Cómo escribir un guión cinematográfico
En octubre de 1979, John Fante pidió a su
esposa, Joyce Fante, que tomara papel y bolígrafo y comenzó a dictarle la que
acabaría convirtiéndose en la última novela de la saga de Arturo Bandini: Sueños de Bunker Hill. A pesar de las
dificultades con las que tuvo que enfrentarse al escribir la novela, para
comienzos de diciembre ya estaba prácticamente terminada. No obstante, no sería
publicada hasta el mes de enero de 1982. Su título inicial iba a ser Cómo escribir un guión cinematográfico,
aunque evidentemente, no acabó llamándose así. El relato nos retrotrae al año 1934, a la ciudad de Los
Ángeles, cuando Arturo Bandini tiene veintiún años y su mundo limita ”al oeste
con el barrio de Bunker Hill, al este con Los Angeles Street, al sur con
Pershing Square y al norte con el Civic Center.” Aunque Bandini se gana la vida
como camarero, se considera a sí mismo un gran escritor, pues acaba de publicar
un relato en la prestigiosa revista The
American Phoenix que dirige “nada menos que Heinrich Muller.”
A lo largo de los veintiséis breves capítulos
de la novela, Arturo Bandini va pasando por distintos trabajos: camarero,
corrector de estilo en una oficina infestada de gatos y donde su trabajo
consiste en leer “la peor prosa que he visto en mi vida”; adaptador de guiones
para la Columbia Pictures, donde trabajan otros escritores consagrados como
Horace McCoy, Dalton Trumbo o Nathanael West, y donde Bandini malgasta su
talento y su tiempo en pasatiempos absurdos, aunque su sueldo es de 300 dólares
a la semana. Esta situación lo lleva a un estado emocional de desesperación y
frustración. Finalmente, parece comprender las reglas de los estudios cinematográficos
y acepta que es “un hombre nuevo, un guionista de Hollywood que había triunfado
sin escribir una sola línea.” Más tarde, se convierte en colaborador de una
guionista consagrada, Velda van del Zee, una mujer que, en opinión de Bandini,
“estaba chalada. Vivía en un mundo de nombres, no de cuerpos ni de seres
humanos, sino de nombres famosos.” Su intento de escribir un guión conjunto
fracasará estrepitosamente, lo que le lleva a sentir lástima “por todos los
guionistas, por la tristeza del oficio.”
En esta novela, el lector se halla ante un
Bandini completamente desencantado. “Estaba cansado, frustrado y con tristeza
en el alma.” Sin amigos, incapaz de llevar a buen puerto cualquier atisbo de
relación amorosa, desubicado con respecto a su familia y al resto de mundo: “Me
había salido del mundo y era difícil encontrar el camino de vuelta.” Pero con
el deseo ineludible de ser escritor:
(…) me iba a mi habitación y me enfrentaba con el
negro monstruo mecanográfico que me miraba con su blanca dentadura mellada. A
veces escribía diez páginas. No me gustaba eso, porque sabía que siempre que
era prolífico apestaba. Apestaba la mayoría de las veces. Tenía que tener
paciencia. Sabía que llegaría. ¡Paciencia! Era la más humilde de mis virtudes.
Aunque a veces es más difícil de lo que él
desearía: “Fui a la máquina de escribir y me senté delante. Entre ella y yo se
alzó un muro gris.”
Al final de la
novela, el ciclo vital de Arturo Bandini se completa y está de nuevo en “la
habitación más pequeña y menos acogedora de Los Ángeles”, pero decidido, a
cualquier precio, a escribir una novela:
Fui a la máquina de escribir y me senté. Mi idea
era escribir una frase, una sola frase perfecta. Si podía escribir una buena
frase podría escribir dos, y si podía escribir dos, podría escribir tres, y si
podía escribir tres, podría escribir eternamente.
En definitiva, cuatro libros excelentes para
descubrir a un autor lleno de vida, con
un sentido del humor corrosivo, rabioso, pero lúcido e inteligente, mordaz y
satírico, y cuya visión del mundo atraerá a muchos lectores en las próximas
décadas y a nadie dejará indiferente. Un escritor, como dijo Charles Bukowski,
con “una valentía tan natural como insólita.” Cuatro excelentes libros para
intentar encontrar oro en el basurero.
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