Frente a
mi casa, aquella misteriosa ventana. Si he de ser sincero, lo que me atraía de ella,
no era la cornisa medio rota; ni el cableado, puesto allí como a lo loco; ni la
geometría asimétrica de las piedras; ni aquel extraño objeto —por más vueltas
que le di, nunca logré saber qué era aquella
cosa—, con el número de teléfono tatuado sobre su piel; ni tan siquiera
aquel anticuado aparato de aire acondicionado, colocado ante los barrotes, como
olvidado por el destino. Lo que me intrigaba de verdad era que allí dentro,
tras aquella ventana, vivía un perro llamado Dylan. Como el músico
americano.
The Stone Roses: Second coming (1994), el disco que llegó tarde
-
Lo tenían todo para seguir disfrutando del podio sonoro del momento, pero
ni la suerte, ni la creatividad, ni la actitud jugaron a favor de la banda
de M...
Hace 2 horas
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