunos momentos (muchos menos de los que yo hubiese querido) de alegría, de lucha, de vida.
Que todo el mundo se entere. Ha muerto Antonio Ferrero. Su recuerdo, su risa, su ejemplo sigue vivo entre nosotros. Hasta siempre, compañero.
Antonio murió el pasado 10 de noviembre, víctima de un cáncer galopante, terrible y asesino. Un cáncer que no le ha dado tregua y le ha arrancado la vida con una rapidez fulgurante.
Antonio Ferrero era, como ya he escrito más arriba, un hombre extraordinario. Si estás leyendo estas palabras y tuviste la suerte de conocerlo, de tratarlo, de compartir su amistad, ya sabes que todo lo que yo pueda decir, no servirá para hacerle justicia. Antonio fue un militante convencido, coherente hasta el último aliento, un ser humano bondadoso, de una sensibilidad extraordinaria, al que le encantaba hablar de libros, de cine, de música. Antonio amaba las cosas sencillas, y era mucho más feliz contemplando una puesta de sol o un árbol magnífico que poseyendo riquezas. Durante gran parte de su vida militó en el PCE, por el lado político, y en USTEA, por el sindical. Era un hombre de unas profundas convicciones pacifistas, un comunista que amaba Andalucía y un andaluz comprometido con la lucha de todos y cada uno de los pueblos oprimidos del mundo: desde Cuba a Palestina, desde el pueblo Saharaui a Nicaragua. Antonio, qué duda cabe, fue un maestro dentro y fuera de las aulas.
Yo tuve la suerte de conocerlo, de compartir con él algunos buenos momentos de camaradería, algún vaso de vino, algunas buenas conversaciones sobre Miguel Hernández, al que veneraba; sobre flamenco, sobre música clásica. Me dio a leer algunos de los poemas que había escrito. Y yo le di los míos. Lo conocí en Válor, el pequeño pueblo alpujarreño donde vivía y donde había trabajado como maestro, una tarde otoñal de hace ya bastante tiempo. Mi primera impresión fue que estaba ante una persona de mucha valía y mi intuición no me falló. Durante estos últimos años, nos hemos ido viendo de manera esporádica, siempre en movidas reivindicativas, en manifestaciones antifascistas o en huelgas generales, Porque Antonio siempre estaba donde tenía que estar, porque su compromiso con los más desfavorecidos no le permitía actuar de otra manera. Porque Antonio no era de los que miraban para otro lado, sino de los que tomaban partido, como cantó el poeta Gabriel Celaya, partido hasta mancharse.
Escribió el filósofo francés Josheph Joubert: Hay que morir inspirando amor (si se puede). Comparto totalmente este pensamiento. Y sé positivamente que así ha muerto Antonio Ferrero, inspirando amor entre sus familiares, entre sus amigos, entre sus camaradas. Hoy, cuando escribo esto, mis sentimientos son ambivalentes: Por un lado, siento una profunda tristeza porque ha muerto un ser humano maravilloso; por otra parte, siento una felicidad extraordinaria porque ese hombre me honró con su amistad, porque tuve la suerte de compartir con él algunos momentos (muchos menos de los que yo hubiese querido) de alegría, de lucha, de vida.
Que todo el mundo se entere. Ha muerto Antonio Ferrero. Su recuerdo, su risa, su ejemplo sigue vivo entre nosotros. Hasta siempre, compañero.
Descanse en paz.
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