Anoche,
un pequeño grupo de elegidos (desconozco el número exacto, pero rondaría los 600 espectadores) tuvieron la fortuna de presenciar el concierto que José Domínguez,
El Cabrero (Aznalcóllar,
Sevilla, 19 de octubre de 1944), ofreció, acompañado a la
guitarra por Manuel Herrera, en un lugar mítico en relación con el cante jondo:
la Plaza de las Aljibes de la Alhambra, en la ciudad de Granada, donde en 1922
se celebró aquel celebérrimo Concurso de Cante Jondo auspiciado por Federico
García Lorca y Manuel de Falla. El público, que había venido desde distintos
lugares de Andalucía, tenía ganas de ver y escuchar a esta leyenda viva del
flamenco. Y digo esto, porque de lo contrario no se entendería que el personal
se desplace desde Córdoba, Sevilla o Pozoblanco, para asistir a un concierto.
Por
si no lo saben, esta es la gira de despedida sobre los escenarios de este
artista único e irrepetible. Después de media vida cantando por los escenarios
de toda España y de medio mundo, y a punto de cumplir 75 años, José ha decidido
retirarse. Y lo va a hacer a lo grande, como la gran estrella que es: con una
serie de conciertos durante este 2019 y el próximo 2020. Así que, con toda
probabilidad, no habrá más ocasiones de verlo actuando en la ciudad de la
Alhambra.
Anoche,
en un escenario maravilloso, en un lugar emblemático y con un público cómplice
e incondicional que lo aplaudió y lo vituperó a lo largo de todo el recital, El
Cabrero se entregó en cuerpo y alma. La base del concierto fueron, por
supuesto, los cantes de su último trabajo discográfico, el genial Ni rienda ni jierro encima (Atípicos
Utópicos, 2018), un disco soberbio, que nada tiene que envidiar a los discos
más famosos del cantaor sevillano.
Vestido
de negro de pies a cabeza y con su mítico pañuelo rojo al cuello, José, figura
atávica del arte flamenco y tesoro de la memoria artística de este país, subió
al escenario acompañado de Manuel Herrera. A pesar de la edad y de los achaques
físicos típicos de ésta (él mismo lo dijo con su habitual sorna: “me ha dado un arrechucho y se
ha enterado hasta el Papa”), el
artista sevillano estuvo pletórico. Su voz sigue sonando portentosa y
emocionante. Porque El Cabrero, anoche, acompañado por el toque sobrio y sereno
de ese magnífico guitarrista que es Manuel Herrera, no ha perdido ni una pizca de su capacidad para emocionarnos. Porque emociona y mucho, la poesía que
destilan sus letras (escritas muchas de ellas a medias con la grandísima Elena
Bermúdez, la mujer que más y mejor sabe de flamenco en éste y en otros países).
Porque emociona y mucho, su empuje, su sinceridad, su valentía para expresarse
cómo le viene en gana. Emociona y mucho, su autenticidad.
Anoche,
en la Alhambra se pudo escuchar flamenco del bueno, del que sabe a verdad:
soleá, seguiriyas, bulerías, serranas, livianas, malagueñas, rondeñas y
fandangos, esos fandangos que El Cabrero interpreta como nadie. Todo ellos
ejecutados con la maestría de un artista al que su público admira
profundamente. Y también hubo poesía a raudales: la de Borges evocando a su
padre, la de Horacio Guaraní, la de José Guerra, la de Elena Bermúdez.
Decía
mi amigo el pintor cordobés Rafael Quintero que, por mucha tecnología que
exista, al final siempre vendrá un tío con una guitarra de palo y la magia de
su voz, que nos estremecerá, y El Cabrero, con su chorro de voz, sus letras
libertarias y libres, llenas de compromiso, de solidaridad y de rabia,
hicieron, anoche en la Alhambra, que nos emocionáramos hasta la médula. Anoche,
allí sentado bajo las estrellas, escuchando a José, pensé en Woody Guthrie, en
Phil Ochs, en Robert Johnson, en Víctor Jara, y en muchas otras grandes
leyendas de las músicas contra el poder, Ese también es el poder de la música y
el de ese gran cantaor llamado El Cabrero. Sí. Ese cantaor de flamenco indómito
y salvaje. Larga vida a José Domínguez, El Cabrero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.