El
próximo viernes, 2 de noviembre, a las siete de la tarde, estaré dando una
charla en el Salón de Actos del Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera
(Córdoba), sobre el tema de los recortes en la educación pública en la
Comunidad Autónoma de Andalucía, de cómo estos nos afectan a todos y todas en
nuestra vida cotidiana, ya que prácticamente toda la ciudadanía es usuaria, de
una u otra manera, de la escuela pública. En dicho acto estaré acompañado por
mi amiga Emiliana Rubio Pérez, responsable del sector provincial de enseñanza
del Sindicato USTEA en la provincia de Córdoba, que hablará, básicamente, del
anteproyecto de Ley de Educación que prepara el Partido Popular y de las numerosas
razones que desde la izquierda hay para oponerse a esa reforma. El acto está
organizado por los amigos de UPOA, el PCPE y la CJC. Ya sabes, si ese día, a
esa hora estás por Aguilar o cerca, te invitamos a acompañarnos. Entre todas y
todos podemos detener el avance de las políticas mercantilistas, neoliberales y
anti-obreras de quienes nos gobiernan. Salud
y buen tiempo de lucha
miércoles, 31 de octubre de 2012
El llanto, la sangre, el fuego
Hoy estoy contento. Acabo de recibir las galeradas y la
prueba de portada de mi nuevo libro. Se titula El llanto, la sangre, el fuego. Se trata de una colección de 16
relatos y catorce poemas que giran en torno al tema de la memoria histórica. Lo
edita la editorial Alhulia y lleva un prólogo de mi amigo, el magnífico
poeta y dramaturgo Miguel Ávila Cabezas. Por primera vez publico un libro de
prosa, aunque ya había publicado ensayo y había escrito decenas de relatos de
más o menos extensión.
Muchos de los relatos de este libro están ambientados
durante la Guerra Civil
en mi pueblo, Aguilar de la Frontera, en la provincia de Córdoba, aunque hay otros que se desarrollan en Granada, Mauthausen, Inglaterra o la ciudad de Nueva York. Cosas
que me han ido contando durante estos años y que yo he trasladado al papel. El
libro, como la vida misma, es una amalgama de estilos, de situaciones, de
vivencias. Mezcla realidad y ficción, prosa y poesía, presente y pasado… En
fin, ya digo, como la vida misma.
Me dicen en la editorial que para finales de noviembre
estará disponible. Por cierto, el título lo he sacado de unos versos de uno de
mis poetas favoritos, el gran León Felipe. Seguiremos informando sobre
presentaciones y otras novedades.
Etiquetas:
El llanto la sangre el fuego,
Memoria histórica,
Poema,
Relato
domingo, 28 de octubre de 2012
Más Birras, el grupo más auténtico de la ciudad
Lo
recuerdo como si lo estuviera viendo ahora mismo. En una cálida noche de mayo
de 1990, sobre el escenario del Teatro de la Axarquía de la ciudad de Córdoba,
cuatro tipos con tupé, patillones, y chupas de cuero, tocan sus canciones empapadas
de rockabilly, de blues, de soul, de tango, de poesía beatnik y arrabalera, en
definitiva, de rockanrol. El grupo se llama Más Birras y proceden de Zaragoza.
Su líder, Mauricio Aznar, es un individuo que desde que era un mocoso, toca la
guitarra y canta, sin ocultar su pasión por Elvis, por Eddie Cochran, por Gene
Vincent, por Chuck Berry, por Carlos Gardel y sobre todo, por Bob Dylan. Aquella
noche, en el escenario cordobés, el grupo zaragozano ejercía de telonero de
Rosendo Mercado. No pasará a la historia de la música aquella actuación
precisamente por el respeto que el púbico demostró hacia Más Birras. La gente,
que básicamente había acudido al teatro a ver al ex líder de Leño, empezó a
tirar vasos al escenario cuando los aragoneses todavía no habían tocado ni la
mitad de su concierto, jodiéndonos a los que estábamos allí para ver, ante
todo, a los zaragozanos. Así que los Más Birras se vieron obligados a largarse
de allí mucho antes de lo que tenían previsto.
Un par de
horas más tarde, mi hermano, otro colega y yo nos topamos con los miembros del grupo
en un local de la ciudad donde pinchaban rocanrol. Durante un buen rato,
estuvimos bebiendo, charlando y divirtiéndonos con Mauricio
Aznar (guitarra y voz), Miguel Mata (bajo), Víctor Jiménez (batería) y Mariano
Ballesteros (saxo). Recuerdo sobre todo la amabilidad y la simpatía que demostraron
tener, lejos de las actitudes endiosadas de otros músicos de la época. No hay
que olvidar que estamos hablando de un momento histórico en que los grupos de
rock de este país eran tío famosos que salían con bastante frecuencia tanto en
la televisión como en la prensa, incluso un grupo más o menos underground como podían ser los Más
Birras.
El
grupo Más Birras había nacido en 1984 en Zaragoza. Liderado por un jovencísimo
Mauricio Aznar, un músico que, en aquello primero tiempos, bebía directamente de
la fuente del primer rockabilly, aunque eso sí, sin olvidar en ningún momento
el influjo que papá Dylan había tenido sobre toda la música contemporánea. No
pretendo hacer aquí un estudio detallado de la carrera del grupo. Sólo señalar
que grabaron, durante todos los años de existencia (la historia se acabó hacia
1993), los siguientes discos: Al este del
Moncayo (1987), Otra ronda (1988),
La última traición (1990), y Tierra quemada (1992). Discos que
contenían un magnífico puñado de temas, algunos de ellos famosos tiempo después
en voces de otros músicos, como es el caso de “Apuesta por el r’n’r” o “Voces
de tango”, que Enrique Bunbury grabó tanto en su etapa con Héroes del Silencio
como en su carrera en solitario.
Pero
si hay algo que los Más Birras hacían como nadie eran las versiones de temas
ajenos. Desperdigados en su breve discografía hay unas cuantas versiones a cada
cual más interesante y bonita. Por ejemplo, “Versos tan dulces como la miel”,
incluida en el lp La última traición,
que es una versión del tema “Kisses sweeter tan wine”, todo un clásico del
country americano. También versionaron el “Summertime blues”, de Eddie Cochran,
con el título de “Beber no cura”; también hicieron una espléndida versión del “Mr.
Tambourine Man”, de Dylan, con el título de “El hombre del tambor”. Pero no
sólo se atrevían con canciones en inglés. Una de las más hermosas versiones de
toda su discografía fue “Moliendo café”, del músico venezolano Hugo Blanco.
Para
mí, la mejor canción que grabaran los Más Birras, estaba incluida en su segundo
disco, el fabuloso Otra ronda, y no
es otra que ese extraordinario poema, musicado por Gabriel Sopeña, (el quinto
miembro oficioso del grupo) titulado “Cass, la chica más guapa de la ciudad”,
basada en el relato homónimo de Charles Bukowski y que, en realidad, era un
poema del poeta y filósofo leonés José Luis Rodríguez. La canción narra la
historia de Cass, una chica de hermosura simpar, que pisaba la nieve de manera angelical,
tarareaba canciones de Dylan, y guiñaba como si recitara poemas. Pero la pobre
tuvo muy mala suerte y murió atropellada por el Chevrolet de un repartidor de
cocacola, lo que deja a sus numerosos admiradores pesarosos, enviando violetas
a direcciones inventadas y suspiernado pro e amor de Cass, la chica más guapa
de la ciudad.
Mauricio
Aznar murió en 2002, cuando estaba intentado sacar adelante su proyecto Almagato,
donde dejaba de lado un poco su gusto por el viejo rock de raíces americanas
para profundizar en su pasión por el tango y el folclore argentino. Hoy, desde
aquí, recordamos a un músico con el que compartí una bonita noche de cervezas,
charla y rocanrol, allá por mayo de 1990 en la ciudad de Córdoba.
martes, 23 de octubre de 2012
La cita
El hombre
llega cinco minutos antes de la hora en que habían quedado citados. Cinco
minutos le parece un tiempo prudencial. Cinco minutos no te hacen pensar que
eres un maleducado que llega a los sitios mucho antes de lo que debes. Desde
pequeño ha detestado a las personas que llegan tarde a las citas. Pero tampoco se puede decir que le gusten los
que llegan con una puntualidad enfermiza. Él no es de esos. A él lo que le
gusta de verdad es llegar siempre con cinco minutos de antelación. Eso te hace parecer
un tío seguro de ti mismo, un hombre que controla lo que tiene entre manos, un
hombre que sabe imprimir al tiempo el ritmo justo.
Cuando
está ante la puerta, llama al timbre dos veces. La primera es un toque largo.
La segunda dura apenas unas décimas de segundo. El timbre de la puerta tiene un
sonido suave, aunque la palabra que se le viene al hombre a la cabeza al
escucharlo es dulce. Este pensamiento le arranca una sonrisa. ¿Cómo puede ser
el sonido de un timbre dulce?, piensa. Pero tampoco le da más importancia. Todo
esto se le pasa por la cabeza mientras aguarda a que la mujer le abra la puerta.
La espera no se alarga demasiado, apenas unos instantes, ni tanto como para que
el hombre empiece a desesperar, ni tan poco como para que parezca que la mujer estaba
esperando agazapada al otro lado de la puerta a que llegara el hombre.
Hola, ¿qué
tal, cómo estás?, le pregunta ella, al tiempo que le da dos besos, uno por
mejilla, a modo de saludo. Y también: ¿te ha resultado difícil encontrar la casa?
Él dice
que no, que no le ha resultado difícil, que ha sido mucho más fácil de lo que
pensaba, pero le está mintiendo descaradamente. A decir verdad, ha tenido que
preguntar a varias personas que ha visto por la calle, hasta que ha dado con un
viejecito que iba en la misma dirección, y éste lo ha invitado amablemente a que
lo acompañara. Cuando han llegado a la puerta del bloque, el anciano le ha
dicho, Ahí tiene usted la dirección que busca, y se ha despedido de él con un
rictus en el rostro que al hombre no le ha hecho mucha gracia, porque denota un
cinismo que viene a decir: Dios sabrá a qué va usted a ese piso, pero seguro
que no es a nada virtuoso, cabroncete.
La mujer
lo invita a pasar, apartándose para que entre. Él sonríe y entra. Le da un ramo
de rosas rojas que le ha comprado en una floristería que ha encontrado por el
camino desde su casa a la de la mujer. Una docena de rosas rojas. Toma, le
dice, te he comprado unas flores. Espero que sean de tu agrado. Oh, qué
bonitas, contesta la mujer, aunque lo dice con la boca chica, porque no es de las
que se deja impresionar por una flores, por muy rojas que sean. Ella prefiere
algo más terrenal, una buena botella de vino, por ejemplo, o un libro. Eso
hubiese estado muy bien. Un libro. Con un libro siempre cabe la posibilidad, si
no te gusta, de revenderlo en una tienda de segunda mano o de regalarlo a
alguien para su cumpleaños. Pero ¿cómo coño vas a revender un ramo de rosas
rojas en una tienda de segunda mano o de volver a regalárselo a otra persona
para su cumpleaños? En fin, piensa la
mujer, qué le vamos a hacer. Oh, son preciosas, le dice al hombre. Me encantan
las rosas rojas. Luego lo invita a que se siente y le ofrece algo de beber. Lo
que tomes tú, le dice el hombre. Una cerveza, dice ella, yo tomaré una cerveza.
Sí, una cerveza va bien, dice el hombre, al que, maldita la gracia que le hace la
cerveza, que le produce unos dolores fuertes de barriga en cuanto ha tomado un
par de sorbos. Pero pone la mejor de sus sonrisas y le da un trago largo
mientras comenta lo buena que está esa marca concreta de cerveza, aunque es la
primera vez en su vida que la prueba. El primer sorbo le produce una arcada
pero con mucho disimulo consigue dominar la situación.
Voy a
poner música, dice ella. ¿Qué te apetece escuchar?, pregunta la mujer. Oh,
cualquier cosa que elijas me va bien, dice el hombre. Confío plenamente en tu
buen gusto, le dice sonriendo. Ella se acerca a la estantería donde están los
cds y empieza buscar algo que vaya con el momento. Encuentra un disco que se
titula “Lovers
live”. Lo saca
de la caja y lo mete en el reproductor de cds. Pulsa la tecla del play y la voz
de la cantante Sade se expande por toda la casa. Joder, piensa el tío, de todos
los discos posibles que existen en el universo, ha tenido que ir a poner a
Sade, que era la cantante favorita de mi ex. Menuda hijadeputa mi ex, piensa el
hombre. Ojalá y la atropelle un autobús cuando esté cruzando la calle. Eso
estaría bien, piensa con una sonrisilla en los labios. Me encanta Sade, dice la
mujer. Lo mismo a ti no te gusta. Si no te gusta, dilo, por favor, y pongo otra
cosa. ¿A mí? Pero si es una de mis cantantes preferidas. Esa voz tan sensual,
como de terciopelo, dice el hombre sin acabar la frase. Estas palabras le han
venido de repente a la cabeza porque era lo que decía siempre su ex cuando
hablaba de Sade. Pero a él quien le gusta de verdad es Frank Sinatra. Eso sí
que es una voz. El suyo sí que es estilo.
Luego se
sientan a la mesa. He preparado bacalao a la vizcaína, le dice la mujer, espero
que te guste el bacalao. ¿El bacalao?, pregunta el hombre con un matiz de
sorpresa en la voz que no pasa desapercibido para la mujer. Oh, oh, dice ella,
no me digas que no te gusta el bacalao. El bacalao es lo que más me gusta del
mundo, dice le hombre, que a estas alturas ya no puede creer su mala suerte. Primero
la cerveza, luego Sade y ahora el puto bacalao. De todas las cosas que se
pueden preparar para una cena, piensa el hombre, ha tenido que elegir bacalao.
Y no es que al hombre no le guste el bacalao. Reducirlo todo a una cuestión de
gustos sería una estupidez. Si fuese sólo eso, no habría ningún problema. El
asunto es que el hombre es alérgico al bacalao. Pero no un poco alérgico. No.
No es eso. Es tan alérgico, que sólo con que se lo nombren empieza a sentirse
mal. Así que el dilema al que se enfrenta es de campeonato. ¿Qué debe hacer?
¿Decirle a la mujer que no sólo no le gusta el bacalao sino que lo odia con
todas sus fuerzas y que ella se mosquee o comérselo todo sin rechistar aun a
riesgo de perder la vida? Se lanza de cabeza a la piscina y se inclina por la
segunda opción. Y se come el bacalao a la vizcaína como si no hubiese mañana,
con gula, con un ansia desmesurada. Joder, piensa la mujer, este tío no ha
comido desde hace una semana. Qué manera de tragarse el bacalao. Si es que se
va a poner malo, como siga engullendo así. ¿Quieres otra cerveza?, le pregunta.
Sí, por supuesto, dice el hombre, incapaz de decirle que no le gusta la cerveza
y que lo que de verdad le pide el cuerpo es cualquier otra cosa menos una
cerveza. Pero ella, solícita, se la abre y él acaba tomándose su segunda
cerveza de la noche. Veo que te encanta el bacalao, dice ella. ¿Quieres más?,
le ofrece la mujer cuando se ha acabado el primer plato. Sí, por favor,
contesta él, escuchando sus propias palabras como si fuesen pronunciadas por
otro hombre, un hombre que se hubiese metido en su cuerpo y hablara por él.
¿Pero qué coño estoy haciendo?, piensa mientras empieza a sentir los primeros
efectos tóxicos del bacalao en su cuerpo. Le está subiendo un escozor desde el
estómago hacia la garganta como si hubiese tragado fuego. Perdona, le dice a la
mujer, necesito ir al baño. Ah, la cerveza dice ella. A mí me ocurre lo mimo.
En cuanto me tomo un par de botellas, ya no hay quien me pare.
El hombre
se va hasta el baño y una vez allí se arrodilla ante el váter y empieza a
vomitar, hasta que siente que en su estómago no queda ni un solo gramo de
bacalao. Joder, piensa, mientras se echa agua fresca en la cara, qué cerca he
estado de la muerte. Cómo puedo ser tan imbécil.
Cuando
sale del baño, la mujer ya ha puesto sobre la mesa una tarta de chocolate y le
está sirviendo un gran trozo. Y entonces el hombre piensa que a la mierda su
diabetes, que cuando llegue a casa, si llega, se meterá en el cuerpo una ración
doble de insulina, pero ahora, en ese preciso instante, se comerá ese gran
trozo de pastel de chocolate que la mujer le acaba de servir en un plato
inmaculadamente blanco, y luego, si ella le ofrece otra porción, también se la
comerá, y sabe que hará todo lo que ella quiera que haga, porque lleva tanto
tiempo sin salir con una mujer, que es capaz de beberse un vaso de cicuta de un
solo trago si ella se lo sirve. Y empieza a comerse la tarta de chocolate. Y de
repente dos lagrimones le resbalan por las mejillas. La mujer lo mira y
sorprendida le pregunta qué le ocurre. ¿No te gusta la tarta de chocolate?, le
dice ella con cara de preocupación. Sí, sí me gusta. Lo que pasa es que estoy
tan contento de haber venido que no puedo reprimir estas lágrimas de alegría, le
dice el hombre. Y sigue comiendo tarta de chocolate, en silencio, entre
lágrimas e hipidos, mientras piensa que si no se muere antes, la noche promete.
domingo, 21 de octubre de 2012
Los católicos
—Los
católicos —dice— nunca han estado interesados en la religión. Lo espiritual les
resulta ajeno. A ellos sólo les preocupa el poder. Lo que llaman fórmulas de
entendimiento o acuerdos de paz no son más que prórrogas de su dominio, un
dominio que se resisten a perder.
Antonio Orejudo
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