Ignacio
Escolar (Burgos, 1975) es una de las pocas voces críticas del periodismo
español ubicado en lo que podríamos llamar el mainstream. No en vano, fue fundador del diario Público y su primer director. Además,
sus opiniones, siempre lanzadas desde la zona izquierda de la plaza, se pueden
escuchar —y a él se le puede ver— en diferentes emisoras de radio y cadenas
televisivas. Por si todo esto fuera poco, desde su propio blog, escolar.net, el
periodista burgalés va dejando con bastante regularidad sus análisis críticos
sobre diferentes aspectos de la vida política, social, cultural, laboral,
etc.
Hace unas
semanas Ignacio Escolar se estrenó como novelista. Y lo hizo con 31 noches, una trepidante novela corta,
que te atrapa desde la primera palabra y te obliga a leerla de una tacada hasta
llegar al punto y final. En apenas 167 páginas (31 breves capítulos: uno por
noche) y con un tamaño de letra apto para ambliopes, la novela, como digo, se
deja leer con tremenda facilidad. Algo
que, como lector, siempre es de agradecer.
Pero vamos
a lo que nos interesa. ¿Qué es lo importante en este estreno como novelista del
periodista Escolar? Hay que destacar, básicamente, tres cosas. Lo primero es un
estilo muy ágil, muy cinematográfico y además, muy influido por la estética de
Quentin Tarantino y otros chicos malos del cine actual. Esto la emparenta con algunas
películas, tipo No habrá paz para los
malvados o Grupo 7, tan exitosas
en los últimos tiempos.
El
segundo aspecto a destacar de la novela es la facilidad que el autor tiene para
crear unos diálogos impactantes. La obra está plagada de maravillosas
conversaciones, donde el humor, que aparece con cuentagotas pero está muy bien
utilizado, proporciona una verosimilitud tan real que parece como si uno
estuviese escuchando esa conversación apoyado en la barra de un bar, mientras
se toma una caña y no puede dejar de escuchar a la gente de al lado.
Y por
último, los personajes. Vaya personajes que nos regala Escolar. Para empezar
tenemos a Velasco. Un madero corrupto, putero, enganchado a la coca, más ladrón
que el Lute, y más cabrón que su puta madre. A pesar de que, tanto la novela
negra como el cine, han terminado por convertir ese tipo de personajes en un
estereotipo, el Velasco que ha parido Ignacio Escolar es un tipo completamente real
al que, bajo ningún concepto, me gustaría tener como vecino. Luego está Alek,
un polaco que vino a Barcelona veinte años antes a ver un partido de fútbol y
se quedó para siempre. El tipo en cuestión mide un 1´90 m, y pesa 100 kilos,
atemoriza al contrincante con su fuerte acento eslavo, y pega unas hostias que
mejor no probarlas. El tercero en discordia es el narrador de la historia. Un
periodista pardillo y más bien despistado, que anda buscando su ratico de
gloria, que diría Kiko Veneno, y sin saber muy bien cómo ni por qué, se ve
enredado en una historia de narcotráfico a gran escala, de violencia sin
límites, y de sexo del bueno. Porque la cuarta pata de esta mesa, es, como no
podía ser de otra manera, una mujer que responde al nombre de Vicki, una
camarera de discoteca que está más buena que el pan de Alfacar y detrás de cuyo
culo, tatuaje incluido, pierde la cabeza toda la fauna nocturna de la discoteca
Premium.
De la
trama no voy a contar nada. Si has llegado hasta aquí y tienes un poco de
imaginación, ya estás en disposición de sacar tus propias conclusiones. Lo
único que me queda por añadir es que si, este caluroso verano, te apetece pasar
un rato entretenido leyendo un buen libro (lo cual no es poco), píllate 31 noches, la primera novela de Ignacio
Escolar. Merece la pena.
Acabo de ver la portada, tiene buena pinta....
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