En los últimos tiempos, estamos
asistiendo en todo el continente europeo a un auge preocupante del
fascismo. Las opciones de extrema derecha están consiguiendo en los
últimos procesos electorales celebrados a lo largo y ancho del
continente europeo, resultados impensables tan solo hace unos años. En
Grecia, el partido Amanecer Dorado, de tendencia nazi, obtuvo un siete
por ciento de los votos emitidos el seis de mayo en las elecciones
generales del país heleno, lo que se traduce en que tendrán 21 diputados
en el Parlamento Griego. En Francia, Maríne Le Pen, la candidata del
Frente Nacional francés, de extrema derecha, obtuvo el 20 por ciento del
los votos emitidos en la primera vuelta de las elecciones
presidenciales de la República Francesa. En Italia, la Liga Norte ha
gobernado en coalición con Silvio Berlusconi hasta hace bien poco. Y en
Finlandia, el partido de ultraderecha Auténticos Finlandeses se ha
convertido ya en la tercera fuerza política del país, con 39 escaños de
los 200 que hay en el parlamento de ese país.
Pero no sólo en estos dos países se
observa un importante crecimiento de posturas fascistas. También en
Austria, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Suecia, Noruega, Gran Bretaña,
Hungría, Rusia, e incluso en la pacífica y otrora acogedora Suiza la
ultraderecha fundamentalista viene pisando con bastante fuerza.
Lo peor de todo esto es que en torno a
un cuarenta por ciento del apoyo que reciben estos partidos en cada uno
de sus países, proviene de las clases populares más desfavorecidas, es
decir de los obreros del extrarradio de las grandes ciudades y,
principalmente, de los jóvenes y los jubilados, espoleadas por un
discurso ultranacionalista —con un fuerte componente islamófobo— y
xenófobo, que culpa de todos los males por los que atraviesan sus países
a los inmigrantes, ya sean regulares o irregulares, sin tener en cuenta
que el trabajo de estos inmigrantes ha sido, es y seguirá siendo
fundamental para sostener el estado de bienestar en toda Europa.
¿Y en España qué ocurre con la extrema
derecha? En mi opinión, exactamente lo mismo que en el resto del
continente europeo. La ultraderecha fundamentalista española está en
alza. La única diferencia es que en nuestro país, la ultraderecha
ideológica no pivota en torno a pequeños partidos de estética militar o
cabezas rapadas, sino que está completamente integrada en el Partido
Popular. Olvídense de los grupúsculos tipo Falange, España 2000, etc.
Aquí no vamos a asistir a la proliferación de partidos de esa calaña
porque ya se encarga el PP, junto con sus voceros de la prensa y las
televisiones ultras, de que las políticas más derechistas salgan
adelante. Y si no, díganme: ¿Qué es, sino una política de tintes
fascistas, negarles a los inmigrantes el derecho a la asistencia
sanitaria? ¿Qué es, sino una política de tintes fascistas, negar a los
jóvenes cuyas familias no sean ricas el derecho a estudiar en la
Universidad? ¿Qué es, sino una política de tintes fascistas, la negación
absoluta de los derechos de gays y lesbianas? ¿Qué es, sino una
política de tintes fascistas, limitar la libertad de manifestación? ¿Qué
es, sino una política de tintes fascistas, el desmantelamiento del
sistema de bienestar que el PP ha puesto en marcha?
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